/ miércoles 29 de mayo de 2019

El peligro de dividir a una sociedad

Hace un año y medio, cuando AMLO era aún candidato a la presidencia, leí una colaboración de Leo Zuckerman, cuestionándose si éste buscaría la armonía social o la división; si promovería la segmentación racial y de clases; y si trataría de unificar a los mexicanos o polarizarlos. Bien es conocido que, desde hace tiempo, nuestro presidente ha utilizado términos para referirse a la clase tecnócrata como “pirruris”, cuyo significado es “hijo de rico... que evita el roce social con los pobres”, o el de “fifí”, palabra que ha puesto de moda para referirse a la clase alta, empresarios y de piel blanca. A más de cien días de su mandato, pareciera que estos términos no se quedaron en campaña, sino adquirieron popularidad en la misma sociedad. Ahora, es común escuchar a personas de diversos ámbitos dividir a los demás de acuerdo a la clasificación que el mismo López Obrador propagó, es decir: pueblo bueno y élite mala, blancos y morenos, ricos y pobres, “fifís”, “pirrurris” y todos los demás. Pareciera gracioso, pero considero que reafirmar esta división puede ser peligroso. Ya comienzan a viralizar videos donde “gente blanca” ha sido golpeada y maltratada por eso, diciéndoles: “Te maldigo, ‘fifí’”.

Ejemplo de ello es el país africano de Ruanda, donde desde el siglo IXX los belgas instauraron un sistema social racista para distinguir castas, aun cuando no había rasgos lingüísticos o étnicos que los diferenciaran. Los tutsis eran el 15% de la población, fueron nombrados casta dominante, y los hutus, 85%, fueron subordinados imponiéndoles trabajo físico. Dijeron que los tutsis eran más bonitos, de color más claro, altos, de rasgos finos y de mayo capacidad intelectual; los hutus eran toscos, más negros y habilidades físicas para labrar la tierra. Este orden de división exacerbó las diferencias y se creó un odio entre las tribus dentro de la sociedad, que, entre otros factores políticos, generó un genocidio en 1994.

Aunque es cierto que en nuestro país una persona de tez blanca tiene mayor probabilidad de acceder a un empleo y ascender en él, y una persona de estatus socioeconómico alto tiene mejores oportunidades que alguien en condición de pobreza, no debería reafirmarse la desigualdad en “ellos” y “nosotros”, sino encontrar soluciones para encontrar equidad.


Polarizar a la sociedad puede gestar conflictos que desemboquen en violencia. Quizá no al grado en que ha ocurrido en otros países, pero abre la puerta a violentar a otros, por el simple hecho de ser diferentes. Es tiempo de unificar, no dividir, de construir puentes, no murallas. Si queremos un cambio, ignoremos estos términos y comencemos por cuidar nuestros vocablos.


Hace un año y medio, cuando AMLO era aún candidato a la presidencia, leí una colaboración de Leo Zuckerman, cuestionándose si éste buscaría la armonía social o la división; si promovería la segmentación racial y de clases; y si trataría de unificar a los mexicanos o polarizarlos. Bien es conocido que, desde hace tiempo, nuestro presidente ha utilizado términos para referirse a la clase tecnócrata como “pirruris”, cuyo significado es “hijo de rico... que evita el roce social con los pobres”, o el de “fifí”, palabra que ha puesto de moda para referirse a la clase alta, empresarios y de piel blanca. A más de cien días de su mandato, pareciera que estos términos no se quedaron en campaña, sino adquirieron popularidad en la misma sociedad. Ahora, es común escuchar a personas de diversos ámbitos dividir a los demás de acuerdo a la clasificación que el mismo López Obrador propagó, es decir: pueblo bueno y élite mala, blancos y morenos, ricos y pobres, “fifís”, “pirrurris” y todos los demás. Pareciera gracioso, pero considero que reafirmar esta división puede ser peligroso. Ya comienzan a viralizar videos donde “gente blanca” ha sido golpeada y maltratada por eso, diciéndoles: “Te maldigo, ‘fifí’”.

Ejemplo de ello es el país africano de Ruanda, donde desde el siglo IXX los belgas instauraron un sistema social racista para distinguir castas, aun cuando no había rasgos lingüísticos o étnicos que los diferenciaran. Los tutsis eran el 15% de la población, fueron nombrados casta dominante, y los hutus, 85%, fueron subordinados imponiéndoles trabajo físico. Dijeron que los tutsis eran más bonitos, de color más claro, altos, de rasgos finos y de mayo capacidad intelectual; los hutus eran toscos, más negros y habilidades físicas para labrar la tierra. Este orden de división exacerbó las diferencias y se creó un odio entre las tribus dentro de la sociedad, que, entre otros factores políticos, generó un genocidio en 1994.

Aunque es cierto que en nuestro país una persona de tez blanca tiene mayor probabilidad de acceder a un empleo y ascender en él, y una persona de estatus socioeconómico alto tiene mejores oportunidades que alguien en condición de pobreza, no debería reafirmarse la desigualdad en “ellos” y “nosotros”, sino encontrar soluciones para encontrar equidad.


Polarizar a la sociedad puede gestar conflictos que desemboquen en violencia. Quizá no al grado en que ha ocurrido en otros países, pero abre la puerta a violentar a otros, por el simple hecho de ser diferentes. Es tiempo de unificar, no dividir, de construir puentes, no murallas. Si queremos un cambio, ignoremos estos términos y comencemos por cuidar nuestros vocablos.