/ jueves 8 de octubre de 2020

Escritor de presidio

Para muchas personas aisladas de sus actividades habituales, especialmente, las vulnerables a una fatalidad al contraer el Covid-19, estar aislados es algo que mueve a la desesperación. Por contraste, salen a relucir, a propósito, las palabras del célebre escritor Anatole France: “¡El sufrimiento! ¡Qué divina incógnita! Le debemos todo lo que hay de bueno en nosotros, todo lo que hace amable la vida; le debemos la piedad, le debemos el valor, le debemos las virtudes”. Y lo que parece ser consecuencia de una insana saturación de incomodidades es una intoxicación de holgura.

¿Vivimos una época saturada de pesimismo y desesperación? G. K. Chesterton diría que el pesimismo no consiste en estar cansado del mal, sino en estar cansado del bien y que la desesperación no estriba en estar cansado del sufrimiento, sino en estar cansado de la alegría. O somos mártires, porque nos preocupamos de tal modo de lo ajeno, que olvidamos nuestra propia existencia, o somos como el suicida que se preocupa tan poco por lo que no sea él mismo, que desea el aniquilamiento general. En todo momento, sólo queremos quedarnos con lo que nos agrada más.

Así, terminamos por elegir dejar atrás nuestra vida por una felicidad desabrida. Elegimos conquistar el mundo en nuestra mente, en vez de conquistar cada momento. Y para ejemplos de quienes conquistaron sus momentos en reclusión, en su mente, con papel y lápiz, tenemos al famoso escritor Aleksandr Solzhenitsyn, que con su Archipiélago Gulag, retrata el encierro, con frecuencia, de por vida, en el régimen soviético. O tenemos El Millón, Los viajes de Marco Polo o Libro de las Maravillas, escrito en el confinamiento, dictado por su autor Marco Polo a un compañero de cárcel.

Tal vez, alguien pudo ver en los escaparates de las librerías alguna obra de O. Henry, de quien se cuenta que sesenta meses de cárcel lo convirtieron en célebre escritor, un plazo de aislamiento que no estamos lejos de vivir en estos tiempos. Y la lista continúa, con Walter Raleigh, quien dio a luz una historia del mundo durante su encarcelamiento. A Juan Bunyan le sirvieron ciento cuarenta meses tras las rejas para redactar su famosa obra El Progreso del Peregrino, que sin duda, después de la Biblia, ha sido una de las obras más leídas. Cervantes, estando preso, escribió El Quijote.

Richard Lovelace grabó en las paredes de su celda poemas de gran belleza, como este fragmento de “A Altea, desde prisión”: /Los muros de piedra no hacen una prisión/… Mentes inocentes y calmas toman/ aquello por un ermitaño/ Si yo tengo libertad en mi amor/ Y dentro de mi alma soy libre/ Sólo los ángeles se elevan de tal modo…/. Encerrados han escrito alguna de sus obras famosas Oscar Wilde, Voltaire o Jean Genet. Y, bueno, millones de ejemplares se han vendido de la autobiografía (poco mañosa) que Hitler escribió en la cárcel. ¿Quién sabe? Tal vez usted sea el próximo artista. agusperezr@hotmail.com



Para muchas personas aisladas de sus actividades habituales, especialmente, las vulnerables a una fatalidad al contraer el Covid-19, estar aislados es algo que mueve a la desesperación. Por contraste, salen a relucir, a propósito, las palabras del célebre escritor Anatole France: “¡El sufrimiento! ¡Qué divina incógnita! Le debemos todo lo que hay de bueno en nosotros, todo lo que hace amable la vida; le debemos la piedad, le debemos el valor, le debemos las virtudes”. Y lo que parece ser consecuencia de una insana saturación de incomodidades es una intoxicación de holgura.

¿Vivimos una época saturada de pesimismo y desesperación? G. K. Chesterton diría que el pesimismo no consiste en estar cansado del mal, sino en estar cansado del bien y que la desesperación no estriba en estar cansado del sufrimiento, sino en estar cansado de la alegría. O somos mártires, porque nos preocupamos de tal modo de lo ajeno, que olvidamos nuestra propia existencia, o somos como el suicida que se preocupa tan poco por lo que no sea él mismo, que desea el aniquilamiento general. En todo momento, sólo queremos quedarnos con lo que nos agrada más.

Así, terminamos por elegir dejar atrás nuestra vida por una felicidad desabrida. Elegimos conquistar el mundo en nuestra mente, en vez de conquistar cada momento. Y para ejemplos de quienes conquistaron sus momentos en reclusión, en su mente, con papel y lápiz, tenemos al famoso escritor Aleksandr Solzhenitsyn, que con su Archipiélago Gulag, retrata el encierro, con frecuencia, de por vida, en el régimen soviético. O tenemos El Millón, Los viajes de Marco Polo o Libro de las Maravillas, escrito en el confinamiento, dictado por su autor Marco Polo a un compañero de cárcel.

Tal vez, alguien pudo ver en los escaparates de las librerías alguna obra de O. Henry, de quien se cuenta que sesenta meses de cárcel lo convirtieron en célebre escritor, un plazo de aislamiento que no estamos lejos de vivir en estos tiempos. Y la lista continúa, con Walter Raleigh, quien dio a luz una historia del mundo durante su encarcelamiento. A Juan Bunyan le sirvieron ciento cuarenta meses tras las rejas para redactar su famosa obra El Progreso del Peregrino, que sin duda, después de la Biblia, ha sido una de las obras más leídas. Cervantes, estando preso, escribió El Quijote.

Richard Lovelace grabó en las paredes de su celda poemas de gran belleza, como este fragmento de “A Altea, desde prisión”: /Los muros de piedra no hacen una prisión/… Mentes inocentes y calmas toman/ aquello por un ermitaño/ Si yo tengo libertad en mi amor/ Y dentro de mi alma soy libre/ Sólo los ángeles se elevan de tal modo…/. Encerrados han escrito alguna de sus obras famosas Oscar Wilde, Voltaire o Jean Genet. Y, bueno, millones de ejemplares se han vendido de la autobiografía (poco mañosa) que Hitler escribió en la cárcel. ¿Quién sabe? Tal vez usted sea el próximo artista. agusperezr@hotmail.com