/ miércoles 26 de agosto de 2020

El principal problema de nuestro país es la desigualdad económica y social.

La medición del éxito económico y social de un país debería incluir rutinariamente, como se hace con el PIB, el porcentaje de sus habitantes que se encuentren por debajo de la línea de la pobreza, con acceso a los servicios de salud, la cubertura educativa y la calidad de la misma, la penetración de los servicios públicos en los hogares de sus habitantes, pero el más importante sería los niveles de desempleo y subempleo.

Si algo incide en el desarrollo de una comunidad es el nivel del empleo y la calidad de las remuneraciones. Esto empodera al individuo y le permite procurarse sus satisfactores lo que lo hace independiente de las dádivas económicas proporcionadas por los gobiernos y le otorga independencia política que lo lleva a elegir a gobernantes por merecimientos propios.

Las personas con niveles de ingreso cercanos a la pobreza, son más influenciables por políticas populistas, que en vez de beneficiarlos en el mediano plazo terminan perjudicándolos tanto económica como socialmente.

La desigualdad económica es evidente: Por un lado tenemos la pobreza laboral, que es aquella que se da en personas que aunque trabajen no les alcanza lo que ganan para una canasta básica de $1,180 pesos; en esta situación se encuentra el 55% de esta población. Por otra parte, la canasta básica representa el 44% del salario mínimo. Debemos hacer la aclaración que únicamente el 10% de los empleados formales ganan 1 salario mínimo, lo que no sucede con los subempleados y los informales donde el salario mínimo es más la regla que la excepción.

Lo anterior tiene varios orígenes, a los que identificamos como los problemas del país en general pero rara vez los conectamos con las desigualdades existentes en el país:

Inversión: Este es el componente que influye decididamente en la creación de empleos y en los niveles salariales de los mismos. Los niveles de inversión en México siempre han estado por debajo de las necesidades económicas del país y lo que explica las mediocres tasas de crecimiento desde los años setentas del siglo pasado. Ya en el siglo XXI entre 2000 y 2015, la tasa promedio de crecimiento de la inversión fue de 2.5 por ciento al año, un nivel verdaderamente bajo para las necesidades del país. Como ejemplo comparativo, China, Corea del Sur y Singapur dedicaron alrededor de 40 por ciento de su PIB a la inversión. La inversión en México debiera ser de 25 por ciento.

Este año, la inversión de mayo retrocedió 38.4 por ciento respecto a 2019. Con la pandemia se va a desplomar 41.8 por ciento respecto a 2015.

Un país que no invierte está condenado al estancamiento prolongado y al retroceso. Y las clases bajas son las que más lo resienten, porque cuando se construye infraestructura o se equipa una empresa, lo que se hace es generar capacidad para producir en el futuro, bienes y servicios, pero también empleos e impuestos para inversiones públicas como escuelas y hospitales. Lo inverso es igual de válido, cuando falta la inversión hay desempleo, se incrementa la pobreza, hay desnutrición en los niños pequeños que es cuando desarrollan su cerebro, condenándolos irremediablemente a una capacidad intelectual deficiente, aumentando así la desigualdad entre los grupos sociales.

Continuará…


La medición del éxito económico y social de un país debería incluir rutinariamente, como se hace con el PIB, el porcentaje de sus habitantes que se encuentren por debajo de la línea de la pobreza, con acceso a los servicios de salud, la cubertura educativa y la calidad de la misma, la penetración de los servicios públicos en los hogares de sus habitantes, pero el más importante sería los niveles de desempleo y subempleo.

Si algo incide en el desarrollo de una comunidad es el nivel del empleo y la calidad de las remuneraciones. Esto empodera al individuo y le permite procurarse sus satisfactores lo que lo hace independiente de las dádivas económicas proporcionadas por los gobiernos y le otorga independencia política que lo lleva a elegir a gobernantes por merecimientos propios.

Las personas con niveles de ingreso cercanos a la pobreza, son más influenciables por políticas populistas, que en vez de beneficiarlos en el mediano plazo terminan perjudicándolos tanto económica como socialmente.

La desigualdad económica es evidente: Por un lado tenemos la pobreza laboral, que es aquella que se da en personas que aunque trabajen no les alcanza lo que ganan para una canasta básica de $1,180 pesos; en esta situación se encuentra el 55% de esta población. Por otra parte, la canasta básica representa el 44% del salario mínimo. Debemos hacer la aclaración que únicamente el 10% de los empleados formales ganan 1 salario mínimo, lo que no sucede con los subempleados y los informales donde el salario mínimo es más la regla que la excepción.

Lo anterior tiene varios orígenes, a los que identificamos como los problemas del país en general pero rara vez los conectamos con las desigualdades existentes en el país:

Inversión: Este es el componente que influye decididamente en la creación de empleos y en los niveles salariales de los mismos. Los niveles de inversión en México siempre han estado por debajo de las necesidades económicas del país y lo que explica las mediocres tasas de crecimiento desde los años setentas del siglo pasado. Ya en el siglo XXI entre 2000 y 2015, la tasa promedio de crecimiento de la inversión fue de 2.5 por ciento al año, un nivel verdaderamente bajo para las necesidades del país. Como ejemplo comparativo, China, Corea del Sur y Singapur dedicaron alrededor de 40 por ciento de su PIB a la inversión. La inversión en México debiera ser de 25 por ciento.

Este año, la inversión de mayo retrocedió 38.4 por ciento respecto a 2019. Con la pandemia se va a desplomar 41.8 por ciento respecto a 2015.

Un país que no invierte está condenado al estancamiento prolongado y al retroceso. Y las clases bajas son las que más lo resienten, porque cuando se construye infraestructura o se equipa una empresa, lo que se hace es generar capacidad para producir en el futuro, bienes y servicios, pero también empleos e impuestos para inversiones públicas como escuelas y hospitales. Lo inverso es igual de válido, cuando falta la inversión hay desempleo, se incrementa la pobreza, hay desnutrición en los niños pequeños que es cuando desarrollan su cerebro, condenándolos irremediablemente a una capacidad intelectual deficiente, aumentando así la desigualdad entre los grupos sociales.

Continuará…