/ lunes 23 de agosto de 2021

El declive

Por: Rafael Espino

Cierto dramaturgo español, que recibió el premio Nobel de Literatura hace 99 años, escribió:

“... el entendimiento es la conciencia de la verdad, y el que llega a perderla entre las mentiras de su vida, es como si se perdiera a sí propio, porque ya nunca volverá a encontrarse ni a conocerse, y él mismo vendrá a ser otra mentira”.

En el lenguaje popular mexicano, este fenómeno lo explicamos con una frase puntual, diciendo que tal o cual individuo “ya se la creyó”; es decir, que ya es él mismo parte sustantiva de su propia mentira (tal y como lo explica con claridad Jacinto Benavente, en boca de su personaje Crispín).

Falsear es desde luego reprobable, pero creer la mentira es ir más allá; es entrar en un último proceso de descomposición, del cual ya no hay retorno. En el caso de los gobernantes, a esa etapa le sigue la del fanatismo y eventualmente, la del declive total.

Esto viene al caso por las recientes declaraciones que ha estado realizando en medios nacionales el “todavía por unos días gobernador” Javier Corral.

Al margen de que es cierto que la gobernadora electa de Chihuahua tiene que responder a las acusaciones que las autoridades le han formulado y que también es evidente que el prianismo está en Chihuahua por desgracia más vivo que nunca (no se necesita ser perspicaz para ver a exfuncionarios del PRI, del PAN e inclusive de Morena, otrora serviles de César Duarte o de su paje Javier Garfio, felices y prontos a ostentar sus nuevos puestos en las próximas administraciones, estatal y municipal); también es verdad que Javier Corral facilitó lo anterior de forma tal que, si no fuera por su probada ineficiencia, se podría hasta sospechar que fue eso lo que se propuso desde el principio: reinstalar al duartismo en Chihuahua.

A través de una pésima administración, de unos procesos penales caros, muy caros, opacos, no pocas veces antijurídicos y en general, de una total indiferencia a todo lo que no fuese labor de propaganda de su imagen de “justiciero”, Corral logró lo impensable: que el pueblo de Chihuahua prefiriera regresar al pasado, a lo “malo por conocido”. A todo aquello que se transparenta en la frase lapidaria y popular que, a escasos 2 años de su administración, ya se escuchaba en Chihuahua:

“Estábamos mejor cuando estábamos peor”.

El gobernador fue reprobado por los chihuahuenses en cada ocasión que éstos tuvieron para evaluar su desempeño. Desde las elecciones intermedias, hasta el final, cuando la gente decidió darle su voto de confianza (aunque fuera por default) a Maru Campos, contra quien Corral se había lanzado con todo.

En pocas palabras, los mismos ciudadanos que, hartos de la corrupción duartista/priista, le otorgaron el mandato de gobernador a Corral, después de haber experimentado en carne propia los resultados de su vocinglera incompetencia, optaron por dar marcha atrás, aún y cuando esto significara volver a lo que antes habían repudiado.

Hoy en día escuchar a Javier Corral en los noticieros nacionales, insistiendo en su discurso demagogo e ignorante, es corroborar su proceso de descomposición absoluta: continuamente habla de cómo “los acusados no demostraron su inocencia” (en nuestro sistema judicial, el imputado no sólo no es culpable hasta que no haya sido declarado como tal después del juicio, sino que no tiene que probar su inocencia jamás. Es la fiscalía la que tiene que probar la supuesta culpabilidad).

La realidad que conocen muy bien todos los chihuahuenses, es que Javier Corral deja al estado en ruinas, sin obra pública, con el narco vibrante y la violencia a la orden del día; con una deuda pública aún mayor de la que recibió y lo que es peor, con una sociedad harta y desencantada, ya no sólo por la corrupción de sus gobernantes (de la cual por cierto no fue ausente la administración de Corral y como pequeña muestra está la consejera de la judicatura nombrada por el gobernador, que impuso ilegalmente a una gran cantidad de jueces), sino por la ineficiencia, charlatanería y total indiferencia de un gobernante que, lejos de enmendar las cosas, las empeoró, usando el mandato que le otorgó la ciudadanía tan sólo como un atributo más de su histrionismo.


