/ viernes 13 de septiembre de 2019

El futuro de la Iglesia

El papa emérito Benedicto XVI —conocido como el padre Joseph Ratzinger, y más tarde como cardenal— comentó en una entrevista radiofónica en 1969 unas opiniones que podrían sonar como proféticas. Recojo aquí algunas de sus palabras.

La Iglesia del mañana será pequeña, y en gran medida tendrá que comenzar desde el principio. Ya no podrá llenar muchos edificios construidos en tiempos de esplendor. Junto con el número de fieles perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará sobre todo como una comunidad a la cual se ingresa sólo por una decisión voluntaria. Como comunidad pequeña exigirá mucho más la iniciativa de sus miembros. Seguramente adoptará nuevas formas en su ministerio, y ordenará sacerdotes a cristianos probados profesionalmente… Pero de esta Iglesia, más espiritual y sencilla, brotará una gran fuerza porque los hombres del mundo completamente planificado padecerán una soledad indecible. Cuando Dios desaparezca de sus vidas experimentarán su total y terrible pobreza. Así pues descubrirán la pequeña comunidad de creyentes como algo completamente nuevo, como una esperanza, como una respuesta que en lo oculto siempre estaban buscando.

Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la prueba de la fe y declaran falso y superado todo lo que es exigente, lo que le causa dolor y les obliga a renunciar a sí mismos. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia quedará marcado de nuevo con el sello de los santos.

La generosidad que libera a las personas se alcanza sólo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo… Si hoy apenas podemos percibir a Dios, se debe a nuestra superficialidad, a nuestra existencia anestesiada por la comodidad.

Esto significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe, son palabras huecas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en oraciones políticas. Esa religiosidad es completamente superflua y por eso desaparecerá. En cambio permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho humano y que nos promete la vida más allá de la muerte.

www.padrealejandro.org

El papa emérito Benedicto XVI —conocido como el padre Joseph Ratzinger, y más tarde como cardenal— comentó en una entrevista radiofónica en 1969 unas opiniones que podrían sonar como proféticas. Recojo aquí algunas de sus palabras.

La Iglesia del mañana será pequeña, y en gran medida tendrá que comenzar desde el principio. Ya no podrá llenar muchos edificios construidos en tiempos de esplendor. Junto con el número de fieles perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará sobre todo como una comunidad a la cual se ingresa sólo por una decisión voluntaria. Como comunidad pequeña exigirá mucho más la iniciativa de sus miembros. Seguramente adoptará nuevas formas en su ministerio, y ordenará sacerdotes a cristianos probados profesionalmente… Pero de esta Iglesia, más espiritual y sencilla, brotará una gran fuerza porque los hombres del mundo completamente planificado padecerán una soledad indecible. Cuando Dios desaparezca de sus vidas experimentarán su total y terrible pobreza. Así pues descubrirán la pequeña comunidad de creyentes como algo completamente nuevo, como una esperanza, como una respuesta que en lo oculto siempre estaban buscando.

Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la prueba de la fe y declaran falso y superado todo lo que es exigente, lo que le causa dolor y les obliga a renunciar a sí mismos. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia quedará marcado de nuevo con el sello de los santos.

La generosidad que libera a las personas se alcanza sólo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo… Si hoy apenas podemos percibir a Dios, se debe a nuestra superficialidad, a nuestra existencia anestesiada por la comodidad.

Esto significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe, son palabras huecas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en oraciones políticas. Esa religiosidad es completamente superflua y por eso desaparecerá. En cambio permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho humano y que nos promete la vida más allá de la muerte.

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