/ sábado 4 de junio de 2022

En su bicentenario luctuoso: E. T. A. Hoffmann, paradigma del Romanticismo

Por: Mario Saavedra

Paradigma del Romanticismo, E. T. A. Hoffmann (Königsberg, 1776-Berlín, 1822) encarnó el eslabón de transición entre el mundo donde predominaba todavía la razón y esa novedosa voluntad de ruptura que implicó el llamado Sturm und Drang alemán. Más bien corta y azarosa, su vida resulta contrastante porque si bien su personalidad y su visión del mundo coincidían con ese maravilloso nuevo “desorden” de creatividad, en su formación se manifestó la apertura de saberes y de intereses de la escuela anterior, como jurista, como dibujante y caricaturista, como pintor, como arquitecto, como teatrista en varios frentes, como cantante y compositor.

Ya un personaje y un artista reconocido, la segunda década del nuevo siglo resultó determinante en su producción musical y literaria, pues de esos años es su Fantasiestücke cuyo patrón después seguiría el propio Schumann y su ópera más conocida Undine que estrenó en la Königliches Schauspielhaus de Berlín en 1816. Su ópera modelo de cabecera fue el Don Giovanni del incomparable Mozart, de quien tomaría el Amadeus, dada su devoción, como parte de su nombre artístico.

Si bien su gran pasión era la música que colocaba como expresión artística suprema, lo cierto es que el escritor tuvo mucho mejor fortuna, como lo atestiguan muchos de sus cuentos y algunas de sus novelas todavía presentes en el radar literario, conforme influyeron en narradores posteriores de trascendencia como Edgar Allan Poe, Théophile Gautier e incluso Franz Kafka. Fue de igual modo pionero en el uso del doppelgänger, es decir, del doble fantasmal que influiría en muchos otros autores, sin olvidar por supuesto al gran Jorge Luis Borges. Inspirado por El monje, de Matthew Lewis, su novela gótica más oscura y célebre es Los elíxires del diablo, publicada por entregas, entre 1815 y 1818, a manera de folletín.

Sus obras de ficción, de horror y de suspenso, que son modelo del Romanticismo literario y del género fantástico por cómo introducen y dosifican el artificio de lo extraordinario que irrumpe en el orden cotidiano, combinan lo grotesco y lo sobrenatural con un poderoso realismo psicológico que trascendería hasta el siglo XX y el cinematógrafo. El mismo Heinrich Heine escribió sobre él: “Todas sus historias llevan el sello de lo extraordinario. Los elíxires del diablo, por ejemplo, contienen las cosas más terribles y espantosas que puede imaginar el espíritu humano. ¡Cuán débil nos parece El Monje, de Lewis, que trata el mismo tema! En Gotinga, un estudiante se volvió loco tras leer esta novela que ha sido de inspiración para otros autores”.

En el pináculo de su éxito y esclavo de su incontenible sensibilidad, se entregó a una vida desordenada que acabó por destruir su salud y conducirlo a las puertas de la locura, como su contemporáneo y no menos desgraciado Hölderlin, si bien su productividad desaforada lo mantuvo todavía lúcido y activo hasta su muerte. Ya paralítico y muy mermado el último año de vida, le dictaba sus textos a su esposa y a sus secretarios, porque el encierro forzoso y la inactividad física habían intensificado su agudeza y su creatividad.


Por: Mario Saavedra

Paradigma del Romanticismo, E. T. A. Hoffmann (Königsberg, 1776-Berlín, 1822) encarnó el eslabón de transición entre el mundo donde predominaba todavía la razón y esa novedosa voluntad de ruptura que implicó el llamado Sturm und Drang alemán. Más bien corta y azarosa, su vida resulta contrastante porque si bien su personalidad y su visión del mundo coincidían con ese maravilloso nuevo “desorden” de creatividad, en su formación se manifestó la apertura de saberes y de intereses de la escuela anterior, como jurista, como dibujante y caricaturista, como pintor, como arquitecto, como teatrista en varios frentes, como cantante y compositor.

Ya un personaje y un artista reconocido, la segunda década del nuevo siglo resultó determinante en su producción musical y literaria, pues de esos años es su Fantasiestücke cuyo patrón después seguiría el propio Schumann y su ópera más conocida Undine que estrenó en la Königliches Schauspielhaus de Berlín en 1816. Su ópera modelo de cabecera fue el Don Giovanni del incomparable Mozart, de quien tomaría el Amadeus, dada su devoción, como parte de su nombre artístico.

Si bien su gran pasión era la música que colocaba como expresión artística suprema, lo cierto es que el escritor tuvo mucho mejor fortuna, como lo atestiguan muchos de sus cuentos y algunas de sus novelas todavía presentes en el radar literario, conforme influyeron en narradores posteriores de trascendencia como Edgar Allan Poe, Théophile Gautier e incluso Franz Kafka. Fue de igual modo pionero en el uso del doppelgänger, es decir, del doble fantasmal que influiría en muchos otros autores, sin olvidar por supuesto al gran Jorge Luis Borges. Inspirado por El monje, de Matthew Lewis, su novela gótica más oscura y célebre es Los elíxires del diablo, publicada por entregas, entre 1815 y 1818, a manera de folletín.

Sus obras de ficción, de horror y de suspenso, que son modelo del Romanticismo literario y del género fantástico por cómo introducen y dosifican el artificio de lo extraordinario que irrumpe en el orden cotidiano, combinan lo grotesco y lo sobrenatural con un poderoso realismo psicológico que trascendería hasta el siglo XX y el cinematógrafo. El mismo Heinrich Heine escribió sobre él: “Todas sus historias llevan el sello de lo extraordinario. Los elíxires del diablo, por ejemplo, contienen las cosas más terribles y espantosas que puede imaginar el espíritu humano. ¡Cuán débil nos parece El Monje, de Lewis, que trata el mismo tema! En Gotinga, un estudiante se volvió loco tras leer esta novela que ha sido de inspiración para otros autores”.

En el pináculo de su éxito y esclavo de su incontenible sensibilidad, se entregó a una vida desordenada que acabó por destruir su salud y conducirlo a las puertas de la locura, como su contemporáneo y no menos desgraciado Hölderlin, si bien su productividad desaforada lo mantuvo todavía lúcido y activo hasta su muerte. Ya paralítico y muy mermado el último año de vida, le dictaba sus textos a su esposa y a sus secretarios, porque el encierro forzoso y la inactividad física habían intensificado su agudeza y su creatividad.