/ viernes 13 de mayo de 2022

El desencanto del cristianismo

Desafortunadamente son muchos los bautizados —fieles de Cristo— que no se interesan en vivir como auténticos cristianos, pues les resulta molesta, y hasta ridícula, la imagen de aquellos que viven encorsetados por sus escrúpulos preguntándose si todo lo que hacen es pecado o no. La imagen asfixiante de éstos está muy lejos de la alegría interna, y externa, del verdadero discípulo de Jesús que sabe conjugar las exigencias de su maestro, con la naturalidad y libertad de quien quiere corresponder con amor al amor, aunque, lógicamente, le cueste.

La imagen que el mundo espera de la religión católica debe ser optimista y atractiva. Sin embargo, la idea que se tiene de los santos, que ella nos pone como modelos de vida, está muy deteriorada cada vez que se les presenta como seres extraños desligados de las realidades mundanas por considerarlas superfluas y despreciables.

Joaquín Navarro Valls, quien fuera vocero de la Santa Sede durante el pontificado de Juan Pablo II, afirma: “Fuera de las hornacinas de las iglesias, al santo no sabemos dónde colocarlo. Esto es en parte consecuencia de la crisis de modelos que caracteriza nuestra cultura. Al héroe se le reconoce vigencia sólo en la literatura. Y al santo, en la penumbra inofensiva de los templos. Pero en la vida, es decir, en nuestra realidad inmediata, ambos viven sólo como sombras irreales, como arquetipos más cercanos al mito que al modelo de quien se puede aprender o a quien se debe imitar.

En nuestra obsesión por ser libres vivimos rechazando las normas, los estatutos, los diez mandamientos de la Ley de Dios, y así dejamos que el timón de nuestra vida quede en manos de la comodidad, de los sentimientos o de lo que dicte la moda social y, con frecuencia, todo ello nos conduce a una esclavitud que no nos puede hacer felices, pues simplemente nos proporcionan ratos de diversión y placer… a veces cobrándonos facturas muy caras.

A veces cuando confieso a niños les pregunto: ¿Y por qué te estás portando así? Mira, cuesta lo mismo portarse bien que portarse mal. Si obedeces a tus papás, te llevas bien con tus hermanos y cumples con tus obligaciones en la escuela, haciendo tus tareas, no te van a regañar ni castigar y, además, te la vas a pasar mejor, vas a estar más contento. No seas tonto.

Nosotros no perdemos de vista que el santo es aquel que vive plenamente en el amor; quien es capaz no sólo de dar su vida en un acto de bravura, sino mucho más, es capaz de darse a diario a los demás por amor a Dios, aunque su entrega pase desapercibida a los ojos de los demás, y en ello encuentra su felicidad…, una felicidad que no depende de sueldos, prestaciones, viajes ni vacaciones, sino de la posibilidad de amar. Esto es lo que hace libres a los santos, con una libertad que el mundo sólo promete, pero… no nos cumple.


www.padrealejandro.org


Desafortunadamente son muchos los bautizados —fieles de Cristo— que no se interesan en vivir como auténticos cristianos, pues les resulta molesta, y hasta ridícula, la imagen de aquellos que viven encorsetados por sus escrúpulos preguntándose si todo lo que hacen es pecado o no. La imagen asfixiante de éstos está muy lejos de la alegría interna, y externa, del verdadero discípulo de Jesús que sabe conjugar las exigencias de su maestro, con la naturalidad y libertad de quien quiere corresponder con amor al amor, aunque, lógicamente, le cueste.

La imagen que el mundo espera de la religión católica debe ser optimista y atractiva. Sin embargo, la idea que se tiene de los santos, que ella nos pone como modelos de vida, está muy deteriorada cada vez que se les presenta como seres extraños desligados de las realidades mundanas por considerarlas superfluas y despreciables.

Joaquín Navarro Valls, quien fuera vocero de la Santa Sede durante el pontificado de Juan Pablo II, afirma: “Fuera de las hornacinas de las iglesias, al santo no sabemos dónde colocarlo. Esto es en parte consecuencia de la crisis de modelos que caracteriza nuestra cultura. Al héroe se le reconoce vigencia sólo en la literatura. Y al santo, en la penumbra inofensiva de los templos. Pero en la vida, es decir, en nuestra realidad inmediata, ambos viven sólo como sombras irreales, como arquetipos más cercanos al mito que al modelo de quien se puede aprender o a quien se debe imitar.

En nuestra obsesión por ser libres vivimos rechazando las normas, los estatutos, los diez mandamientos de la Ley de Dios, y así dejamos que el timón de nuestra vida quede en manos de la comodidad, de los sentimientos o de lo que dicte la moda social y, con frecuencia, todo ello nos conduce a una esclavitud que no nos puede hacer felices, pues simplemente nos proporcionan ratos de diversión y placer… a veces cobrándonos facturas muy caras.

A veces cuando confieso a niños les pregunto: ¿Y por qué te estás portando así? Mira, cuesta lo mismo portarse bien que portarse mal. Si obedeces a tus papás, te llevas bien con tus hermanos y cumples con tus obligaciones en la escuela, haciendo tus tareas, no te van a regañar ni castigar y, además, te la vas a pasar mejor, vas a estar más contento. No seas tonto.

Nosotros no perdemos de vista que el santo es aquel que vive plenamente en el amor; quien es capaz no sólo de dar su vida en un acto de bravura, sino mucho más, es capaz de darse a diario a los demás por amor a Dios, aunque su entrega pase desapercibida a los ojos de los demás, y en ello encuentra su felicidad…, una felicidad que no depende de sueldos, prestaciones, viajes ni vacaciones, sino de la posibilidad de amar. Esto es lo que hace libres a los santos, con una libertad que el mundo sólo promete, pero… no nos cumple.


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