/ viernes 6 de noviembre de 2020

El diálogo y vida democrática

Etimológicamente, diálogo significa discurso entre dos. Esto quiere decir que hay diálogo justo donde se aporta y se recibe, se da y se toma, se cuestiona y se es cuestionado, se señala y se es señalado. Diálogo es un doble sentido, es ida y vuelta que supone igualdad de las partes, las que generan, mediante el ejercicio de la razón, un aprendizaje común.

Por lo anterior, se entiende perfectamente por qué el diálogo es un factor necesario para la vida democrática, la cual supone la discusión de los temas que interesan a todos los integrantes de una sociedad. La democracia no se sostiene sin diálogo, sin el cual las relaciones políticas son de imposición, autoritarias.

Cuando vemos la confrontación que se ha dado entre el gobierno federal y la llamada Alianza Federalista, conformada por gobernadores estatales inconformes con algunas decisiones federales, de inmediato nos aparece la imagen de agentes pendencieros, partes incompetentes para dialogar y enfrentar así las diferencias y procurar soluciones satisfactorias para todos.

Esta imagen de la política mexicana sí que es de lamentarse, y la responsabilidad de la misma se detecta entre los protagonistas de esa reyerta politiquera hacia la cual muchos ciudadanos muestran reprobación, aunque -cierto- algunos otros toman partido y lanzan sus respectivas “porras”.

Entonces, sin disposición al diálogo, no podemos afirmar que las actitudes de los gobernantes sean propias de estadistas democráticos. Las “bravuconadas” no son un gesto de actores políticos éticamente responsables con los valores democráticos. Y los ciudadanos deberíamos de estar plenamente conscientes de esta falta que se comete en los niveles del poder.

Pero no basta que el ciudadano se dé cuenta del error de sus gobernantes; es necesario que asuma su papel en la vida democrática (que va más allá del voto) y participe señalando la irresponsabilidad de quienes están al frente del gobierno. Hay una responsabilidad cívica que se debe fomentar para hacer frente a la irresponsabilidad del gobierno.

Los gobernantes harían bien en anteponer la voluntad de llegar a acuerdos, porque en esto consiste la esencia de la política, en el logro de pactos para la estabilidad y desarrollo de la sociedad que se gobierna. ¿Y cómo alcanzar el acuerdo? Mediante el diálogo, hablando y escuchando, razonando y argumentando.

Los ciudadanos ya estamos más atentos de las actitudes pendencieras de nuestros gobernantes, en las cuales se proyecta una falsa indignación y una descarada manipulación, pero no una auténtica preocupación por el bien público. En esas confrontaciones de poder se atisba siempre una lucha de egos.

La vida democrática debe imponer el diálogo, por el bien de todos, por el respeto a todos. La democracia se nutre de acuerdos entre las partes que dialogan. Los ciudadanos merecemos respeto por parte de nuestros gobernantes y tenemos el derecho a exigirlo.




Etimológicamente, diálogo significa discurso entre dos. Esto quiere decir que hay diálogo justo donde se aporta y se recibe, se da y se toma, se cuestiona y se es cuestionado, se señala y se es señalado. Diálogo es un doble sentido, es ida y vuelta que supone igualdad de las partes, las que generan, mediante el ejercicio de la razón, un aprendizaje común.

Por lo anterior, se entiende perfectamente por qué el diálogo es un factor necesario para la vida democrática, la cual supone la discusión de los temas que interesan a todos los integrantes de una sociedad. La democracia no se sostiene sin diálogo, sin el cual las relaciones políticas son de imposición, autoritarias.

Cuando vemos la confrontación que se ha dado entre el gobierno federal y la llamada Alianza Federalista, conformada por gobernadores estatales inconformes con algunas decisiones federales, de inmediato nos aparece la imagen de agentes pendencieros, partes incompetentes para dialogar y enfrentar así las diferencias y procurar soluciones satisfactorias para todos.

Esta imagen de la política mexicana sí que es de lamentarse, y la responsabilidad de la misma se detecta entre los protagonistas de esa reyerta politiquera hacia la cual muchos ciudadanos muestran reprobación, aunque -cierto- algunos otros toman partido y lanzan sus respectivas “porras”.

Entonces, sin disposición al diálogo, no podemos afirmar que las actitudes de los gobernantes sean propias de estadistas democráticos. Las “bravuconadas” no son un gesto de actores políticos éticamente responsables con los valores democráticos. Y los ciudadanos deberíamos de estar plenamente conscientes de esta falta que se comete en los niveles del poder.

Pero no basta que el ciudadano se dé cuenta del error de sus gobernantes; es necesario que asuma su papel en la vida democrática (que va más allá del voto) y participe señalando la irresponsabilidad de quienes están al frente del gobierno. Hay una responsabilidad cívica que se debe fomentar para hacer frente a la irresponsabilidad del gobierno.

Los gobernantes harían bien en anteponer la voluntad de llegar a acuerdos, porque en esto consiste la esencia de la política, en el logro de pactos para la estabilidad y desarrollo de la sociedad que se gobierna. ¿Y cómo alcanzar el acuerdo? Mediante el diálogo, hablando y escuchando, razonando y argumentando.

Los ciudadanos ya estamos más atentos de las actitudes pendencieras de nuestros gobernantes, en las cuales se proyecta una falsa indignación y una descarada manipulación, pero no una auténtica preocupación por el bien público. En esas confrontaciones de poder se atisba siempre una lucha de egos.

La vida democrática debe imponer el diálogo, por el bien de todos, por el respeto a todos. La democracia se nutre de acuerdos entre las partes que dialogan. Los ciudadanos merecemos respeto por parte de nuestros gobernantes y tenemos el derecho a exigirlo.