/ sábado 9 de junio de 2018

El hombre realmente grande

El hombre verdaderamente grande es un hombre sencillo, de corazón recto, sin pretensiones, sin complejos de superioridad, sin arrogancia, sin soberbia y que acepta que es sólo eso, un hombre y no un mesías llegado al mundo para salvarlo. Su grandeza es tan sencilla, tan llana, tan real, tan práctica que es reconocida pues tiene su vista solamente fija hacia el futuro, no en una supuesta “multitud” que le sigue. Por eso es humilde.


Ningún hombre que realmente tenga algún valor, ni pide ventaja ni se dedica a culpar a nadie de nada. Culpar a otros por “guerra sucia”, por revelar lo que él mismo ha declarado ante las cámaras y luego decir que no es cierto, es sólo una confesión de inferioridad. Esas ventajas que dice tener se vuelven desventajas muchas veces a la mitad o al final de la carrera.


Todos debemos empezar en la raya y el día sólo es de veinticuatro horas para todos; y es la misma pista de la vida la que hay que recorrer. La diferencia está en los corredores y en su preparación. Unos vienen con ánimo y entusiasmo, otros con conocimiento de los caminos que tienen que recorrer y muchos otros no, ellos sólo piensan “que ya es tiempo”.


Los soberbios no tienen a quien culpar sino a sí mismos.


Los que siempre se están quejando de lo que ha prometido y sido declarado por su mesías, estando la evidencia registrada, y luego lo niegan, son los incapaces de elevarse por su propio esfuerzo y que buscan la manera de conseguir algo por nada.


Para desarrollar nuestra fuerza, es indispensable ser uno mismo quien vence sus dificultades, en vez de atenerse a la ayuda y al del perdón de todo tipo de criminales por parte del mesías; a sus promesas de contar con un ingreso importante sin trabajar; a becas y por doquier y a doblar las pensiones.


La verdadera ayuda tenemos que buscarla y encontrarla en nosotros mismos.


Tanto la confianza como el dominio de sí mismo, a pesar de promesas imposibles de cumplir, podemos obtenerla con el estado mental apropiado y obrando de acuerdo a nuestros deseos y nuestras metas de acuerdo a la ley, si atenernos a que vamos a ser perdonados, aunque se diga que ya “obispos y ministros” (dice el mesías) nos autorizaron a robar.


Independientemente, para ser realmente grandes, no confiemos en los sermones del que dice saberlo todo y cree poder lograr acabar con la corrupción. Para empezar tendría que acabar con una buena parte del país, empezando por muchos de sus seguidores. Seamos superiores a los cambios del viento, de los nubarrones y de las tormentas y huracanes que pasan. Hagamos vibrar nuestra fe suprema, pero no en un ignorante soberbio y altanero. Sigamos nuestro camino recto sin confiar en los falsos profetas; mantengamos nuestro corazón en torno con el sistema de vida para el que fuimos creados.


El hombre verdaderamente grande es un hombre sencillo, de corazón recto, sin pretensiones, sin complejos de superioridad, sin arrogancia, sin soberbia y que acepta que es sólo eso, un hombre y no un mesías llegado al mundo para salvarlo. Su grandeza es tan sencilla, tan llana, tan real, tan práctica que es reconocida pues tiene su vista solamente fija hacia el futuro, no en una supuesta “multitud” que le sigue. Por eso es humilde.


Ningún hombre que realmente tenga algún valor, ni pide ventaja ni se dedica a culpar a nadie de nada. Culpar a otros por “guerra sucia”, por revelar lo que él mismo ha declarado ante las cámaras y luego decir que no es cierto, es sólo una confesión de inferioridad. Esas ventajas que dice tener se vuelven desventajas muchas veces a la mitad o al final de la carrera.


Todos debemos empezar en la raya y el día sólo es de veinticuatro horas para todos; y es la misma pista de la vida la que hay que recorrer. La diferencia está en los corredores y en su preparación. Unos vienen con ánimo y entusiasmo, otros con conocimiento de los caminos que tienen que recorrer y muchos otros no, ellos sólo piensan “que ya es tiempo”.


Los soberbios no tienen a quien culpar sino a sí mismos.


Los que siempre se están quejando de lo que ha prometido y sido declarado por su mesías, estando la evidencia registrada, y luego lo niegan, son los incapaces de elevarse por su propio esfuerzo y que buscan la manera de conseguir algo por nada.


Para desarrollar nuestra fuerza, es indispensable ser uno mismo quien vence sus dificultades, en vez de atenerse a la ayuda y al del perdón de todo tipo de criminales por parte del mesías; a sus promesas de contar con un ingreso importante sin trabajar; a becas y por doquier y a doblar las pensiones.


La verdadera ayuda tenemos que buscarla y encontrarla en nosotros mismos.


Tanto la confianza como el dominio de sí mismo, a pesar de promesas imposibles de cumplir, podemos obtenerla con el estado mental apropiado y obrando de acuerdo a nuestros deseos y nuestras metas de acuerdo a la ley, si atenernos a que vamos a ser perdonados, aunque se diga que ya “obispos y ministros” (dice el mesías) nos autorizaron a robar.


Independientemente, para ser realmente grandes, no confiemos en los sermones del que dice saberlo todo y cree poder lograr acabar con la corrupción. Para empezar tendría que acabar con una buena parte del país, empezando por muchos de sus seguidores. Seamos superiores a los cambios del viento, de los nubarrones y de las tormentas y huracanes que pasan. Hagamos vibrar nuestra fe suprema, pero no en un ignorante soberbio y altanero. Sigamos nuestro camino recto sin confiar en los falsos profetas; mantengamos nuestro corazón en torno con el sistema de vida para el que fuimos creados.