/ viernes 5 de julio de 2019

Falta de civismo

No hay civismo a la mexicana. Simplemente en México no hay civismo, al cual le entendemos como un sistema de principios, valores, normas, obligaciones y compromisos prácticos que construyen la ciudadanía. En nuestro país tenemos problemas sociales muy serios por falta de civismo.

Gilberto Guevara Niebla, un investigador y crítico del sistema educativo mexicano, ha dicho que “entre los elementos que definen la crisis educativa de la sociedad mexicana, la nulidad del civismo como asignatura y práctica efectiva es uno de los más alarmantes” (https://www.nexos.com.mx/?p=9168).

La historia de la educación en México a partir de la Revolución muestra una falta de interés por hacer ciudadanía. Los gobiernos han buscado formar, sobre todo, militantes y agentes productivos, y esto de ninguna manera tiene que ver con formación cívica.

La educación cívica no es memorizar hechos y personajes de un pasado glorioso, casi sagrado. El civismo tampoco consiste en venerar símbolos nacionalistas o figuras de poder. La educación para la ciudadanía forma personas autónomas, responsables y críticas.

Quien tiene educación cívica es un sujeto que, más allá de ostentar una credencial para votar, reconoce un valor supremo en la vida colectiva y, mediante un respeto a los valores y principios que favorecen la mejor sociedad, cuida constantemente el desarrollo comunitario.

No tenemos civismo, no tenemos educación cívica. En los últimos cien años de nuestra historia como país, hemos cursado desde adoctrinamientos socialistas hasta adiestramientos neoliberales para la producción y el consumo, todo en el marco de un paternalismo pernicioso.

El actual secretario de Educación, Esteban Moctezuma, anunció hace cinco meses el regreso (una vez más) de las clases de civismo a las escuelas. Ojalá y ahora sí sea educación en civismo, que se forme a ciudadanos libres, críticos y participativos en asuntos públicos.

Necesitamos ciudadanos respetuosos de la legalidad, defensores de la integridad individual y la estabilidad institucional, promotores de una crítica fundada y bien orientada; hacen falta –siempre- ciudadanos con dignidad.


No hay civismo a la mexicana. Simplemente en México no hay civismo, al cual le entendemos como un sistema de principios, valores, normas, obligaciones y compromisos prácticos que construyen la ciudadanía. En nuestro país tenemos problemas sociales muy serios por falta de civismo.

Gilberto Guevara Niebla, un investigador y crítico del sistema educativo mexicano, ha dicho que “entre los elementos que definen la crisis educativa de la sociedad mexicana, la nulidad del civismo como asignatura y práctica efectiva es uno de los más alarmantes” (https://www.nexos.com.mx/?p=9168).

La historia de la educación en México a partir de la Revolución muestra una falta de interés por hacer ciudadanía. Los gobiernos han buscado formar, sobre todo, militantes y agentes productivos, y esto de ninguna manera tiene que ver con formación cívica.

La educación cívica no es memorizar hechos y personajes de un pasado glorioso, casi sagrado. El civismo tampoco consiste en venerar símbolos nacionalistas o figuras de poder. La educación para la ciudadanía forma personas autónomas, responsables y críticas.

Quien tiene educación cívica es un sujeto que, más allá de ostentar una credencial para votar, reconoce un valor supremo en la vida colectiva y, mediante un respeto a los valores y principios que favorecen la mejor sociedad, cuida constantemente el desarrollo comunitario.

No tenemos civismo, no tenemos educación cívica. En los últimos cien años de nuestra historia como país, hemos cursado desde adoctrinamientos socialistas hasta adiestramientos neoliberales para la producción y el consumo, todo en el marco de un paternalismo pernicioso.

El actual secretario de Educación, Esteban Moctezuma, anunció hace cinco meses el regreso (una vez más) de las clases de civismo a las escuelas. Ojalá y ahora sí sea educación en civismo, que se forme a ciudadanos libres, críticos y participativos en asuntos públicos.

Necesitamos ciudadanos respetuosos de la legalidad, defensores de la integridad individual y la estabilidad institucional, promotores de una crítica fundada y bien orientada; hacen falta –siempre- ciudadanos con dignidad.