/ viernes 20 de octubre de 2017

El rol del gobierno en el bienestar subjetivo

“Nada es tan desalentador como un esclavo satisfecho” - Ricardo Flores Magón, 1922

El “bienestar subjetivo” (equiparable a la felicidad) como fin último de la administración pública, es el tema de esta entrega. Aquí se asume que el gobierno debe buscar el bien común, garantizando el mayor nivel posible de satisfacción de las necesidades básicas de la población, y el respeto a la dignidad y libertad de las personas, propiciando el ambiente idóneo -mediante políticas públicas en pro de la calidad de vida y el bienestar colectivo- para que cada individuo emprenda esfuerzos y logre su felicidad. Se defiende el argumento de que los factores sociales son tan importantes -o más- que los económicos.

Para Aristóteles, la felicidad (florecimiento humano) implica vivir virtuosamente, lograr fortaleza psicológica y armonía social; y la polis tiene, como fin primordial, alcanzar el comportamiento virtuoso, que permita a los ciudadanos ser felices. Para Jeremy Bentham (1789), autor del “utilitarismo”, el fin último del gobierno debe ser el lograr la mayor felicidad para la mayoría de las personas en una sociedad.

Para fines prácticos, la felicidad se puede entender como un camino cuyo tránsito genera estados subjetivos de satisfacción plena, duraderos o temporales, que cada quien experimenta de manera distinta, provocados por diferentes personas, cosas y situaciones sujetas a la percepción individual. Es decir que, como seres individuales e irrepetibles que somos, cada quien concibe y busca la felicidad a su modo.

Según el Reporte Mundial de Felicidad 2017 de la ONU, Noruega, Dinamarca, Islandia, Suiza y Finlandia son los países más felices, evaluados conforme a los siguientes factores: PIB per cápita; esperanza de vida saludable (mental y física); apoyo social que se recibe si algo va mal; libertad para decidir sobre la vida propia; confianza (percepción de ausencia de corrupción en gobierno y en la sociedad) y generosidad hacia los más vulnerables. En varios países materialmente fuertes (Hungría, Japón, Rusia, Italia, Polonia, España, Francia) se observa -contra la lógica económica- una disminución de su riqueza social, espiritual y ecológica, amén de la incidencia de mayor desigualdad socioeconómica, incremento de la violencia, drogadicción, criminalidad, corrupción, emigración, etc. En cambio, lo que funciona en los países nórdicos es un sentido de colectividad y entendimiento del bien común y la honesta gobernanza democrática.

Sin embargo, hay que tener algo de dinero para ser feliz: la mayoría de los países más tristes viven una situación de pobreza extrema (Haití, Yemen, Liberia, Guinea, Ruanda, Siria, Tanzania); pero a determinados niveles, el dinero adicional no compra más felicidad. En América Latina, Costa Rica se ubica en el puesto 12 del ranking citado, seguida por Chile (20), Brasil (22), Argentina (24) y México (25).

Por lo anterior, el bienestar y progreso han pasado de medirse con indicadores predominantemente económicos (PIB per cápita) a modelos multidimensionales que, además, incluyen los factores sociales antes aludidos, ya que está demostrado en la praxis que el capital social, la democracia, la calidad de gobierno, la seguridad y el acceso a bienes públicos contribuyen al bienestar tanto o más que el ingreso.

Consciente de que las prioridades de gobierno se definen por la cúpula del partido en el poder, cándidamente pregunto… ¿Pueden los gobiernos influir en nuestra felicidad generando el valor público ad hoc? ¿Tienen la obligación, las capacidades y los instrumentos necesarios para lograr ese objetivo?

Mi convicción es que sí. El entorno propicio lo debe promover el sector público mediante la producción y distribución de bienes y servicios públicos y con la aplicación de políticas progresivas de desarrollo humanista y socioeconómico. Además, sí le atañe esta función, dado que los particulares mexicanos no son proclives a producir y distribuir valor público, ya que prefieren invertir en áreas más rentables.

Independientemente de los argumentos religiosos, filosóficos y de ideologías políticas, respecto qué es y cómo se logra el bienestar subjetivo, creo que la crisis socioeconómica mundial, nacional y local exige un abordaje pragmático, situacional, y a la vez sistémico y concreto, que oriente a los gobiernos a implementar políticas públicas específicas, diferenciadas en el aquí y ahora, para construir un entorno humanístico -respetuoso de la libertad y de la dignidad personal- que propicie un progreso comunitario armónico de desarrollo económico y justicia social, y que potencie la búsqueda individual de la felicidad.  Para los políticos mexicanos, estas ideas son ilusorias... irrealizables... tonterías.

Lo anterior difiere del enfoque neoliberal, basado en la codicia y la elección económica racional, y se acerca a un sistema socialdemócrata modernizado (tipo nórdico), en el cual se equilibren el trabajo y el capital como productores de la riqueza, y se higienice al sector público para que funja como justo redistribuidor de la riqueza producida por la sociedad en su conjunto. En México, ello demanda hacer progresivo e integral al sistema fiscal e instaurar la seguridad social universal, cuya implementación requiere de un liderazgo transformador inexistente y a lo cual se oponen los dinosaurios políticos.

Quienes critican estos juicios dicen que son “sueños guajiros”. Sin embargo, pienso que la obsolescencia del régimen político y del sistema económico vigentes obligan a soñar para innovar. Usted, ¿qué opina?