Por: Rafael Espino

Cierto dramaturgo español, que recibió el premio Nobel de Literatura hace 99 años, escribió:

“... el entendimiento es la conciencia de la verdad, y el que llega a perderla entre las mentiras de su vida, es como si se perdiera a sí propio, porque ya nunca volverá a encontrarse ni a conocerse, y él mismo vendrá a ser otra mentira”.

En el lenguaje popular mexicano, este fenómeno lo explicamos con una frase puntual, diciendo que tal o cual individuo “ya se la creyó”; es decir, que ya es él mismo parte sustantiva de su propia mentira (tal y como lo explica con claridad Jacinto Benavente, en boca de su personaje Crispín).

Falsear es desde luego reprobable, pero creer la mentira es ir más allá; es entrar en un último proceso de descomposición, del cual ya no hay retorno. En el caso de los gobernantes, a esa etapa le sigue la del fanatismo y eventualmente, la del declive total.

Esto viene al caso por las recientes declaraciones que ha estado realizando en medios nacionales el “todavía por unos días gobernador” Javier Corral.

Al margen de que es cierto que la gobernadora electa de Chihuahua tiene que responder a las acusaciones que las autoridades le han formulado y que también es evidente que el prianismo está en Chihuahua por desgracia más vivo que nunca (no se necesita ser perspicaz para ver a exfuncionarios del PRI, del PAN e inclusive de Morena, otrora serviles de César Duarte o de su paje Javier Garfio, felices y prontos a ostentar sus nuevos puestos en las próximas administraciones, estatal y municipal); también es verdad que Javier Corral facilitó lo anterior de forma tal que, si no fuera por su probada ineficiencia, se podría hasta sospechar que fue eso lo que se propuso desde el principio: reinstalar al duartismo en Chihuahua.

A través de una pésima administración, de unos procesos penales caros, muy caros, opacos, no pocas veces antijurídicos y en general, de una total indiferencia a todo lo que no fuese labor de propaganda de su imagen de “justiciero”, Corral logró lo impensable: que el pueblo de Chihuahua prefiriera regresar al pasado, a lo “malo por conocido”. A todo aquello que se transparenta en la frase lapidaria y popular que, a escasos 2 años de su administración, ya se escuchaba en Chihuahua:

“Estábamos mejor cuando estábamos peor”.

El gobernador fue reprobado por los chihuahuenses en cada ocasión que éstos tuvieron para evaluar su desempeño. Desde las elecciones intermedias, hasta el final, cuando la gente decidió darle su voto de confianza (aunque fuera por default) a Maru Campos, contra quien Corral se había lanzado con todo.

En pocas palabras, los mismos ciudadanos que, hartos de la corrupción duartista/priista, le otorgaron el mandato de gobernador a Corral, después de haber experimentado en carne propia los resultados de su vocinglera incompetencia, optaron por dar marcha atrás, aún y cuando esto significara volver a lo que antes habían repudiado.

Hoy en día escuchar a Javier Corral en los noticieros nacionales, insistiendo en su discurso demagogo e ignorante, es corroborar su proceso de descomposición absoluta: continuamente habla de cómo “los acusados no demostraron su inocencia” (en nuestro sistema judicial, el imputado no sólo no es culpable hasta que no haya sido declarado como tal después del juicio, sino que no tiene que probar su inocencia jamás. Es la fiscalía la que tiene que probar la supuesta culpabilidad).

La realidad que conocen muy bien todos los chihuahuenses, es que Javier Corral deja al estado en ruinas, sin obra pública, con el narco vibrante y la violencia a la orden del día; con una deuda pública aún mayor de la que recibió y lo que es peor, con una sociedad harta y desencantada, ya no sólo por la corrupción de sus gobernantes (de la cual por cierto no fue ausente la administración de Corral y como pequeña muestra está la consejera de la judicatura nombrada por el gobernador, que impuso ilegalmente a una gran cantidad de jueces), sino por la ineficiencia, charlatanería y total indiferencia de un gobernante que, lejos de enmendar las cosas, las empeoró, usando el mandato que le otorgó la ciudadanía tan sólo como un atributo más de su histrionismo.


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