/ jueves 12 de agosto de 2021

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Por: Roberta Cortázar

Nos invitan a una boda de un buen amigo, y como en otras situaciones similares no pongo atención a lo que ese día me pondré, así que el mero día busco entre mis prendas alguna que ese día me cierre el ojo, y me decido por un vestido corto de color negro con un poco de canutillo y chaquira en la parte del pecho, en mi entendimiento como la boda es de día, el vestido corto es el adecuado, pero en mi ignorancia de la rigurosa etiquita y moda, desconocía que el color, la textura y adorno del vestido son más importantes que el largo del atuendo. Por otro lado voy al peinador y pido que me hagan un chongo, uno de esos donde ya no tendré que preocuparte por despeinarme, porque con la humedad de ese verano se me podría erizar el pelo a medio festejo.

Así que, así, lista según yo, llegamos a la fiesta donde el matrimonio se celebraría sólo civilmente, porque nuestro amigo ya había sido casado.

Después de bajarme del auto con prisa para no llegar tarde en la entrada me paralicé, se abrió ante mis ojos el recinto y la concurrencia que totalmente desentonaba con el escenario que yo había imaginado, me sentí como una mosca que aterrizaba en un vaso de leche. Todas las mujeres lucían vestidos de colores claros, de telas vaporosas y adornadas con la sutileza de algún diseño discreto que daba honor a la primavera, sus peinados eran lindos pero casuales y yo, ahí parada con ese look que gritaba fiesta de noche de invierno.

Me senté en la mesa donde nos esperaban unos amigos, que sin duda no pudieron esconder el asombro ante mi vestimenta y peinado, y uno de ellos que siempre es educado y galante me dijo que qué guapa iba. Jajajaja. Ahora me río cuando me acuerdo, pero en ese momento quería meterme debajo de la mesa y gatear hasta la salida sin que nadie me viera, para volver a hacer mi entrada con lo que la ocasión requería para diluirme en un festejo de colores claros y peinados sueltos.

No sé si por lo mal que me sentía o por alucinaciones, percibí cómo las mujeres se me quedaban viendo y hacían comentarios entre ellas, y yo como me sentía como el negrito en el arroz, me caían todos esos latigazos, que seguramente eran reales.

Al estar escribiendo esto me doy cuenta que muchas veces no pongo el suficiente cuidado en cómo me visto y como me veo, y sueño con que un fashion police (policía de la moda) me rescate y me sugiera lo que debo usar, lo que se me ve bien y lo que amerita la ocasión, pero luego vuelvo a envolverme en todo lo que quiero hacer y dejo en segundo plano la imagen.

Vivimos en un mundo de mucha atención a la imagen y admiro a quienes cuidan de ella, pero pienso también que muchas veces esa imagen nos priva de ir más allá de lo que se ve superficialmente. Por eso hoy hago un alto y me detengo a descubrir qué hay detrás de eso que se ve a simple vista para descubrir el ser humano que está ahí adentro, y me he sorprendido de las joyas que he descubierto. Con esto no incito a que te descuides, pero sí a que observes y te enriquezcas con la esencia de quien te topas.

Por: Roberta Cortázar

Nos invitan a una boda de un buen amigo, y como en otras situaciones similares no pongo atención a lo que ese día me pondré, así que el mero día busco entre mis prendas alguna que ese día me cierre el ojo, y me decido por un vestido corto de color negro con un poco de canutillo y chaquira en la parte del pecho, en mi entendimiento como la boda es de día, el vestido corto es el adecuado, pero en mi ignorancia de la rigurosa etiquita y moda, desconocía que el color, la textura y adorno del vestido son más importantes que el largo del atuendo. Por otro lado voy al peinador y pido que me hagan un chongo, uno de esos donde ya no tendré que preocuparte por despeinarme, porque con la humedad de ese verano se me podría erizar el pelo a medio festejo.

Así que, así, lista según yo, llegamos a la fiesta donde el matrimonio se celebraría sólo civilmente, porque nuestro amigo ya había sido casado.

Después de bajarme del auto con prisa para no llegar tarde en la entrada me paralicé, se abrió ante mis ojos el recinto y la concurrencia que totalmente desentonaba con el escenario que yo había imaginado, me sentí como una mosca que aterrizaba en un vaso de leche. Todas las mujeres lucían vestidos de colores claros, de telas vaporosas y adornadas con la sutileza de algún diseño discreto que daba honor a la primavera, sus peinados eran lindos pero casuales y yo, ahí parada con ese look que gritaba fiesta de noche de invierno.

Me senté en la mesa donde nos esperaban unos amigos, que sin duda no pudieron esconder el asombro ante mi vestimenta y peinado, y uno de ellos que siempre es educado y galante me dijo que qué guapa iba. Jajajaja. Ahora me río cuando me acuerdo, pero en ese momento quería meterme debajo de la mesa y gatear hasta la salida sin que nadie me viera, para volver a hacer mi entrada con lo que la ocasión requería para diluirme en un festejo de colores claros y peinados sueltos.

No sé si por lo mal que me sentía o por alucinaciones, percibí cómo las mujeres se me quedaban viendo y hacían comentarios entre ellas, y yo como me sentía como el negrito en el arroz, me caían todos esos latigazos, que seguramente eran reales.

Al estar escribiendo esto me doy cuenta que muchas veces no pongo el suficiente cuidado en cómo me visto y como me veo, y sueño con que un fashion police (policía de la moda) me rescate y me sugiera lo que debo usar, lo que se me ve bien y lo que amerita la ocasión, pero luego vuelvo a envolverme en todo lo que quiero hacer y dejo en segundo plano la imagen.

Vivimos en un mundo de mucha atención a la imagen y admiro a quienes cuidan de ella, pero pienso también que muchas veces esa imagen nos priva de ir más allá de lo que se ve superficialmente. Por eso hoy hago un alto y me detengo a descubrir qué hay detrás de eso que se ve a simple vista para descubrir el ser humano que está ahí adentro, y me he sorprendido de las joyas que he descubierto. Con esto no incito a que te descuides, pero sí a que observes y te enriquezcas con la esencia de quien te topas.

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