“Nada es tan desalentador como un esclavo satisfecho” - Ricardo Flores Magón, 1922

El “bienestar subjetivo” (equiparable a la felicidad) como fin último de la administración pública, es el tema de esta entrega. Aquí se asume que el gobierno debe buscar el bien común, garantizando el mayor nivel posible de satisfacción de las necesidades básicas de la población, y el respeto a la dignidad y libertad de las personas, propiciando el ambiente idóneo -mediante políticas públicas en pro de la calidad de vida y el bienestar colectivo- para que cada individuo emprenda esfuerzos y logre su felicidad. Se defiende el argumento de que los factores sociales son tan importantes -o más- que los económicos.

Para Aristóteles, la felicidad (florecimiento humano) implica vivir virtuosamente, lograr fortaleza psicológica y armonía social; y la polis tiene, como fin primordial, alcanzar el comportamiento virtuoso, que permita a los ciudadanos ser felices. Para Jeremy Bentham (1789), autor del “utilitarismo”, el fin último del gobierno debe ser el lograr la mayor felicidad para la mayoría de las personas en una sociedad.

Para fines prácticos, la felicidad se puede entender como un camino cuyo tránsito genera estados subjetivos de satisfacción plena, duraderos o temporales, que cada quien experimenta de manera distinta, provocados por diferentes personas, cosas y situaciones sujetas a la percepción individual. Es decir que, como seres individuales e irrepetibles que somos, cada quien concibe y busca la felicidad a su modo.

Según el Reporte Mundial de Felicidad 2017 de la ONU, Noruega, Dinamarca, Islandia, Suiza y Finlandia son los países más felices, evaluados conforme a los siguientes factores: PIB per cápita; esperanza de vida saludable (mental y física); apoyo social que se recibe si algo va mal; libertad para decidir sobre la vida propia; confianza (percepción de ausencia de corrupción en gobierno y en la sociedad) y generosidad hacia los más vulnerables. En varios países materialmente fuertes (Hungría, Japón, Rusia, Italia, Polonia, España, Francia) se observa -contra la lógica económica- una disminución de su riqueza social, espiritual y ecológica, amén de la incidencia de mayor desigualdad socioeconómica, incremento de la violencia, drogadicción, criminalidad, corrupción, emigración, etc. En cambio, lo que funciona en los países nórdicos es un sentido de colectividad y entendimiento del bien común y la honesta gobernanza democrática.

Sin embargo, hay que tener algo de dinero para ser feliz: la mayoría de los países más tristes viven una situación de pobreza extrema (Haití, Yemen, Liberia, Guinea, Ruanda, Siria, Tanzania); pero a determinados niveles, el dinero adicional no compra más felicidad. En América Latina, Costa Rica se ubica en el puesto 12 del ranking citado, seguida por Chile (20), Brasil (22), Argentina (24) y México (25).

Por lo anterior, el bienestar y progreso han pasado de medirse con indicadores predominantemente económicos (PIB per cápita) a modelos multidimensionales que, además, incluyen los factores sociales antes aludidos, ya que está demostrado en la praxis que el capital social, la democracia, la calidad de gobierno, la seguridad y el acceso a bienes públicos contribuyen al bienestar tanto o más que el ingreso.

Consciente de que las prioridades de gobierno se definen por la cúpula del partido en el poder, cándidamente pregunto… ¿Pueden los gobiernos influir en nuestra felicidad generando el valor público ad hoc? ¿Tienen la obligación, las capacidades y los instrumentos necesarios para lograr ese objetivo?

Mi convicción es que sí. El entorno propicio lo debe promover el sector público mediante la producción y distribución de bienes y servicios públicos y con la aplicación de políticas progresivas de desarrollo humanista y socioeconómico. Además, sí le atañe esta función, dado que los particulares mexicanos no son proclives a producir y distribuir valor público, ya que prefieren invertir en áreas más rentables.

Independientemente de los argumentos religiosos, filosóficos y de ideologías políticas, respecto qué es y cómo se logra el bienestar subjetivo, creo que la crisis socioeconómica mundial, nacional y local exige un abordaje pragmático, situacional, y a la vez sistémico y concreto, que oriente a los gobiernos a implementar políticas públicas específicas, diferenciadas en el aquí y ahora, para construir un entorno humanístico -respetuoso de la libertad y de la dignidad personal- que propicie un progreso comunitario armónico de desarrollo económico y justicia social, y que potencie la búsqueda individual de la felicidad.  Para los políticos mexicanos, estas ideas son ilusorias... irrealizables... tonterías.

Lo anterior difiere del enfoque neoliberal, basado en la codicia y la elección económica racional, y se acerca a un sistema socialdemócrata modernizado (tipo nórdico), en el cual se equilibren el trabajo y el capital como productores de la riqueza, y se higienice al sector público para que funja como justo redistribuidor de la riqueza producida por la sociedad en su conjunto. En México, ello demanda hacer progresivo e integral al sistema fiscal e instaurar la seguridad social universal, cuya implementación requiere de un liderazgo transformador inexistente y a lo cual se oponen los dinosaurios políticos.

Quienes critican estos juicios dicen que son “sueños guajiros”. Sin embargo, pienso que la obsolescencia del régimen político y del sistema económico vigentes obligan a soñar para innovar. Usted, ¿qué opina?