/ lunes 23 de diciembre de 2019

El sublime suceso de la Navidad

Navidad es época de reflexión, para que puedan aflorar la caridad y la generosidad entre las personas; contemplar al niño Dios en el pesebre inspira la mesiánica enseñanza de “amarse los unos a los otros”. Vivimos en un mundo tan materializado y tan de prisa, que con la vorágine de ocupaciones no nos damos el tiempo de mirar alrededor nuestro y sentir que nos conmueve la mirada de los más necesitados, la ternura de la gente buena, el grito de la gente abandonada, el llamado de la gente que pide amor, y nos olvidamos de agradecer al Creador por regalarnos el milagro de la vida, y que somos realmente bendecidos.

Nos quejamos de la pobreza material, pero no meditamos sobre la pobreza espiritual que invade al ser humano, ésta última ciega y no deja entender los mensajes de solidaridad como el que solía decir la madre Santa Teresa de Calcuta, “la pobreza la hacemos tú y yo cuando no compartimos lo que tenemos”. La Navidad tiene esa magia especial para ablandarnos el corazón y hacernos más humanos.

Desde que era una niña espero la Navidad con impaciencia, siempre la he considerado como un suceso sublime; todas las navidades han tenido algo particularmente bello, en torno a la reflexión de recrear en la mente y en el corazón los misterios gozosos que integran al nacimiento del Niño Jesús. Desde que el Arcángel San Gabriel se aparece a la Virgen para anunciarle que será la madre del verbo encarnado y el amoroso sí de ella; ya estando embarazada, Santa María va a visitar a Santa Isabel, quien también lleva en su seno a San Juan el Bautista, en un encuentro gozoso y alegre para ambas, resaltándose la humildad de la Madre de Dios, que recorre un largo camino para llegar con su prima Isabel. El tercer misterio enmarca el nacimiento del Niño Jesús y que Dios por amor se hizo hombre para la salvación del mundo.

Que esta navidad tengamos presente al principal festejado: el Niño Jesús; rescatemos las tradiciones de las posadas, los villancicos y las reflexiones en torno a este gran acontecimiento. Y que todos los festejos que presenciemos estén impregnados del verdadero espíritu navideño. Que esta Navidad sea “amar a Jesús como lo amó María, amar a María como la amó José”. ¡Felices fiestas, y que el 2020 sea pleno en bendiciones!


Navidad es época de reflexión, para que puedan aflorar la caridad y la generosidad entre las personas; contemplar al niño Dios en el pesebre inspira la mesiánica enseñanza de “amarse los unos a los otros”. Vivimos en un mundo tan materializado y tan de prisa, que con la vorágine de ocupaciones no nos damos el tiempo de mirar alrededor nuestro y sentir que nos conmueve la mirada de los más necesitados, la ternura de la gente buena, el grito de la gente abandonada, el llamado de la gente que pide amor, y nos olvidamos de agradecer al Creador por regalarnos el milagro de la vida, y que somos realmente bendecidos.

Nos quejamos de la pobreza material, pero no meditamos sobre la pobreza espiritual que invade al ser humano, ésta última ciega y no deja entender los mensajes de solidaridad como el que solía decir la madre Santa Teresa de Calcuta, “la pobreza la hacemos tú y yo cuando no compartimos lo que tenemos”. La Navidad tiene esa magia especial para ablandarnos el corazón y hacernos más humanos.

Desde que era una niña espero la Navidad con impaciencia, siempre la he considerado como un suceso sublime; todas las navidades han tenido algo particularmente bello, en torno a la reflexión de recrear en la mente y en el corazón los misterios gozosos que integran al nacimiento del Niño Jesús. Desde que el Arcángel San Gabriel se aparece a la Virgen para anunciarle que será la madre del verbo encarnado y el amoroso sí de ella; ya estando embarazada, Santa María va a visitar a Santa Isabel, quien también lleva en su seno a San Juan el Bautista, en un encuentro gozoso y alegre para ambas, resaltándose la humildad de la Madre de Dios, que recorre un largo camino para llegar con su prima Isabel. El tercer misterio enmarca el nacimiento del Niño Jesús y que Dios por amor se hizo hombre para la salvación del mundo.

Que esta navidad tengamos presente al principal festejado: el Niño Jesús; rescatemos las tradiciones de las posadas, los villancicos y las reflexiones en torno a este gran acontecimiento. Y que todos los festejos que presenciemos estén impregnados del verdadero espíritu navideño. Que esta Navidad sea “amar a Jesús como lo amó María, amar a María como la amó José”. ¡Felices fiestas, y que el 2020 sea pleno en bendiciones!