/ lunes 4 de octubre de 2021

El Espectador | “¿Me van a dejar hablar?, ¿me van a respetar? Guarden silencio”

La irrupción de manifestantes a una conferencia del presidente Andrés Manuel López Obrador en Puebla, gobernada por Miguel Barbosa, causó más que molestia al titular del Ejecutivo, pues es la segunda vez en el último mes y medio que los mandatarios de su propio partido no pueden garantizar la tranquilidad que presume en sus giras por el país.

Recordemos que apenas la última semana de agosto, maestros, estudiantes normalistas y trabajadores de la salud protestaron y retuvieron al mandatario nacional en Chiapas, donde también se había anticipado al gobernador Rutilio Escandón que habría movilizaciones de ciudadanos inconformes y, a pesar de ello, no se tomaron acciones para prevenir los inconvenientes.

“¿Nos van a dejar hablar?, ¿me van a escuchar?, ¿van a guardar silencio?, ¿van a guardar silencio?”, dijo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ayer cuando reventaron su conferencia.

Minutos antes sonreía satisfecho.

“Me da mucho gusto estar de nuevo en Huauchinango y celebro la compañía del gobernador de Puebla, Miguel Barbosa, que siempre ha estado trabajando en coordinación con el gobierno federal, vamos juntos”, decía en Puebla el mandatario a manera de introducción a su conferencia. “Ahora que enfrentamos este huracán, hasta se nos adelantó, y el gobierno de Puebla tomó decisiones rápidas, prontas y hasta nos mandó a decir que no nos preocupáramos, que ellos se hacían cargo de algunas cosas. De todas maneras, nosotros decidimos participar en Puebla y hacerlo de manera conjunta. Pero quiero subrayarlo porque eso fue lo que nos mandó a decir el gobernador, que él se hacía cargo y que además desde los primeros días empezaron a actuar abriendo caminos, repartiendo despensas, ayudando a la gente aquí en Puebla, lo quiero reconocer. Me da mucho gusto estar en Huauchinango”.

Aunque claramente minutos después se arrepintió.

Los manifestantes gritaban y estaban cerca de López Obrador exigiendo la palabra.

--Presidente, por favor, ¿me permite hablar?, por favor—, dijo uno de ellos.

--No, no, espérame—, respondió el Presidente.

--Por favor...

--Espérame...

--Por favor, es que está en peligro la vida de mi familia...

--Espérate, espérate, ahorita… ¿Me van a permitir hablar? A ver, pero hazte a un lado, a un ladito, a un lado, a un ladito.

Andrés Manuel López Obrador estaba enojado ya. No fue como cualquiera de sus mañaneras, en un ambiente controlado y preguntas a modo. No estaban sus porristas y los que lo cuidan dejaron pasar al pueblo bueno, pero molesto.

“¿Me van a dejar hablar?, ¿me van a respetar? Guarden silencio”, exigió el Presidente de México.

Y se callaron para escuchar su mensaje, que fue breve y no los ayudó en nada.

“Miren, estamos aquí, porque se está llevando a cabo la evaluación del programa de apoyo a damnificados, se está ayudando a la gente como nunca se había ayudado. ¿O estoy mintiendo?”.

Dijo rápidamente.

Siguió y siguió acelerando:

“Y yo entiendo que ustedes quisieran todos verme a mí que yo les atendiera personalmente, porque todos tienen sus problemas, pero tenemos que buscar la manera de comunicarnos, porque somos millones y desgraciadamente hay muchos problemas, grandes y graves problemas nacionales y hay que actuar pensando en que se atienda de manera general, de manera colectiva, porque si atendemos uno a uno no vamos va a avanzar, no me va a alcanzar el tiempo, trabajo 16 horas diarias sin descanso, pero tengo que buscar la forma con mis apoyos, que son los servidores públicos, para atenderles a todos.

Y de pronto, como si nada, se despidió sin dialogar con ellos:

“Ahora pues ya llegaron ustedes, son bienvenidos, y ya terminamos nuestra reunión. Les van a atender a todos, les van a atender, aquí va a quedarse el secretario de Bienestar, la secretaria de Seguridad, los dos van a quedar aquí en este salón y les van a atender de todas sus preocupaciones, sus demandas, sus peticiones. Yo tengo que ir a Tlaxcala, porque tengo que ir de pueblo en pueblo”.

