/ martes 19 de noviembre de 2019

Escapando de la soberbia y la vanidad política


Aristóteles dijo en alguna ocasión: “El soberbio se eleva a los sumos honores, sin solidez de juicio y de virtud; por consiguiente, mientras más alto sube, más ruidosamente se precipita y en su ruina envuelve a la república”.

La doctrina de igualdad real, no la marxista bolivariana que gran desastre la ha causado a los pueblos víctimas de la misma, es la que descansa en esto: no hay hombre grande que no se crea pequeño. Los que nunca se sienten pequeños, esos sí lo son.

Las cosas más valiosas para la humanidad las han realizado algunos hombres que no se han sentido infalibles. El soberbio, el vanidoso, no tiene grandes virtudes, pero sí se considera digno de grandes reconocimientos y honores.

Dialogar con un vanidoso vulgar es una gran dificultad, pero manejar a un gran vanidoso soberbio, creído o engreído es una gran y total imposibilidad. “Por la vanidad se hace lo que por la avaricia...”.

La presunción se imagina ser superior y todos y se cree más sabia que todos los sabios. Si un gobernante o cualquier persona cree tener una gran idea y no es generalmente aceptada, algo ha de tener de equivocada, y es de sentido común revisarla.

Todavía no hemos visto a un auténtico político que trate de engañar a alguien. Su ambición es aprender y ese medio hacer la vida más agradable para el ciudadano, para sí mismo y para los demás.

Benjamín Franklin refiere en su biografía de qué modo dominó el mal hábito que tenía de

contradecir a los demás basado en el refugio de afirmar algo parecido a “yo tengo otros datos”, y al dominar su forma de pensar, se convirtió en un hábil diplomático. Un amigo de verdad lo amonestó de la siguiente manera diciéndole: Tus opiniones son una bofetada para cada uno de los que no piensan como tú. Tus amigos se divierten mejor cuando no estás entre ellos. Sabes tanto que nadie te puede decir nada y nadie lo intenta tampoco para no tener dificultades. De modo que nunca vas a saber más de lo que ya sabes y lo que sabes es bien poco”.

Y así Franklin tuvo el gran mérito de reconocer que lo que se le decía era verdad y se formó el propósito no sólo de no contradecir, sino ni de expresar opiniones que significaran una seguridad absoluta y menos aún, dogmatismo en ninguna forma.

Creo que todos podemos trabajar en la lucha interna que libramos como seres humanos contra el sentirnos orgullosos por algo que no hicimos o logramos, en la soberbia, en el apego a las cosas o a ideales que los Principios Universales nos marcan como erróneos, a la vanidad, a ser presumidos. Vivir en humildad no significa únicamente en ser “pobres” económicamente.


Aristóteles dijo en alguna ocasión: “El soberbio se eleva a los sumos honores, sin solidez de juicio y de virtud; por consiguiente, mientras más alto sube, más ruidosamente se precipita y en su ruina envuelve a la república”.

La doctrina de igualdad real, no la marxista bolivariana que gran desastre la ha causado a los pueblos víctimas de la misma, es la que descansa en esto: no hay hombre grande que no se crea pequeño. Los que nunca se sienten pequeños, esos sí lo son.

Las cosas más valiosas para la humanidad las han realizado algunos hombres que no se han sentido infalibles. El soberbio, el vanidoso, no tiene grandes virtudes, pero sí se considera digno de grandes reconocimientos y honores.

Dialogar con un vanidoso vulgar es una gran dificultad, pero manejar a un gran vanidoso soberbio, creído o engreído es una gran y total imposibilidad. “Por la vanidad se hace lo que por la avaricia...”.

La presunción se imagina ser superior y todos y se cree más sabia que todos los sabios. Si un gobernante o cualquier persona cree tener una gran idea y no es generalmente aceptada, algo ha de tener de equivocada, y es de sentido común revisarla.

Todavía no hemos visto a un auténtico político que trate de engañar a alguien. Su ambición es aprender y ese medio hacer la vida más agradable para el ciudadano, para sí mismo y para los demás.

Benjamín Franklin refiere en su biografía de qué modo dominó el mal hábito que tenía de

contradecir a los demás basado en el refugio de afirmar algo parecido a “yo tengo otros datos”, y al dominar su forma de pensar, se convirtió en un hábil diplomático. Un amigo de verdad lo amonestó de la siguiente manera diciéndole: Tus opiniones son una bofetada para cada uno de los que no piensan como tú. Tus amigos se divierten mejor cuando no estás entre ellos. Sabes tanto que nadie te puede decir nada y nadie lo intenta tampoco para no tener dificultades. De modo que nunca vas a saber más de lo que ya sabes y lo que sabes es bien poco”.

Y así Franklin tuvo el gran mérito de reconocer que lo que se le decía era verdad y se formó el propósito no sólo de no contradecir, sino ni de expresar opiniones que significaran una seguridad absoluta y menos aún, dogmatismo en ninguna forma.

Creo que todos podemos trabajar en la lucha interna que libramos como seres humanos contra el sentirnos orgullosos por algo que no hicimos o logramos, en la soberbia, en el apego a las cosas o a ideales que los Principios Universales nos marcan como erróneos, a la vanidad, a ser presumidos. Vivir en humildad no significa únicamente en ser “pobres” económicamente.