/ miércoles 2 de marzo de 2022

El relevo en la cúpula empresarial propicia reflexionar sobre los líderes que necesitamos

El 27 de febrero de 2019 Carlos Salazar Lomelín tomó protesta como presidente del CCE ante el presidente López Obrador, en un acto de amplia convocatoria y alto perfil.

Eran los primeros encuentros oficiales entre la cúpula del sector privado y el nuevo gobierno electo con gran respaldo electoral.

El mensaje del flamante dirigente empresarial fue obsequioso en exceso, tratando de granjearse la confianza del presidente de la república, a quien le formuló dos grandes propuestas:

La primera fue que, “convocando al país en su conjunto, eliminemos la pobreza extrema en un plazo de seis años. Hagamos historia. Nosotros le ayudamos”, le dijo.

La segunda era que “hagamos de la inversión una obsesión, para que el país pueda crecer al 4%. Ud. y todos sabemos que necesitamos una inversión entre el 25 y el 27% del PIB”, insistió.

Muchas cosas pasaron en el ínter y acabamos muy lejos de las expectativas que en esos momentos se alentaban. Obviamente, reconocemos que se atravesó una pandemia de proporciones históricas. Pero más allá de eso, lo que también ocurrió fue que el presidente mantuvo al sector empresarial a la defensiva, logrando que consideraran como triunfos de su sector el acotamiento de varias ocurrencias descabelladas de su gobierno.

Contrario a lo que se propuso Carlos Salazar, tanto la inversión pública como la privada no se dieron, con lo cual el crecimiento económico tampoco se generó, por la falta de certidumbre y de confianza en este gobierno.

La estrategia de la no confrontación defendida por el líder empresarial no se tradujo en resultados que permitieran tener un mejor país, con mayor inclusión y crecimiento económico, mejores empleos y menor informalidad, mayor transparencia y rendición de cuentas.

Es importante admitir la visión autocrítica y menos autocomplaciente por parte de los líderes del sector empresarial, porque no hacerlo significa resignarse a que las cosas sigan deteriorándose en nuestro país.

Si no se producen cambios en los liderazgos y en las estrategias de los organismos empresariales y de las organizaciones políticas, el futuro tendrá la misma tendencia que hemos padecido en estos tres años que han transcurrido con esta administración.

Si se mantienen los mismos liderazgos políticos y empresariales y las mismas tímidas estrategias, el país va a tener los mismos malos resultados en economía, en seguridad, en salud, en democracia. El balance es negativo. Los liderazgos nos quedan a deber. Pero la responsabilidad es nuestra. La de quienes no levantamos la voz y exigimos a nuestros líderes políticos y empresariales que vean por el bien superior y no sólo que defiendan sus intereses particulares.

El capitalismo de compadres, el “crony capitalism” convierte a los grandes empresarios en dependientes de los favores del gobierno. En nuestro país la mayoría de los grandes empresarios son concesionarios del Estado mexicano: concesionarios de telefonía, de televisión, del sistema financiero, de minas, de carreteras, etc.

Tenemos que aspirar a tener mejores liderazgos. Eso depende de nosotros. No debemos ser omisos ni elusivos cuando no están logrando cumplir el reto de conducir los cambios necesarios.

Los ciudadanos, y más los militantes de los partidos, debemos exigir mejores resultados a los líderes políticos, tanto como los empresarios deben aspirar a tener mejores líderes, que trasciendan sus intereses y logren los cambios reales y verificables en las condiciones de vida y de trabajo de las personas y las empresas. ¿Será mucho pedir?


El 27 de febrero de 2019 Carlos Salazar Lomelín tomó protesta como presidente del CCE ante el presidente López Obrador, en un acto de amplia convocatoria y alto perfil.

Eran los primeros encuentros oficiales entre la cúpula del sector privado y el nuevo gobierno electo con gran respaldo electoral.

El mensaje del flamante dirigente empresarial fue obsequioso en exceso, tratando de granjearse la confianza del presidente de la república, a quien le formuló dos grandes propuestas:

La primera fue que, “convocando al país en su conjunto, eliminemos la pobreza extrema en un plazo de seis años. Hagamos historia. Nosotros le ayudamos”, le dijo.

La segunda era que “hagamos de la inversión una obsesión, para que el país pueda crecer al 4%. Ud. y todos sabemos que necesitamos una inversión entre el 25 y el 27% del PIB”, insistió.

Muchas cosas pasaron en el ínter y acabamos muy lejos de las expectativas que en esos momentos se alentaban. Obviamente, reconocemos que se atravesó una pandemia de proporciones históricas. Pero más allá de eso, lo que también ocurrió fue que el presidente mantuvo al sector empresarial a la defensiva, logrando que consideraran como triunfos de su sector el acotamiento de varias ocurrencias descabelladas de su gobierno.

Contrario a lo que se propuso Carlos Salazar, tanto la inversión pública como la privada no se dieron, con lo cual el crecimiento económico tampoco se generó, por la falta de certidumbre y de confianza en este gobierno.

La estrategia de la no confrontación defendida por el líder empresarial no se tradujo en resultados que permitieran tener un mejor país, con mayor inclusión y crecimiento económico, mejores empleos y menor informalidad, mayor transparencia y rendición de cuentas.

Es importante admitir la visión autocrítica y menos autocomplaciente por parte de los líderes del sector empresarial, porque no hacerlo significa resignarse a que las cosas sigan deteriorándose en nuestro país.

Si no se producen cambios en los liderazgos y en las estrategias de los organismos empresariales y de las organizaciones políticas, el futuro tendrá la misma tendencia que hemos padecido en estos tres años que han transcurrido con esta administración.

Si se mantienen los mismos liderazgos políticos y empresariales y las mismas tímidas estrategias, el país va a tener los mismos malos resultados en economía, en seguridad, en salud, en democracia. El balance es negativo. Los liderazgos nos quedan a deber. Pero la responsabilidad es nuestra. La de quienes no levantamos la voz y exigimos a nuestros líderes políticos y empresariales que vean por el bien superior y no sólo que defiendan sus intereses particulares.

El capitalismo de compadres, el “crony capitalism” convierte a los grandes empresarios en dependientes de los favores del gobierno. En nuestro país la mayoría de los grandes empresarios son concesionarios del Estado mexicano: concesionarios de telefonía, de televisión, del sistema financiero, de minas, de carreteras, etc.

Tenemos que aspirar a tener mejores liderazgos. Eso depende de nosotros. No debemos ser omisos ni elusivos cuando no están logrando cumplir el reto de conducir los cambios necesarios.

Los ciudadanos, y más los militantes de los partidos, debemos exigir mejores resultados a los líderes políticos, tanto como los empresarios deben aspirar a tener mejores líderes, que trasciendan sus intereses y logren los cambios reales y verificables en las condiciones de vida y de trabajo de las personas y las empresas. ¿Será mucho pedir?