/ sábado 24 de agosto de 2019

El conflicto de las mentes y las ideas

Es lógico pensar que nuestro país se enfrenta a una etapa en su historia que puede hacernos seguir progresando con todos los sacrificios que esto implica, o entrar de nuevo en una especie de “edad media”.


Más bien nos enfrentamos a lo que podríamos llamar “el conflicto de las mentes y de las ideas”. Dicho conflicto sólo tiene una salida, si es que llegara a darse el desenlace de retroceso. Dicho desenlace, según nos lo muestra la experiencia, es de que además de los millones de pobres que actualmente viven en el país, sean ahora acompañados por el resto de la población. Los únicos ricos serán los gobernantes como nos lo ha enseñado la historia desde Lenin y Stalin, Fidel Castro, hasta los que todavía viven: Ortega y Maduro. Claro ejemplo de Cuba, Nicaragua y Venezuela.


Desde los tiempos de Luis Echeverría, la nación no había vivido la confrontación que ahora se trata de institucionalizar de que unos odien a otros. “Ustedes los ricos vs. nosotros los pobres”, los “explotados vs. los explotadores”, “los obreros vs. los empresarios”, “los comerciantes ilegales vs. los legales”, “los de arriba vs. los de abajo”, etc.. Razonamientos todos relacionados con la “lucha de clases”, con el populismo. Recordemos que el partido que promueve esta forma de confrontación, todavía hace algunos años, tenía como bandera la de otro país, la de la ex Unión Soviética distinguida por su desastre religioso, social, económico y humano.


Podríamos decir que los promotores de la violencia y el odio están siendo plenamente congruentes con su filosofía, con sus ideales económicos, con su visión de un dominio violento total sobre la población. “Nuestro partido siempre ha enseñado que en lo que se refiere al campo ideológico, no puede haber coexistencia pacífica, así como no puede haber paz entre el proletariado y la burguesía (J. Stalin). “Ellos predican el amor y la misericordia para con el prójimo, nosotros en cambio, odiamos”. (V. Lunatscharski).


La batalla no es sólo política o económica. Al cabo de una derrota meramente física en este contexto, los ciudadanos pueden quedar con su conciencia irritada o frustrada, pero conservan sus valores, sus principios, sus religiones. No sucede lo mismo cuando la derrota es de las mentes y las ideas. En este caso la destrucción abarca todas las dimensiones del ser humano y daña las áreas religiosas, psicológicas, filosóficas, económicas, militares y por supuesto, las políticas. Un candidato habla de “que ya les toca” (un pedazo del “pastel”—de las riquezas de la nación), hablan de libertad, y a sus seguidores jamás se las han dado en toda la historia de todos los países donde han optado por su forma de gobernar. Las libertades más bien las asignan para homosexuales, lesbianas, consumo de drogas, aborto, eutanasia, etc.; hablan de igualdad y no la dan; hablan de preferir a los pobres y los vuelven más pobres, y de paso incluyen a los pocos ricos y a los muchos de la clase media. Hablan de libertad religiosa y desatan persecuciones contra los creyentes optando ellos por los evangélicos; hablan de mejorar las relaciones internacionales y se enfrentan a nuestros principales socios comerciales y turísticos y forman alianzas con los que ya tienen esclavizados a sus pueblos.

Previo al choque de las armas, siempre está el enfrentamiento de las ideas y de las mentes. El país está en nuestras manos, o más bien dicho, en nuestro voto.




Es lógico pensar que nuestro país se enfrenta a una etapa en su historia que puede hacernos seguir progresando con todos los sacrificios que esto implica, o entrar de nuevo en una especie de “edad media”.


Más bien nos enfrentamos a lo que podríamos llamar “el conflicto de las mentes y de las ideas”. Dicho conflicto sólo tiene una salida, si es que llegara a darse el desenlace de retroceso. Dicho desenlace, según nos lo muestra la experiencia, es de que además de los millones de pobres que actualmente viven en el país, sean ahora acompañados por el resto de la población. Los únicos ricos serán los gobernantes como nos lo ha enseñado la historia desde Lenin y Stalin, Fidel Castro, hasta los que todavía viven: Ortega y Maduro. Claro ejemplo de Cuba, Nicaragua y Venezuela.


Desde los tiempos de Luis Echeverría, la nación no había vivido la confrontación que ahora se trata de institucionalizar de que unos odien a otros. “Ustedes los ricos vs. nosotros los pobres”, los “explotados vs. los explotadores”, “los obreros vs. los empresarios”, “los comerciantes ilegales vs. los legales”, “los de arriba vs. los de abajo”, etc.. Razonamientos todos relacionados con la “lucha de clases”, con el populismo. Recordemos que el partido que promueve esta forma de confrontación, todavía hace algunos años, tenía como bandera la de otro país, la de la ex Unión Soviética distinguida por su desastre religioso, social, económico y humano.


Podríamos decir que los promotores de la violencia y el odio están siendo plenamente congruentes con su filosofía, con sus ideales económicos, con su visión de un dominio violento total sobre la población. “Nuestro partido siempre ha enseñado que en lo que se refiere al campo ideológico, no puede haber coexistencia pacífica, así como no puede haber paz entre el proletariado y la burguesía (J. Stalin). “Ellos predican el amor y la misericordia para con el prójimo, nosotros en cambio, odiamos”. (V. Lunatscharski).


La batalla no es sólo política o económica. Al cabo de una derrota meramente física en este contexto, los ciudadanos pueden quedar con su conciencia irritada o frustrada, pero conservan sus valores, sus principios, sus religiones. No sucede lo mismo cuando la derrota es de las mentes y las ideas. En este caso la destrucción abarca todas las dimensiones del ser humano y daña las áreas religiosas, psicológicas, filosóficas, económicas, militares y por supuesto, las políticas. Un candidato habla de “que ya les toca” (un pedazo del “pastel”—de las riquezas de la nación), hablan de libertad, y a sus seguidores jamás se las han dado en toda la historia de todos los países donde han optado por su forma de gobernar. Las libertades más bien las asignan para homosexuales, lesbianas, consumo de drogas, aborto, eutanasia, etc.; hablan de igualdad y no la dan; hablan de preferir a los pobres y los vuelven más pobres, y de paso incluyen a los pocos ricos y a los muchos de la clase media. Hablan de libertad religiosa y desatan persecuciones contra los creyentes optando ellos por los evangélicos; hablan de mejorar las relaciones internacionales y se enfrentan a nuestros principales socios comerciales y turísticos y forman alianzas con los que ya tienen esclavizados a sus pueblos.

Previo al choque de las armas, siempre está el enfrentamiento de las ideas y de las mentes. El país está en nuestras manos, o más bien dicho, en nuestro voto.