/ jueves 18 de marzo de 2021

Fraseario | Un año sin clases presenciales

Ha pasado un año desde que docentes y alumnos nos fuimos alegremente de “puente”, sin imaginar que pasaríamos largo tiempo sin poder regresar a nuestros respectivos espacios educativos tradicionales.

Desde hace un año, cuando súbitamente nos vimos obligados a renunciar a la educación presencial (por motivos de prevención, protección, control y mitigación de la pandemia de Covid-19, claro está), maestros y alumnos hemos aprendido a “convivir” en ambientes de confinamiento o distanciamiento social que jamás imaginamos y que, por distintos motivos, no han sido fáciles de sobrellevar. No obstante, hasta la fecha prevalece el compromiso y buena voluntad del binomio alumnos-profesor, en el entendido de que el proceso enseñanza-aprendizaje es “cosa de dos” y que, por ende, uno sin el otro no funcionamos.

Entonces, a pesar de la distancia y de las diversas complicaciones que a lo largo de un año se han presentado en torno a la educación a distancia, virtual o en línea (según sea el caso), alumnos y estudiantes seguimos “al pie del cañón” pero con la esperanza de que, un día no muy lejano, podamos regresar a las aulas.

Sin duda alguna, la experiencia de la educación a distancia, virtual o en línea ha sido retadora, positiva y enriquecedora en muchos sentidos; sin embargo, el notorio y comprobado aumento exponencial de los niveles de angustia y de estrés académico y laboral (asociados al cambio de educación presencial a virtual o en línea) merma -por obvias razones- cada vez más el rendimiento académico y el desempeño docente.

Hace una década, Daphne Koller decía que la educación en línea estaba abriendo nuevas y valiosas oportunidades de enseñanza-aprendizaje. Y claro que sí lo hizo y lo seguirá haciendo; el detalle es que la educación en línea (virtual o a distancia) siempre había sido una opción y no una “obligación” que, además, implicara hacerlo en estricto confinamiento o distanciamiento social, intentando diariamente conciliar (en tiempo y espacio) la vida familiar con la vida académica o laboral, y sorteando asiduamente las complicaciones derivadas de las brechas tecnológicas, digitales o generacionales.

No está a discusión que el cambio a la educación en línea (virtual o a distancia) era necesario, oportuno y prudente para evitar la interrupción de la formación académica de millones de estudiantes; empero, a un año sin clases presenciales y lo que eso ha implicado, ahora es urgente y necesario regresar a lo presencial o -al menos- implementar el modelo de educación híbrida; pero para que eso suceda, primero es necesario que todos (no sólo unos cuantos) nos comportemos a la altura de las circunstancias; o sea, respetando las medidas sanitarias y de seguridad para mitigar la transmisión e impacto de la Covid-19.

En esta ocasión, concluyo parafraseando lo dicho por la política y profesora inglesa, Layla Moran: Extraño el aula y lo que más extraño son las interacciones personales con los estudiantes, esos momentos en los que te sorprenden de distintas formas.

laecita@gmail.com

Ha pasado un año desde que docentes y alumnos nos fuimos alegremente de “puente”, sin imaginar que pasaríamos largo tiempo sin poder regresar a nuestros respectivos espacios educativos tradicionales.

Desde hace un año, cuando súbitamente nos vimos obligados a renunciar a la educación presencial (por motivos de prevención, protección, control y mitigación de la pandemia de Covid-19, claro está), maestros y alumnos hemos aprendido a “convivir” en ambientes de confinamiento o distanciamiento social que jamás imaginamos y que, por distintos motivos, no han sido fáciles de sobrellevar. No obstante, hasta la fecha prevalece el compromiso y buena voluntad del binomio alumnos-profesor, en el entendido de que el proceso enseñanza-aprendizaje es “cosa de dos” y que, por ende, uno sin el otro no funcionamos.

Entonces, a pesar de la distancia y de las diversas complicaciones que a lo largo de un año se han presentado en torno a la educación a distancia, virtual o en línea (según sea el caso), alumnos y estudiantes seguimos “al pie del cañón” pero con la esperanza de que, un día no muy lejano, podamos regresar a las aulas.

Sin duda alguna, la experiencia de la educación a distancia, virtual o en línea ha sido retadora, positiva y enriquecedora en muchos sentidos; sin embargo, el notorio y comprobado aumento exponencial de los niveles de angustia y de estrés académico y laboral (asociados al cambio de educación presencial a virtual o en línea) merma -por obvias razones- cada vez más el rendimiento académico y el desempeño docente.

Hace una década, Daphne Koller decía que la educación en línea estaba abriendo nuevas y valiosas oportunidades de enseñanza-aprendizaje. Y claro que sí lo hizo y lo seguirá haciendo; el detalle es que la educación en línea (virtual o a distancia) siempre había sido una opción y no una “obligación” que, además, implicara hacerlo en estricto confinamiento o distanciamiento social, intentando diariamente conciliar (en tiempo y espacio) la vida familiar con la vida académica o laboral, y sorteando asiduamente las complicaciones derivadas de las brechas tecnológicas, digitales o generacionales.

No está a discusión que el cambio a la educación en línea (virtual o a distancia) era necesario, oportuno y prudente para evitar la interrupción de la formación académica de millones de estudiantes; empero, a un año sin clases presenciales y lo que eso ha implicado, ahora es urgente y necesario regresar a lo presencial o -al menos- implementar el modelo de educación híbrida; pero para que eso suceda, primero es necesario que todos (no sólo unos cuantos) nos comportemos a la altura de las circunstancias; o sea, respetando las medidas sanitarias y de seguridad para mitigar la transmisión e impacto de la Covid-19.

En esta ocasión, concluyo parafraseando lo dicho por la política y profesora inglesa, Layla Moran: Extraño el aula y lo que más extraño son las interacciones personales con los estudiantes, esos momentos en los que te sorprenden de distintas formas.

laecita@gmail.com