/ lunes 31 de enero de 2022

El heredero legítimo

Por: Alejandro Domínguez

Pensar antes de hablar es un requisito indispensable en cualquier tipo de comunicación; muchas de las veces actuamos de manera inmediata, a partir del sentimiento que en el momento del hecho tenemos y expresamos nuestro sentir.

En política es admisible hablar de la construcción de un legado; es decir, las acciones por las cuales un gobernante pretende ser recordado y que éstas cobren relevancia en la historia. Así pues, se traza una ruta de acciones para que en el transcurrir del lapso de ejercicio de gobierno la narrativa y la acción material de obras cumplan el objetivo.

Sin embargo, hablar de un testamento político resulta una expresión que genera risa para algunos, suspicacia y una severa preocupación a otros.

La expresión de tener preparado su testamento político carece sin duda de una validez jurídica; no es admisible en el México de hoy heredar el ejercicio del gobierno y/o del poder; ante un requisito indispensable que tiene el generar el testamento, que es la muerte de quien lo dicta. Resulta imposible que ante la falta absoluta del presidente éste diga quién lo debe suceder, nuestra constitución tiene resuelta esa hipótesis.

Pero, la expresión no tenía un énfasis jurídico, me parece que tenía un mensaje político dirigido a su base de respaldo y a quienes militan en la corriente política que él encabeza; una expresión muy similar a aquella del licenciado Salinas de Gortari de “no se hagan bolas” “tenemos candidato”; en relación a que él ya decidió quién encabezará los destinos de su ideario político y de su movimiento en el próximo proceso electoral; una expresión en la sucesión anticipada que vivimos; que de momento puso a algunos a pensar sobre la salud del presidente, pero a otros les dio una indicación de operación política inmediata.

Después de la expresión “testamentaria” vimos una separación muy marcada de Palacio Nacional con el líder de la mayoría en el Senado; una escisión de un grupo de senadores por el caso Veracruz; pero todo posterior a la expresión hereditaria del presidente; así mismo, un activismo más promocionado del canciller Marcelo Ebrard, quien quiso dejar constancia de presente en la lista de sucesión sin que se encuentre en el testamento dictado por el presidente.

Las expresiones causaron cierta preocupación en algunos sectores de la sociedad, quienes recordaron aquel testamento que Vladimir Lenin escribió cuando percibió la cercanía de su muerte y definió una ruta a seguir en su movimiento, incluso sugiriendo eliminar a quienes no representaban la visión que él tenía.

¿Acaso eso quiere hacer el presidente? ¿Dictará un testamento, similar a la Constitución Moral que emitió? ¿Dirá quién debe ser eliminado, políticamente, de la sucesión presidencial? ¿Señalará la ruta de desarrollo que el país debe tener cuando él falte?

La realidad se ubica en quién es el legítimo heredero o legítima heredera en la voluntad presidencial, de cara al 2024, para que se cumplan sus sueños.

Aunque pienso que la sociedad es el legítimo heredero del país y sólo ésta, con su participación, admitirá o rechazará las ideas sucesorias del presidente.


Por: Alejandro Domínguez

Pensar antes de hablar es un requisito indispensable en cualquier tipo de comunicación; muchas de las veces actuamos de manera inmediata, a partir del sentimiento que en el momento del hecho tenemos y expresamos nuestro sentir.

En política es admisible hablar de la construcción de un legado; es decir, las acciones por las cuales un gobernante pretende ser recordado y que éstas cobren relevancia en la historia. Así pues, se traza una ruta de acciones para que en el transcurrir del lapso de ejercicio de gobierno la narrativa y la acción material de obras cumplan el objetivo.

Sin embargo, hablar de un testamento político resulta una expresión que genera risa para algunos, suspicacia y una severa preocupación a otros.

La expresión de tener preparado su testamento político carece sin duda de una validez jurídica; no es admisible en el México de hoy heredar el ejercicio del gobierno y/o del poder; ante un requisito indispensable que tiene el generar el testamento, que es la muerte de quien lo dicta. Resulta imposible que ante la falta absoluta del presidente éste diga quién lo debe suceder, nuestra constitución tiene resuelta esa hipótesis.

Pero, la expresión no tenía un énfasis jurídico, me parece que tenía un mensaje político dirigido a su base de respaldo y a quienes militan en la corriente política que él encabeza; una expresión muy similar a aquella del licenciado Salinas de Gortari de “no se hagan bolas” “tenemos candidato”; en relación a que él ya decidió quién encabezará los destinos de su ideario político y de su movimiento en el próximo proceso electoral; una expresión en la sucesión anticipada que vivimos; que de momento puso a algunos a pensar sobre la salud del presidente, pero a otros les dio una indicación de operación política inmediata.

Después de la expresión “testamentaria” vimos una separación muy marcada de Palacio Nacional con el líder de la mayoría en el Senado; una escisión de un grupo de senadores por el caso Veracruz; pero todo posterior a la expresión hereditaria del presidente; así mismo, un activismo más promocionado del canciller Marcelo Ebrard, quien quiso dejar constancia de presente en la lista de sucesión sin que se encuentre en el testamento dictado por el presidente.

Las expresiones causaron cierta preocupación en algunos sectores de la sociedad, quienes recordaron aquel testamento que Vladimir Lenin escribió cuando percibió la cercanía de su muerte y definió una ruta a seguir en su movimiento, incluso sugiriendo eliminar a quienes no representaban la visión que él tenía.

¿Acaso eso quiere hacer el presidente? ¿Dictará un testamento, similar a la Constitución Moral que emitió? ¿Dirá quién debe ser eliminado, políticamente, de la sucesión presidencial? ¿Señalará la ruta de desarrollo que el país debe tener cuando él falte?

La realidad se ubica en quién es el legítimo heredero o legítima heredera en la voluntad presidencial, de cara al 2024, para que se cumplan sus sueños.

Aunque pienso que la sociedad es el legítimo heredero del país y sólo ésta, con su participación, admitirá o rechazará las ideas sucesorias del presidente.