/ martes 14 de agosto de 2018

El perdón y el olvido

Tres posibilidades: perdonar y olvidar, perdonar pero no olvidar y ni perdonar ni olvidar. La segunda implica el justo medio, aunque algunos insistan en la primera y otros se empecinen con la tercera.

Desde luego habrá que distinguir entre los planos personal o comunitario y el social o político.

Perdonar para una persona significa desprenderse del rencor y ofrecer amor a cambio de la ofensa, pero no implica el olvido. Se nos pide perdonar las ofensas mas no olvidarlas. Si olvidamos, estaremos sentenciados a cometer nosotros esa misma ofensa y a no saber perdonar de nuevo.

Perdonar no significa que el mal hecho por alguien quede borrado como si nada hubiera pasado. Las malas acciones realizadas dejan, como las heridas, cicatrices imborrables. El perdón ayuda a sanarlas, y además a que el perdonado, si lo sabe –a veces se perdona sin que la persona se entere-, esté en posibilidad de reparar el mal causado.

En el plano político la cosa es distinta. Allí actúan las instituciones. Si alguien comete un delito de cualquier índole, lo natural es que reciba una pena o castigo por el mismo. Sin embargo, “para que se reciba perdón –dependiendo de la gravedad del delito- tiene que haber un reconocimiento del daño causado; un propósito de no repetirlo; tiene que haber disposición para reparar y una justicia que restaure, que recupere el tejido social. La única justicia no es la cárcel”.

El ya declarado presidente de nuestro país ha hablado, luego de un malabarismo, de sí al perdón pero no al olvido, sin mucha precisión del concepto. Lo inscribe dentro de una reconciliación que también queda en el aire.

Si se trata de olvidar el pasado de algunos personajes o grupos a quienes no se les pedirán cuentas de sus actos, de un acercamiento con determinados funcionarios o personas sin considerar su desempeño, o de un borrón y cuenta nueva, mal andamos.

Si se perdonan –aunque se especifique que no se olvidan- determinadas acciones de determinadas personas o grupos implicados en situaciones que implican corrupción de distinto tipo, se abre la puerta a la impunidad, una impunidad que ha acompañado al país desde hace mucho. Debe quedar claro en qué consiste ese perdón y ese no olvido o la confusión continuará. ¿Lo ven?


Tres posibilidades: perdonar y olvidar, perdonar pero no olvidar y ni perdonar ni olvidar. La segunda implica el justo medio, aunque algunos insistan en la primera y otros se empecinen con la tercera.

Desde luego habrá que distinguir entre los planos personal o comunitario y el social o político.

Perdonar para una persona significa desprenderse del rencor y ofrecer amor a cambio de la ofensa, pero no implica el olvido. Se nos pide perdonar las ofensas mas no olvidarlas. Si olvidamos, estaremos sentenciados a cometer nosotros esa misma ofensa y a no saber perdonar de nuevo.

Perdonar no significa que el mal hecho por alguien quede borrado como si nada hubiera pasado. Las malas acciones realizadas dejan, como las heridas, cicatrices imborrables. El perdón ayuda a sanarlas, y además a que el perdonado, si lo sabe –a veces se perdona sin que la persona se entere-, esté en posibilidad de reparar el mal causado.

En el plano político la cosa es distinta. Allí actúan las instituciones. Si alguien comete un delito de cualquier índole, lo natural es que reciba una pena o castigo por el mismo. Sin embargo, “para que se reciba perdón –dependiendo de la gravedad del delito- tiene que haber un reconocimiento del daño causado; un propósito de no repetirlo; tiene que haber disposición para reparar y una justicia que restaure, que recupere el tejido social. La única justicia no es la cárcel”.

El ya declarado presidente de nuestro país ha hablado, luego de un malabarismo, de sí al perdón pero no al olvido, sin mucha precisión del concepto. Lo inscribe dentro de una reconciliación que también queda en el aire.

Si se trata de olvidar el pasado de algunos personajes o grupos a quienes no se les pedirán cuentas de sus actos, de un acercamiento con determinados funcionarios o personas sin considerar su desempeño, o de un borrón y cuenta nueva, mal andamos.

Si se perdonan –aunque se especifique que no se olvidan- determinadas acciones de determinadas personas o grupos implicados en situaciones que implican corrupción de distinto tipo, se abre la puerta a la impunidad, una impunidad que ha acompañado al país desde hace mucho. Debe quedar claro en qué consiste ese perdón y ese no olvido o la confusión continuará. ¿Lo ven?