/ martes 19 de diciembre de 2017

Guerras de Israel: la Navidad ayer y ahora

De nueva cuenta el Medio Oriente está dando sobre qué hablar.

Y lo que se escucha son gritos de dolor, llantos y muerte sin término.

Haciendo a un lado el hecho de que la chispa que se hace hoguera fueron las declaraciones del mandatario estadunidense Donald Trump, acerca de Jerusalén, habrá que admitir que el tema ha estado latente en el espíritu y los corazones de los judíos, así como en la disposición de los pueblos de Occidente, particularmente del país del Norte, capital del imperio que predomina en nuestros días: los Estados Unidos.

Trump, en efecto, utiliza como pretexto el rencor acumulado desde hace tres cuartos de siglo en la región. Es ya distante la resolución de la ONU sobre el territorio que fuera “cuna de la nación judía”.

Jerusalén, la capital del Estado desde la época del rey David, hoy está envuelta entre presagios de muerte y devastación como en tiempos de la Guerra de los Seis Días. Y los territorios administrados (ocupados para los árabes) se tiñen de pólvora y sangre, sobre todo de seres humanos inocentes.

El mundo islámico, el que se encuentra dispuesto a validar el terrorismo

como estrategia de lucha, está presto a convertir las fronteras de Israel y Gaza en campo bélico para dirimir el histórico diferendo.

Esta Navidad será recordada en todo el planeta como la paradoja de las paradojas, la contradicción plena y para muchos absoluta.

Pues mientras la cristiandad celebra el nacimiento de quien proclamó la paz como fuente y origen de la igualdad entre naciones y  el amor hacia el semejante, resulta todo lo  opuesto: el odio cunde sobre el jirón de tierra, la tierra de Canaán: la muerte en vez de la vida y la esperanza de vida en el más allá para los seguidores de las enseñanzas del Hombre de Galilea.

A decir verdad, todos los estados independientes, todas las naciones que han logrado su libertad tras dominación extraña, tienen el derecho de elegir, por consenso, la capital de su jurisdicción, con voz y voto en el seno de naciones, asimismo, bajo un régimen de libertades a fin de escoger sus propias metas y destinos.

Jerusalén está entre la disputas de vida o muerte por parte de judíos y árabes. Sede de las multicitadas religiones: la del Dios único, la de Alá y su profeta Mahoma y la de la cristiandad fundada por quien se llamó a sí mismo el Hijo de Dios, es por hoy campo minado por el terror desatado y por la disputa imperial abanderada por el republicano Donald Trump.

Al margen de la pugna entre Oriente y Occidente revivida en horas de veneración por el amor y el humanitarismo, Israel en tanto nación independiente está en su derecho de reclamar lo que ha demandado siempre: la sede de su capital, Jerusalén, como el símbolo y garantía de un pueblo en permanente diáspora, en vigilia por su participación en los anhelos de todos los seres humanos, sin distinciones de raza, creencias o ideologías.

Jerusalén es la capital eterna para los judíos. Es símbolo y paradigma de

autonomía y bien entendida, de igualdad ante la sociedad internacional.

Y no habría por qué impedir y obstaculizar lo que es propio de la independencia, la autonomía y la No Intervención.

Negar ese derecho es quitar el carácter a Israel  de paradigma humano. Es restar en lugar de enriquecer el régimen de libertades, bandera que está por encima de la incomprensión, la rencilla y todos los efectos del primitivismo, de lo ancestral y legendario.

http://federicoosorioaltuzar.blogspot.mx

 

De nueva cuenta el Medio Oriente está dando sobre qué hablar.

Y lo que se escucha son gritos de dolor, llantos y muerte sin término.

Haciendo a un lado el hecho de que la chispa que se hace hoguera fueron las declaraciones del mandatario estadunidense Donald Trump, acerca de Jerusalén, habrá que admitir que el tema ha estado latente en el espíritu y los corazones de los judíos, así como en la disposición de los pueblos de Occidente, particularmente del país del Norte, capital del imperio que predomina en nuestros días: los Estados Unidos.

Trump, en efecto, utiliza como pretexto el rencor acumulado desde hace tres cuartos de siglo en la región. Es ya distante la resolución de la ONU sobre el territorio que fuera “cuna de la nación judía”.

Jerusalén, la capital del Estado desde la época del rey David, hoy está envuelta entre presagios de muerte y devastación como en tiempos de la Guerra de los Seis Días. Y los territorios administrados (ocupados para los árabes) se tiñen de pólvora y sangre, sobre todo de seres humanos inocentes.

El mundo islámico, el que se encuentra dispuesto a validar el terrorismo

como estrategia de lucha, está presto a convertir las fronteras de Israel y Gaza en campo bélico para dirimir el histórico diferendo.

Esta Navidad será recordada en todo el planeta como la paradoja de las paradojas, la contradicción plena y para muchos absoluta.

Pues mientras la cristiandad celebra el nacimiento de quien proclamó la paz como fuente y origen de la igualdad entre naciones y  el amor hacia el semejante, resulta todo lo  opuesto: el odio cunde sobre el jirón de tierra, la tierra de Canaán: la muerte en vez de la vida y la esperanza de vida en el más allá para los seguidores de las enseñanzas del Hombre de Galilea.

A decir verdad, todos los estados independientes, todas las naciones que han logrado su libertad tras dominación extraña, tienen el derecho de elegir, por consenso, la capital de su jurisdicción, con voz y voto en el seno de naciones, asimismo, bajo un régimen de libertades a fin de escoger sus propias metas y destinos.

Jerusalén está entre la disputas de vida o muerte por parte de judíos y árabes. Sede de las multicitadas religiones: la del Dios único, la de Alá y su profeta Mahoma y la de la cristiandad fundada por quien se llamó a sí mismo el Hijo de Dios, es por hoy campo minado por el terror desatado y por la disputa imperial abanderada por el republicano Donald Trump.

Al margen de la pugna entre Oriente y Occidente revivida en horas de veneración por el amor y el humanitarismo, Israel en tanto nación independiente está en su derecho de reclamar lo que ha demandado siempre: la sede de su capital, Jerusalén, como el símbolo y garantía de un pueblo en permanente diáspora, en vigilia por su participación en los anhelos de todos los seres humanos, sin distinciones de raza, creencias o ideologías.

Jerusalén es la capital eterna para los judíos. Es símbolo y paradigma de

autonomía y bien entendida, de igualdad ante la sociedad internacional.

Y no habría por qué impedir y obstaculizar lo que es propio de la independencia, la autonomía y la No Intervención.

Negar ese derecho es quitar el carácter a Israel  de paradigma humano. Es restar en lugar de enriquecer el régimen de libertades, bandera que está por encima de la incomprensión, la rencilla y todos los efectos del primitivismo, de lo ancestral y legendario.

http://federicoosorioaltuzar.blogspot.mx