/ jueves 7 de mayo de 2020

El Covid-19 del populismo

Hace poco más de un mes, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) aún invitaba a la ciudadanía a comer en restaurantes y fondas cuando ya se anunciaba, oficialmente, la fase dos de la contingencia del coronavirus, probando, una vez más, que tan pronto la burocracia se apodera del escritorio, ocurre algo misterioso y terrible: la letra sustituye al espíritu y los líderes se infectan, volviéndose en caballeros de la ignorancia, paladines del papeleo y campeones de la confusión, como diría Paul Tabori. Si el político inteligente sucumbe a la infección, ¿qué será del que nunca lo ha sido?

Y si la infección ha permanecido latente durante años, ya en el poder, se vuelve en un portador activo y vector de infección encarnando el nebuloso espíritu revolucionario que nada concreta, que confunde delito con intención, con la ingenuidad del que cree avanzar marchando hacia atrás, creando problemas nuevos para sentirse útil, que amplía los castigos con la ambigüedad del decreto, torturando metódicamente a millones de personas con sus decisiones, que usan todos los recursos para quebrantar la voluntad, que recluta personal con el perfil de no pensar, etc.

La infección se extiende como un vibrión, con el arquetipo de la izquierda populista, torpe y miope, que ha hecho carrera en la Cuarta Transformación (4T), haciendo complejo lo que es simple, sinuoso lo que es directo, y convirtiendo lo corriente en una verdad profunda y reveladora, de tal manera, que los errores se ocultan, los pequeños éxitos accidentales se ensalzan y el despilfarro se vuelve justicia social. El resultado de ello son instituciones agrietadas, sostenidas precariamente por pequeños tiranos revestidos de papeles oficiales que encadenan la libertad y la iniciativa privada.

Pero aún es tiempo, no de hacer plana la curva de infección, sino de que desaparezca. Hasta ahora, la oscuridad ha sido un factor esencial para el sometimiento de las almas y pide a gritos un contubernio con el crimen al que ve como un allegado social que fomenta el espíritu colectivizador, como una variedad de la lucha de clases, aunque sea aficionado a la propiedad ajena. Sólo hasta el momento en que las víctimas griten las fallas del sistema será posible escapar de la opresión, si es que desean recuperar algo de lo perdido y evitar perder más de lo que tienen.

El asunto parece impresionante, porque los aliados del Estado benefactor engordan con la escasez y prosperan en los momentos de crisis, mientras que la paz jamás puede ofrecerles tantas oportunidades de ejercer sus pequeñas tiranías para amargar la vida de sus semejantes, pero al menos, empecemos por reconocer que el humor inconsciente caracteriza a la estupidez tanto como el papeleo interminable, y que ninguna guerra fue ganada por funcionarios; pero en cambio, varias estuvieron a punto de ser perdidas por ellos. agusperezr@hotmail.com


Hace poco más de un mes, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) aún invitaba a la ciudadanía a comer en restaurantes y fondas cuando ya se anunciaba, oficialmente, la fase dos de la contingencia del coronavirus, probando, una vez más, que tan pronto la burocracia se apodera del escritorio, ocurre algo misterioso y terrible: la letra sustituye al espíritu y los líderes se infectan, volviéndose en caballeros de la ignorancia, paladines del papeleo y campeones de la confusión, como diría Paul Tabori. Si el político inteligente sucumbe a la infección, ¿qué será del que nunca lo ha sido?

Y si la infección ha permanecido latente durante años, ya en el poder, se vuelve en un portador activo y vector de infección encarnando el nebuloso espíritu revolucionario que nada concreta, que confunde delito con intención, con la ingenuidad del que cree avanzar marchando hacia atrás, creando problemas nuevos para sentirse útil, que amplía los castigos con la ambigüedad del decreto, torturando metódicamente a millones de personas con sus decisiones, que usan todos los recursos para quebrantar la voluntad, que recluta personal con el perfil de no pensar, etc.

La infección se extiende como un vibrión, con el arquetipo de la izquierda populista, torpe y miope, que ha hecho carrera en la Cuarta Transformación (4T), haciendo complejo lo que es simple, sinuoso lo que es directo, y convirtiendo lo corriente en una verdad profunda y reveladora, de tal manera, que los errores se ocultan, los pequeños éxitos accidentales se ensalzan y el despilfarro se vuelve justicia social. El resultado de ello son instituciones agrietadas, sostenidas precariamente por pequeños tiranos revestidos de papeles oficiales que encadenan la libertad y la iniciativa privada.

Pero aún es tiempo, no de hacer plana la curva de infección, sino de que desaparezca. Hasta ahora, la oscuridad ha sido un factor esencial para el sometimiento de las almas y pide a gritos un contubernio con el crimen al que ve como un allegado social que fomenta el espíritu colectivizador, como una variedad de la lucha de clases, aunque sea aficionado a la propiedad ajena. Sólo hasta el momento en que las víctimas griten las fallas del sistema será posible escapar de la opresión, si es que desean recuperar algo de lo perdido y evitar perder más de lo que tienen.

El asunto parece impresionante, porque los aliados del Estado benefactor engordan con la escasez y prosperan en los momentos de crisis, mientras que la paz jamás puede ofrecerles tantas oportunidades de ejercer sus pequeñas tiranías para amargar la vida de sus semejantes, pero al menos, empecemos por reconocer que el humor inconsciente caracteriza a la estupidez tanto como el papeleo interminable, y que ninguna guerra fue ganada por funcionarios; pero en cambio, varias estuvieron a punto de ser perdidas por ellos. agusperezr@hotmail.com