/ lunes 23 de mayo de 2022

En recuerdo del gran Pippo di Stefano, el tenor de la Callas

Por: Mario Saavedra

El año pasado se conmemoró el centenario de dos grandísimos tenores italianos: Franco Corelli y Giuseppe di Stefano (Motta Sant’Anastasia, 1921-Santa Maria Hoè, 2008), muy distintos entre sí. Quiero recordar ahora al gran Pippo Di Stefano, muy conocido y querido en nuestro país, y con quien en los cuarenta se dio a conocer aquí la Callas siendo él ya una figura y ella la gran diva en ciernes que desde entonces maravilló, con lo que los papeles se intercambiarían y el cantante se convertiría en su tenor de cabecera. Pude escucharlo en vivo, desgraciadamente ya en el ocaso de su carrera, en una función de El país de las sonrisas, de Franz Léhar, en la década de los ochenta, en el extinto Cine Chapultepec, ya francamente mermado de sus condiciones y muy lejos de siquiera rememorar al gran tenor de antología que había sido. Todo por servir se acaba, y nuestro ídolo no había sido precisamente un artista cuidadoso ni con sus facultades ni con sus finanzas. Sin embargo, hay grandísimas grabaciones suyas para la inmortalidad, en su mayoría con la gran diosa griego-neoyorquina en sus años de incomparable carrera.

En sus largos quince años gloriosos en La Scala, ya con Maria Callas, tuvo funciones memorables con Lucia di Lammermoor, de Donizetti, bajo la dirección de Herbert von Karajan, y La Traviata, en aquella famosa puesta en escena de Luchino Visconti, en 1955, donde exhibió su fama de rebelde al abandonar la producción. Ambas figuras se reencontrarían para la inauguración de la Temporada 1957/58 de la misma Scala, con Un baile de máscaras, de Verdi, donde compartió crédito además con Simionato, Bastianini, Ratti, bajo la dirección de Gavazzeni. El repertorio de Di Stefano en esa sala, en un principio con papeles mayormente líricos, se fue acercando más al terreno spinto, en obras como Eugenio Onieguin, de Tchaikovsky, en 1954, y Adriana Lecouvreur, de Cilea, en 1958, alternados con sus favoritos Werther, de Massenet, y El elíxir de amor, de Donizetti, para culminar con entrañables funciones de papeles más dramáticos como el Don José en Carmen, de Bizet, en 1955, y el Príncipe Calaf en Turandot, de Puccini, y el Don Álvaro en La fuerza del destino y el Radamés en Aída, de Verdi, en 1956. Histórico es su Mario Cavaradossi con la Callas y el barítono Tito Gobbi, que igual cantaría con la rival de la gran diva, la soprano italiana Renata Tebaldi.

En el conocido periodo mexicano entre 1948 y 1952 incorporó nuevos papeles a su repertorio, entre otros, su dilecto Werther, de Massenet, y La Favorita, de Donizetti, ambas con la Simionato, si no resultaron ser el mejor testimonio de sus facultades, como lo atestiguan las grabaciones. Su libro de memorias El Arte del Canto, de finales de los ochenta, está lleno de anécdotas y lecciones de quien en su mejor momento fue uno de los más grandes tenores del mundo, en una época en que la competencia era más que reñida porque había otros monstruos en escena, como el citado Franco Corelli que nació en el mismo año.


Por: Mario Saavedra

El año pasado se conmemoró el centenario de dos grandísimos tenores italianos: Franco Corelli y Giuseppe di Stefano (Motta Sant’Anastasia, 1921-Santa Maria Hoè, 2008), muy distintos entre sí. Quiero recordar ahora al gran Pippo Di Stefano, muy conocido y querido en nuestro país, y con quien en los cuarenta se dio a conocer aquí la Callas siendo él ya una figura y ella la gran diva en ciernes que desde entonces maravilló, con lo que los papeles se intercambiarían y el cantante se convertiría en su tenor de cabecera. Pude escucharlo en vivo, desgraciadamente ya en el ocaso de su carrera, en una función de El país de las sonrisas, de Franz Léhar, en la década de los ochenta, en el extinto Cine Chapultepec, ya francamente mermado de sus condiciones y muy lejos de siquiera rememorar al gran tenor de antología que había sido. Todo por servir se acaba, y nuestro ídolo no había sido precisamente un artista cuidadoso ni con sus facultades ni con sus finanzas. Sin embargo, hay grandísimas grabaciones suyas para la inmortalidad, en su mayoría con la gran diosa griego-neoyorquina en sus años de incomparable carrera.

En sus largos quince años gloriosos en La Scala, ya con Maria Callas, tuvo funciones memorables con Lucia di Lammermoor, de Donizetti, bajo la dirección de Herbert von Karajan, y La Traviata, en aquella famosa puesta en escena de Luchino Visconti, en 1955, donde exhibió su fama de rebelde al abandonar la producción. Ambas figuras se reencontrarían para la inauguración de la Temporada 1957/58 de la misma Scala, con Un baile de máscaras, de Verdi, donde compartió crédito además con Simionato, Bastianini, Ratti, bajo la dirección de Gavazzeni. El repertorio de Di Stefano en esa sala, en un principio con papeles mayormente líricos, se fue acercando más al terreno spinto, en obras como Eugenio Onieguin, de Tchaikovsky, en 1954, y Adriana Lecouvreur, de Cilea, en 1958, alternados con sus favoritos Werther, de Massenet, y El elíxir de amor, de Donizetti, para culminar con entrañables funciones de papeles más dramáticos como el Don José en Carmen, de Bizet, en 1955, y el Príncipe Calaf en Turandot, de Puccini, y el Don Álvaro en La fuerza del destino y el Radamés en Aída, de Verdi, en 1956. Histórico es su Mario Cavaradossi con la Callas y el barítono Tito Gobbi, que igual cantaría con la rival de la gran diva, la soprano italiana Renata Tebaldi.

En el conocido periodo mexicano entre 1948 y 1952 incorporó nuevos papeles a su repertorio, entre otros, su dilecto Werther, de Massenet, y La Favorita, de Donizetti, ambas con la Simionato, si no resultaron ser el mejor testimonio de sus facultades, como lo atestiguan las grabaciones. Su libro de memorias El Arte del Canto, de finales de los ochenta, está lleno de anécdotas y lecciones de quien en su mejor momento fue uno de los más grandes tenores del mundo, en una época en que la competencia era más que reñida porque había otros monstruos en escena, como el citado Franco Corelli que nació en el mismo año.