/ viernes 18 de diciembre de 2020

El guajolote a escena


Después de inaugurar un camino rural en Santa Ana, Oaxaca, el presidente Andrés Manuel López Obrador detuvo la marcha de su camioneta y bajó para acercarse a una mujer que le regaló un guajolote y mezcal. Esa es la escena de hace unos días que se convirtió en nota periodística, más por la ausencia de cubrebocas y de sana distancia que por otra cosa.

Hay quien cree que la acción del presidente de México es parte de la estrategia de comunicación social populista del actual gobierno. Fue una escena preparada para efectos de manipulación masiva. Más que una acción, se trató de una actuación para acentuar el contacto emotivo del mandatario con el pueblo.

Sí, una comunicación social populista, un diseño de transmisión de señales públicas que tiene como objetivo hacer sentir al pueblo que su gobernante está de su lado, que es uno más entre la multitud que clama por un benefactor con suficiente sensibilidad. (Hay que decir que el neoliberalismo tiene también su comunicación social manipuladora, ¡por supuesto!).

Es un chiste que el mensaje de bajarse a saludar a la mujer que llevaba el guajolote es el de que para ser atendidos por el gobernante debemos llevarle un guajolote. No nos imaginamos (ni esperamos) una fila de ciudadanos afuera de Palacio Nacional cargando cada uno con un gordo guajolote en sus brazos, seguros de que llevan la llave.

¿Cuál es el papel del guajolote en esta escena mencionada? Me parece que el guajolote es importante en el mensaje. Quienes diseñaron dicho acercamiento debieron pensar muy bien qué regalo llevaría en sus manos la mujer que en el sketch representaba al pueblo.

Si la mujer representaba al pueblo bueno y sabio, entonces el regalo debe corresponder con lo que tiene el pueblo bueno y sabio, una posesión cuidada y querida, un signo de disciplina y humildad populares. Añadamos, a esa disciplina y humildad populares, la generosidad y gratitud que hay en el desprendimiento.

El guajolote representa cuidados y -con ellos- un porvenir, una esperanza en la casa humilde. Eso lo vemos acá en Chihuahua, en la sierra, donde la crianza de animales es vital. Cuando una persona, sea o no rarámuri, hace el bien a una familia, ésta no duda en dar a cambio algo que le es muy valioso, algo que ha costado muchos cuidados.

Al entregar al benefactor un animal que ha recibido tantos cuidados, se realiza mucho más que un vulgar pago mercantilista, es una muestra de gratitud y hasta de honra para quien la recibe (esta es la esencia de lo que son los honorarios). Además, se trata de compartir con el benefactor el sentimiento que se tiene por el bien recibido.

Quizás las cámaras que captan la escena de AMLO con la mujer del guajolote hagan dudar de la autenticidad del acto. Las acciones políticas ante el pueblo y para el pueblo normalmente son impostadas. Quizás en la escena de Oaxaca no hay más que actuación con un guajolote en escena.


Después de inaugurar un camino rural en Santa Ana, Oaxaca, el presidente Andrés Manuel López Obrador detuvo la marcha de su camioneta y bajó para acercarse a una mujer que le regaló un guajolote y mezcal. Esa es la escena de hace unos días que se convirtió en nota periodística, más por la ausencia de cubrebocas y de sana distancia que por otra cosa.

Hay quien cree que la acción del presidente de México es parte de la estrategia de comunicación social populista del actual gobierno. Fue una escena preparada para efectos de manipulación masiva. Más que una acción, se trató de una actuación para acentuar el contacto emotivo del mandatario con el pueblo.

Sí, una comunicación social populista, un diseño de transmisión de señales públicas que tiene como objetivo hacer sentir al pueblo que su gobernante está de su lado, que es uno más entre la multitud que clama por un benefactor con suficiente sensibilidad. (Hay que decir que el neoliberalismo tiene también su comunicación social manipuladora, ¡por supuesto!).

Es un chiste que el mensaje de bajarse a saludar a la mujer que llevaba el guajolote es el de que para ser atendidos por el gobernante debemos llevarle un guajolote. No nos imaginamos (ni esperamos) una fila de ciudadanos afuera de Palacio Nacional cargando cada uno con un gordo guajolote en sus brazos, seguros de que llevan la llave.

¿Cuál es el papel del guajolote en esta escena mencionada? Me parece que el guajolote es importante en el mensaje. Quienes diseñaron dicho acercamiento debieron pensar muy bien qué regalo llevaría en sus manos la mujer que en el sketch representaba al pueblo.

Si la mujer representaba al pueblo bueno y sabio, entonces el regalo debe corresponder con lo que tiene el pueblo bueno y sabio, una posesión cuidada y querida, un signo de disciplina y humildad populares. Añadamos, a esa disciplina y humildad populares, la generosidad y gratitud que hay en el desprendimiento.

El guajolote representa cuidados y -con ellos- un porvenir, una esperanza en la casa humilde. Eso lo vemos acá en Chihuahua, en la sierra, donde la crianza de animales es vital. Cuando una persona, sea o no rarámuri, hace el bien a una familia, ésta no duda en dar a cambio algo que le es muy valioso, algo que ha costado muchos cuidados.

Al entregar al benefactor un animal que ha recibido tantos cuidados, se realiza mucho más que un vulgar pago mercantilista, es una muestra de gratitud y hasta de honra para quien la recibe (esta es la esencia de lo que son los honorarios). Además, se trata de compartir con el benefactor el sentimiento que se tiene por el bien recibido.

Quizás las cámaras que captan la escena de AMLO con la mujer del guajolote hagan dudar de la autenticidad del acto. Las acciones políticas ante el pueblo y para el pueblo normalmente son impostadas. Quizás en la escena de Oaxaca no hay más que actuación con un guajolote en escena.