/ jueves 22 de octubre de 2020

El hombre poshistórico

En todas las épocas se han cuestionado los valores, o se ha pensado que los tiempos pasados fueron mejores. Podemos apreciar que muchas prácticas evolucionan y otras se abandonan. Los movimientos cíclicos nos hacen retomar antiguas rutas cuando se llega a callejones sin salida y, aún así, algunas ideas se resisten a morir. Tal como observamos en la política nacional y en las tendencias del entorno mundial, los que antes fueron radicales, se vuelven conservadores y que, de las calles, han pasado a los pasillos del gobierno, fieles a las circunstancias del momento.

Nadie puede negar que vivimos tiempos de cambios. Los gobiernos ya probaron que no pueden resolverlo todo, que el petróleo ya no es la energía del futuro, que los partidos son menos confiables que los candidatos y que las ideas se generan en mayor cantidad, calidad y libertad en un entorno civil que burocrático. Pareciera que es sólo una vuelta más de esquina en el camino de la Historia, pero es posible que se trate de algo que anticipe cambios más radicales en las estructuras económicas y sociales, porque para muchos ya es más que evidente que ciertas ideologías fallan.

No sólo fallan. Son más perjudiciales que beneficiosas. Nadie puede aceptar que la igualdad para una sociedad sea una pobreza forzada para todos. Ni que el esfuerzo individual y las aptitudes personales sean motivo de vergüenza y no de orgullo. Ya nadie puede olvidar que la Ley nunca podrá ser justa si tiene preferencias para el pobre o el rico, pues de lo contrario, alguien la usará para su provecho en perjuicio de la mayoría. Tal certeza “in crescendo” hace que el desarrollo humano entre los países sea cada vez más marcadamente diferente en velocidad, alcance y profundidad.

Es posible que nuestra sociedad se encuentre ante el hombre poshistórico, término utilizado en los 50 por el filósofo Roderick Seidenberg para ilustrar la conversión del hombre en una máquina o robot bajo la tendencia colectivizada de la producción, dejando a la conciencia fuera de los moldes de la estandarización. Pero, en la actualidad, han sido los sistemas políticos los que han insistido en su intención de colectivizar a la sociedad en su afán de evitar que la ciencia, la tecnología y la inteligencia artificial liberen al hombre de la esclavitud del trabajo repetitivo y alienante.

En opinión de un servidor, somos testigos de la última bocanada de aire de un Estado Benefactor que se ahoga y aún no sabe que está muerto y que, en su desesperación por sobrevivir, no dejará de arrastrar consigo a todos aquellos que dependan de él para vivir, en una nueva etapa histórica donde el protagonismo será de aquellos individuos informados con las evidencias científicas que están al alcance de todos y que dependan cada vez menos de otros, como de las ideologías, para ser productivos. agusperezr@hotmail.com


En todas las épocas se han cuestionado los valores, o se ha pensado que los tiempos pasados fueron mejores. Podemos apreciar que muchas prácticas evolucionan y otras se abandonan. Los movimientos cíclicos nos hacen retomar antiguas rutas cuando se llega a callejones sin salida y, aún así, algunas ideas se resisten a morir. Tal como observamos en la política nacional y en las tendencias del entorno mundial, los que antes fueron radicales, se vuelven conservadores y que, de las calles, han pasado a los pasillos del gobierno, fieles a las circunstancias del momento.

Nadie puede negar que vivimos tiempos de cambios. Los gobiernos ya probaron que no pueden resolverlo todo, que el petróleo ya no es la energía del futuro, que los partidos son menos confiables que los candidatos y que las ideas se generan en mayor cantidad, calidad y libertad en un entorno civil que burocrático. Pareciera que es sólo una vuelta más de esquina en el camino de la Historia, pero es posible que se trate de algo que anticipe cambios más radicales en las estructuras económicas y sociales, porque para muchos ya es más que evidente que ciertas ideologías fallan.

No sólo fallan. Son más perjudiciales que beneficiosas. Nadie puede aceptar que la igualdad para una sociedad sea una pobreza forzada para todos. Ni que el esfuerzo individual y las aptitudes personales sean motivo de vergüenza y no de orgullo. Ya nadie puede olvidar que la Ley nunca podrá ser justa si tiene preferencias para el pobre o el rico, pues de lo contrario, alguien la usará para su provecho en perjuicio de la mayoría. Tal certeza “in crescendo” hace que el desarrollo humano entre los países sea cada vez más marcadamente diferente en velocidad, alcance y profundidad.

Es posible que nuestra sociedad se encuentre ante el hombre poshistórico, término utilizado en los 50 por el filósofo Roderick Seidenberg para ilustrar la conversión del hombre en una máquina o robot bajo la tendencia colectivizada de la producción, dejando a la conciencia fuera de los moldes de la estandarización. Pero, en la actualidad, han sido los sistemas políticos los que han insistido en su intención de colectivizar a la sociedad en su afán de evitar que la ciencia, la tecnología y la inteligencia artificial liberen al hombre de la esclavitud del trabajo repetitivo y alienante.

En opinión de un servidor, somos testigos de la última bocanada de aire de un Estado Benefactor que se ahoga y aún no sabe que está muerto y que, en su desesperación por sobrevivir, no dejará de arrastrar consigo a todos aquellos que dependan de él para vivir, en una nueva etapa histórica donde el protagonismo será de aquellos individuos informados con las evidencias científicas que están al alcance de todos y que dependan cada vez menos de otros, como de las ideologías, para ser productivos. agusperezr@hotmail.com