En las últimas décadas hemos podido observar grandes cambios culturales. En este asunto han tenido una función muy importante los nuevos sistemas de comunicación. Pero sería un error culpar a los avances técnicos de estos fenómenos sociales, pues los teléfonos inteligentes no se controlan a sí mismos. Estos medios son manejados por seres humanos y somos nosotros quienes les damos un uso correcto o incorrecto. Por poner un ejemplo concreto; todos sabemos que los celulares no inventan las calumnias.
Hoy en día cualquier persona puede subir a las redes sociales información falsa y críticas que pueden destrozar la buena fama de personas honradas y buenas. No hace falta presentar argumentos sólidos y bien fundamentados. Las difamaciones vuelan por los aires a grandes distancias como los papeles soltados desde un avión, y lo peor de todo es que después de propagados los vituperios es imposible reparar el daño que se haya hecho.
Muchos confunden el derecho a la libre expresión con el derecho a criticar. Basta leer los comentarios a cualquier noticia, para descubrir la amargura cáustica que llena los cerebros y los corazones de muchos quienes se sienten con autoridad para insultar públicamente a cualquiera.
Otra forma de dañar le imagen de personas, instituciones y valores es bautizándolas con términos humillantes o que suenan ridículos para desautorizar los argumentos o tipo de vida. Quienes actúan de esta manera demuestran poco valor cívico y poca categoría humana. Es algo parecido a quien con un martillo destrozara una obra de arte. Es decir, ese tipo de actos los puede hacer un loco, un imprudente o un simple estúpido.
Me llamó poderosamente la atención que en un texto donde se favorecía la idea de que a cualquier tipo de relación se le puede dar la categoría de familia, se humillaba a los defensores de la familia llamándolos: “Familiaristas”, cuando a lo largo de muchos siglos y en todo el mundo se ha reconocido el valor fundamental de esta institución como el fundamento de la sociedad. Bastará preguntarle a cualquier persona prudente qué es para ella lo más importante en su vida, y la respuesta será siempre la misma.