Y se fue.

La irrupción de manifestantes a una conferencia del presidente Andrés Manuel López Obrador en Puebla, gobernada por Miguel Barbosa, causó más que molestia al titular del Ejecutivo, pues es la segunda vez en el último mes y medio que los mandatarios de su propio partido no pueden garantizar la tranquilidad que presume en sus giras por el país.

Recordemos que apenas la última semana de agosto, maestros, estudiantes normalistas y trabajadores de la salud protestaron y retuvieron al mandatario nacional en Chiapas, donde también se había anticipado al gobernador Rutilio Escandón que habría movilizaciones de ciudadanos inconformes y, a pesar de ello, no se tomaron acciones para prevenir los inconvenientes.

“¿Nos van a dejar hablar?, ¿me van a escuchar?, ¿van a guardar silencio?, ¿van a guardar silencio?”, dijo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ayer cuando reventaron su conferencia.

Minutos antes sonreía satisfecho.

“Me da mucho gusto estar de nuevo en Huauchinango y celebro la compañía del gobernador de Puebla, Miguel Barbosa, que siempre ha estado trabajando en coordinación con el gobierno federal, vamos juntos”, decía en Puebla el mandatario a manera de introducción a su conferencia. “Ahora que enfrentamos este huracán, hasta se nos adelantó, y el gobierno de Puebla tomó decisiones rápidas, prontas y hasta nos mandó a decir que no nos preocupáramos, que ellos se hacían cargo de algunas cosas. De todas maneras, nosotros decidimos participar en Puebla y hacerlo de manera conjunta. Pero quiero subrayarlo porque eso fue lo que nos mandó a decir el gobernador, que él se hacía cargo y que además desde los primeros días empezaron a actuar abriendo caminos, repartiendo despensas, ayudando a la gente aquí en Puebla, lo quiero reconocer. Me da mucho gusto estar en Huauchinango”.

Aunque claramente minutos después se arrepintió.

Los manifestantes gritaban y estaban cerca de López Obrador exigiendo la palabra.

--Presidente, por favor, ¿me permite hablar?, por favor—, dijo uno de ellos.

--No, no, espérame—, respondió el Presidente.

--Por favor...

--Espérame...

--Por favor, es que está en peligro la vida de mi familia...

--Espérate, espérate, ahorita… ¿Me van a permitir hablar? A ver, pero hazte a un lado, a un ladito, a un lado, a un ladito.

Andrés Manuel López Obrador estaba enojado ya. No fue como cualquiera de sus mañaneras, en un ambiente controlado y preguntas a modo. No estaban sus porristas y los que lo cuidan dejaron pasar al pueblo bueno, pero molesto.

“¿Me van a dejar hablar?, ¿me van a respetar? Guarden silencio”, exigió el Presidente de México.

Y se callaron para escuchar su mensaje, que fue breve y no los ayudó en nada.

“Miren, estamos aquí, porque se está llevando a cabo la evaluación del programa de apoyo a damnificados, se está ayudando a la gente como nunca se había ayudado. ¿O estoy mintiendo?”.

Dijo rápidamente.

Siguió y siguió acelerando:

“Y yo entiendo que ustedes quisieran todos verme a mí que yo les atendiera personalmente, porque todos tienen sus problemas, pero tenemos que buscar la manera de comunicarnos, porque somos millones y desgraciadamente hay muchos problemas, grandes y graves problemas nacionales y hay que actuar pensando en que se atienda de manera general, de manera colectiva, porque si atendemos uno a uno no vamos va a avanzar, no me va a alcanzar el tiempo, trabajo 16 horas diarias sin descanso, pero tengo que buscar la forma con mis apoyos, que son los servidores públicos, para atenderles a todos.

Y de pronto, como si nada, se despidió sin dialogar con ellos:

“Ahora pues ya llegaron ustedes, son bienvenidos, y ya terminamos nuestra reunión. Les van a atender a todos, les van a atender, aquí va a quedarse el secretario de Bienestar, la secretaria de Seguridad, los dos van a quedar aquí en este salón y les van a atender de todas sus preocupaciones, sus demandas, sus peticiones. Yo tengo que ir a Tlaxcala, porque tengo que ir de pueblo en pueblo”.

Y se fue.