/ viernes 16 de julio de 2021

Falta de trascendencia

El hombre en la actualidad ya no necesita de Dios. Ya tenemos decenas de canales de televisión con innumerables películas y series para todos los gustos. La ciencia y la técnica nos han convertido en dueños y señores de todo lo que tocamos o ambicionamos tocar. Hemos llegado a una época de madurez donde al único que debemos obedecer es al gusto o capricho personal, sin que nada ni nadie nos indique qué debemos hacer o dejar de hacer; y mucho menos que otros nos vengan a decir que lo que pensamos decimos y hacemos es pecado.

Por otra parte —para algunos— dedicarle tiempo a Dios es quitárselo al entretenimiento. Rezar no divierte. Dios es aburrido y sus ministros unos impostores, pecadores como cualquier otro, que sólo buscan enriquecerse, dominar y abusar de los más débiles. La Iglesia es vista como una organización de poder tan falsa como los partidos políticos de cualquier color.

El mundo está desencantado de la religiosidad. Tal parece que es un asunto de épocas superadas.

En buena parte, quizás, quienes formamos parte de la jerarquía somos culpables por transmitir una fe que, en algunos casos, se queda en ceremonias o en un deseo de hacer la liturgia más entretenida, más atractiva a base de formas de música que están muy lejos de competir con lo que los jóvenes acostumbran escuchar y bailar. Algunos sermones son insustanciales o sentimentaloides y repetitivos... en definitiva, decepcionantes.

La gente quiere ser feliz y no saben cómo, la Iglesia sabe dónde está la verdadera felicidad, pero a veces no sabe cómo trasmitir su mensaje. No son las ceremonias litúrgicas por sí mismas las que pueden satisfacer esa hambre de felicidad. Además en nuestros días la Iglesia tiene muy mala prensa. También le pasa lo mismo al matrimonio y la familia, muchos están hartos de buscar la dicha y encontrarse con problemas y dificultades amargas. También los hay que no están satisfechos por estar llenos de prejuicios antireligiosos, y anti todo lo que tenga que ver con una moral tradicional. No quieren tener hijos, no quieren esclavizarse, no están dispuestos a ser fieles a una sola persona toda su vida.

Las satisfacciones deben ser inmediatas, sin tener que esperar, y sin que exijan esfuerzo, y mucho menos renuncia. Cuando los criterios a seguir cumplen estos requisitos se puede entender por qué tiene tanto éxito la pornografía. Se ve como algo natural; la satisfacción es inmediata, además es gratuita, se puede ver en todo tiempo y lugar, está al alcance de chicos y grandes, y dicen que todo el mundo lo hace. Soy de la idea de que estos criterios tienen como mercado cautivo a las personas inmaduras.

Estoy convencido de que vivir con la conciencia de que el ser humano tiene un destino más allá de esta vida —pues Dios nos dio la existencia para poder vivir con Él por toda la eternidad— ayuda a cambiar nuestra forma de verlo todo de una manera más positiva, más rica, más madura y esperanzadora, pues aunque todo siga igual, todo se ve diferente; con una luz sobrenatural.

www.padrealejandro.org

El hombre en la actualidad ya no necesita de Dios. Ya tenemos decenas de canales de televisión con innumerables películas y series para todos los gustos. La ciencia y la técnica nos han convertido en dueños y señores de todo lo que tocamos o ambicionamos tocar. Hemos llegado a una época de madurez donde al único que debemos obedecer es al gusto o capricho personal, sin que nada ni nadie nos indique qué debemos hacer o dejar de hacer; y mucho menos que otros nos vengan a decir que lo que pensamos decimos y hacemos es pecado.

Por otra parte —para algunos— dedicarle tiempo a Dios es quitárselo al entretenimiento. Rezar no divierte. Dios es aburrido y sus ministros unos impostores, pecadores como cualquier otro, que sólo buscan enriquecerse, dominar y abusar de los más débiles. La Iglesia es vista como una organización de poder tan falsa como los partidos políticos de cualquier color.

El mundo está desencantado de la religiosidad. Tal parece que es un asunto de épocas superadas.

En buena parte, quizás, quienes formamos parte de la jerarquía somos culpables por transmitir una fe que, en algunos casos, se queda en ceremonias o en un deseo de hacer la liturgia más entretenida, más atractiva a base de formas de música que están muy lejos de competir con lo que los jóvenes acostumbran escuchar y bailar. Algunos sermones son insustanciales o sentimentaloides y repetitivos... en definitiva, decepcionantes.

La gente quiere ser feliz y no saben cómo, la Iglesia sabe dónde está la verdadera felicidad, pero a veces no sabe cómo trasmitir su mensaje. No son las ceremonias litúrgicas por sí mismas las que pueden satisfacer esa hambre de felicidad. Además en nuestros días la Iglesia tiene muy mala prensa. También le pasa lo mismo al matrimonio y la familia, muchos están hartos de buscar la dicha y encontrarse con problemas y dificultades amargas. También los hay que no están satisfechos por estar llenos de prejuicios antireligiosos, y anti todo lo que tenga que ver con una moral tradicional. No quieren tener hijos, no quieren esclavizarse, no están dispuestos a ser fieles a una sola persona toda su vida.

Las satisfacciones deben ser inmediatas, sin tener que esperar, y sin que exijan esfuerzo, y mucho menos renuncia. Cuando los criterios a seguir cumplen estos requisitos se puede entender por qué tiene tanto éxito la pornografía. Se ve como algo natural; la satisfacción es inmediata, además es gratuita, se puede ver en todo tiempo y lugar, está al alcance de chicos y grandes, y dicen que todo el mundo lo hace. Soy de la idea de que estos criterios tienen como mercado cautivo a las personas inmaduras.

Estoy convencido de que vivir con la conciencia de que el ser humano tiene un destino más allá de esta vida —pues Dios nos dio la existencia para poder vivir con Él por toda la eternidad— ayuda a cambiar nuestra forma de verlo todo de una manera más positiva, más rica, más madura y esperanzadora, pues aunque todo siga igual, todo se ve diferente; con una luz sobrenatural.

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