/ miércoles 1 de septiembre de 2021

En política, percepción es realidad. Y eso hace que nos vayamos con la finta

Por: Gustavo Madero

En política, la percepción y la opinión de la población es la que cuenta. Pero debemos preguntarnos: ¿Cómo se forma la opinión pública?

En esta era en que las opiniones valen más que los datos y las decisiones se toman por los humores y emociones más que en las evidencias, corremos el riesgo de que nos equivoquemos y luego tengamos que pagar por eso.

Tan determinante se ha vuelto este tema que gran parte del esfuerzo de los gobernantes se orienta a beneficiar su imagen, a moldear la opinión de los ciudadanos sobre su gobierno y a imprimir una narrativa conveniente a su proyecto político electoral.

No ha sido el caso de Javier Corral. Y ha sucedido un cambio dramático en su imagen al inicio vs al final de su gobierno.

Recuerdo el ímpetu colectivo y generalizado de su triunfo contra el gobernador César Duarte, su conmovedor discurso de toma de protesta que puso la piel chinita y los ojos vidriosos a más de uno de los trece mil asistentes al Centro de Convenciones. Qué contraste con el actual distanciamiento de tantos que al inicio estaban en las primeras filas del evento. ¿Cómo explicarlo? Como en la mayoría de los casos, las causas son múltiples.

El rompimiento que Corral tuvo con los medios y el modelo de comunicación basado en la compra de silencios y patrocinio de halagos tuvo un impacto grande. También debemos reconocer que no logró sustituirlo por un mejor esquema para informar sus logros, sus retos y el sentido de sus acciones de manera eficaz y eso estaba en su área de responsabilidad. Libró una guerra frontal en la que algunos medios influyentes bombardearon diariamente su imagen y distorsionaron sus acciones.

Esa es la percepción, aunque estoy convencido de que en el terreno de la realidad mucho es lo que se ha realizado, que ha sido honesto, congruente con sus principios, aunque no haya sido capaz de comunicarlo. Pero también lo dice el dicho: no hay peor sordo que quien no quiere oír.

Ayer me reclamaron cuando comenté que se habían construido tres mil presones en el estado y que esto iba a beneficiar mucho en esta temporada de lluvias. También, que es la administración que más ha invertido en obra pública de toda la historia (aunque se insista en que no se ha hecho nada). En cinco años se invirtieron: 30,477.27 millones de pesos en un estado endeudado y con dos gobiernos federales (uno hostil por la colusión y el pacto de impunidad con Duarte y el otro extractivo con una visión presidencialista que recortó a sus mínimos las inversiones y aportaciones a los estados.) No se habla del pleno empleo, del mayor apoyo con recursos presupuestales para enfrentar el Covid y menor índice de contagios que hoy tenemos a nivel nacional. Del menor índice de corrupción y mayor de transparencia. De la procuraduría mejor evaluada, de la mayor disminución de la desigualdad y el mayor acceso a derechos de las poblaciones indígenas, jornaleros, mujeres y personas con alguna discapacidad. No sirve hablar de datos. Lo importante es la narrativa imperante.

Pero recientemente vemos personajes en el más triste de los roles del ejercicio público que no sólo desconocen, sino atacan su figura y su gobierno. Que no debe declarar el semáforo verde para que sea su sucesora y que tenemos un gobierno más endeudado que el anterior. En términos reales y nominales la deuda es menor, pero la cargada de los oportunistas es mucho mayor.

Aguas con esto. Aguas con no ser responsables con nuestros juicios, porque estamos conformando una sociedad en la que alguien que hace las cosas bien le vaya mal y que alguien que hace las cosas mal, le vaya bien.


Por: Gustavo Madero

En política, la percepción y la opinión de la población es la que cuenta. Pero debemos preguntarnos: ¿Cómo se forma la opinión pública?

En esta era en que las opiniones valen más que los datos y las decisiones se toman por los humores y emociones más que en las evidencias, corremos el riesgo de que nos equivoquemos y luego tengamos que pagar por eso.

Tan determinante se ha vuelto este tema que gran parte del esfuerzo de los gobernantes se orienta a beneficiar su imagen, a moldear la opinión de los ciudadanos sobre su gobierno y a imprimir una narrativa conveniente a su proyecto político electoral.

No ha sido el caso de Javier Corral. Y ha sucedido un cambio dramático en su imagen al inicio vs al final de su gobierno.

Recuerdo el ímpetu colectivo y generalizado de su triunfo contra el gobernador César Duarte, su conmovedor discurso de toma de protesta que puso la piel chinita y los ojos vidriosos a más de uno de los trece mil asistentes al Centro de Convenciones. Qué contraste con el actual distanciamiento de tantos que al inicio estaban en las primeras filas del evento. ¿Cómo explicarlo? Como en la mayoría de los casos, las causas son múltiples.

El rompimiento que Corral tuvo con los medios y el modelo de comunicación basado en la compra de silencios y patrocinio de halagos tuvo un impacto grande. También debemos reconocer que no logró sustituirlo por un mejor esquema para informar sus logros, sus retos y el sentido de sus acciones de manera eficaz y eso estaba en su área de responsabilidad. Libró una guerra frontal en la que algunos medios influyentes bombardearon diariamente su imagen y distorsionaron sus acciones.

Esa es la percepción, aunque estoy convencido de que en el terreno de la realidad mucho es lo que se ha realizado, que ha sido honesto, congruente con sus principios, aunque no haya sido capaz de comunicarlo. Pero también lo dice el dicho: no hay peor sordo que quien no quiere oír.

Ayer me reclamaron cuando comenté que se habían construido tres mil presones en el estado y que esto iba a beneficiar mucho en esta temporada de lluvias. También, que es la administración que más ha invertido en obra pública de toda la historia (aunque se insista en que no se ha hecho nada). En cinco años se invirtieron: 30,477.27 millones de pesos en un estado endeudado y con dos gobiernos federales (uno hostil por la colusión y el pacto de impunidad con Duarte y el otro extractivo con una visión presidencialista que recortó a sus mínimos las inversiones y aportaciones a los estados.) No se habla del pleno empleo, del mayor apoyo con recursos presupuestales para enfrentar el Covid y menor índice de contagios que hoy tenemos a nivel nacional. Del menor índice de corrupción y mayor de transparencia. De la procuraduría mejor evaluada, de la mayor disminución de la desigualdad y el mayor acceso a derechos de las poblaciones indígenas, jornaleros, mujeres y personas con alguna discapacidad. No sirve hablar de datos. Lo importante es la narrativa imperante.

Pero recientemente vemos personajes en el más triste de los roles del ejercicio público que no sólo desconocen, sino atacan su figura y su gobierno. Que no debe declarar el semáforo verde para que sea su sucesora y que tenemos un gobierno más endeudado que el anterior. En términos reales y nominales la deuda es menor, pero la cargada de los oportunistas es mucho mayor.

Aguas con esto. Aguas con no ser responsables con nuestros juicios, porque estamos conformando una sociedad en la que alguien que hace las cosas bien le vaya mal y que alguien que hace las cosas mal, le vaya bien.