/ martes 21 de abril de 2020

Ficción y realidad


Ficción y realidad se acercan y se confunden. Una película del hombre de acero, un presidente de un país insular del sudeste asiático y expresiones de personas que temen contagiarse del Covid-19.


Un filme de las primeras acciones de Superman relata el salvamento de un camión que se hunde en el agua con personas dentro. El hombre venido de otro planeta logra sacar el vehículo a flote. Al darse cuenta que alguien vio la hazaña se le recrimina, dado que aún no ha llegado su hora y no es conveniente que los humanos sepan de su fuerza. El hombre de acero –niño aún- pregunta: ¿Querían que los dejara morir? La respuesta es contundente, más valdría que fuera así.

El presidente del territorio formado por muchas islas ordenó a los cuerpos de seguridad, al inicio del mes de abril, disparar a matar a las personas que violaran los requisitos de la estricta cuarentena por la pandemia del Covid-19. La idea es salvaguardar la vida de quienes se cuidan de caer en la enfermedad, pero a costa de la vida de otros aunque no hagan caso. El jefe de la Policía Nacional, quizá para aminorar la declaración presidencial, expresó que se trataba simplemente de un “mensaje fuerte”.

Algunas personas, temerosas del coronavirus, alzaron la voz para decir que quemarán –sin consideración- a aquellos que estaban contagiados.

Esos casos son unos, entre otros más, que señalan el poco –o ningún- valor que no pocos, por diversas causas, le dan a la vida humana, no propiamente en general sino a la de cada persona individualmente considerada.

El asunto no es nuevo ni exclusivo de una crisis como la pandemia que padecemos. En películas, en series de televisión, en novelas, en comentarios de redes sociales, en pláticas informales, en realidades como pleitos de narcotraficantes o callejeros, en asesinatos de distinto tipo y en un sinfín de situaciones la vida humana se manifiesta como carente de valor. La vida no vale nada, diría José Alfredo.

Las preguntas, ante los casos expuestos arriba, son: ¿Quién tiene derecho a matar, si es que existe ese derecho?, ¿quién decide el quitar u ordenar quitar a alguien la vida?, ¿las instituciones, las constituciones, las leyes…, lo permiten? ¿Se hace algo por salvaguardar la vida de todos, sean las personas que sean, o existen preferencias?

Las interrogantes pueden seguir. Bueno es, sin embargo, reflexionar que toda vida humana tiene un valor infinito, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, y nadie puede abrogarse el poder de terminar con ella. ¿Lo ven?



Ficción y realidad se acercan y se confunden. Una película del hombre de acero, un presidente de un país insular del sudeste asiático y expresiones de personas que temen contagiarse del Covid-19.


Un filme de las primeras acciones de Superman relata el salvamento de un camión que se hunde en el agua con personas dentro. El hombre venido de otro planeta logra sacar el vehículo a flote. Al darse cuenta que alguien vio la hazaña se le recrimina, dado que aún no ha llegado su hora y no es conveniente que los humanos sepan de su fuerza. El hombre de acero –niño aún- pregunta: ¿Querían que los dejara morir? La respuesta es contundente, más valdría que fuera así.

El presidente del territorio formado por muchas islas ordenó a los cuerpos de seguridad, al inicio del mes de abril, disparar a matar a las personas que violaran los requisitos de la estricta cuarentena por la pandemia del Covid-19. La idea es salvaguardar la vida de quienes se cuidan de caer en la enfermedad, pero a costa de la vida de otros aunque no hagan caso. El jefe de la Policía Nacional, quizá para aminorar la declaración presidencial, expresó que se trataba simplemente de un “mensaje fuerte”.

Algunas personas, temerosas del coronavirus, alzaron la voz para decir que quemarán –sin consideración- a aquellos que estaban contagiados.

Esos casos son unos, entre otros más, que señalan el poco –o ningún- valor que no pocos, por diversas causas, le dan a la vida humana, no propiamente en general sino a la de cada persona individualmente considerada.

El asunto no es nuevo ni exclusivo de una crisis como la pandemia que padecemos. En películas, en series de televisión, en novelas, en comentarios de redes sociales, en pláticas informales, en realidades como pleitos de narcotraficantes o callejeros, en asesinatos de distinto tipo y en un sinfín de situaciones la vida humana se manifiesta como carente de valor. La vida no vale nada, diría José Alfredo.

Las preguntas, ante los casos expuestos arriba, son: ¿Quién tiene derecho a matar, si es que existe ese derecho?, ¿quién decide el quitar u ordenar quitar a alguien la vida?, ¿las instituciones, las constituciones, las leyes…, lo permiten? ¿Se hace algo por salvaguardar la vida de todos, sean las personas que sean, o existen preferencias?

Las interrogantes pueden seguir. Bueno es, sin embargo, reflexionar que toda vida humana tiene un valor infinito, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, y nadie puede abrogarse el poder de terminar con ella. ¿Lo ven?