/ jueves 26 de marzo de 2020

Gustavo Madero, el otro.

Estimado lector, lectora, en estos días de cuarentena hay infinidad de historias para aprender sobre la vida, porque como dijo Úrsula Iguarán en Cien Años de Soledad: “el tiempo no pasa, solo da vueltas en redondo” refiriéndose a como sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos nacían y morían cometiendo los mismos errores o aciertos, y por eso creo que leyendo aprendemos a vivir mejor que nuestros ancestros, pues leer es vivir otras vidas y equivocarnos menos en las nuestras.

En días pasados vino a aquí, a Chihuahua, mi querido escritor, Ignacio Solares, a presentar su última novela El Juramento, pero no es de esta novela de la que quiero platicarle, sino de otros dos libros de él, el primero de nombre: Madero, el Otro, donde nos perfila una faceta poco conocida de nuestro mártir nacional: que era místico, yogui, vegetariano y espiritista, y quién sabe si célibe pues nunca tuvo hijos, y cuando Solares escribe esto sobre Francisco, un personaje más, también de apellido Madero, lo empieza a seguir, le exige y no le deja dormir con la sutil magia de ese mundo energético que todavía no entendemos, y le dice al oído: “anda, cuéntala, cuenta mi historia, que aprendan los hombres, tal vez y con ello mi dolor no se repita. Ese personaje es Gustavo Madero, el hermano, el financiero de La Revolución, él que algunos historiadores juzgan de interesado, él que nadie conoce, él que solo se mereció el nombre de una Delegación en la Ciudad de México, al que le debemos su muerte por el ideal de su hermano, la orfandad de sus hijos, la viudez de su mujer, la oscuridad de sus ojos a los frescos 38 años.

Por ser fan de Ignacio Solares ya conocía el texto, lo había comprado en la Cafebrería, en el Museo de Sebastián, donde venden los libros económicos que inventó el Fondo de Cultura Económica, a simples 11 pesos, y me caló la historia hasta los huesos, el dolor de la traición de los ambiciosos hombres de este país. Ah, cuántos Huertas hay todavía, entregando a este Gustavo Madero a la chusma, picoteando treinta y tres veces el cuerpo de los ideales de libertad democrática, sacándole los ojos a los que sí trabajan por México.

Querido lector, lectora, ¿conocía usted la historia de Gustavo Madero?, no él de hoy, el diputado y senador, pero que sí lleva su nombre, y quién sabe si se lance a la Gubernatura, a la presidencia, en estos tiempos aciagos para la democracia, pues sepa usted que la democracia hacía 20 años que no corría tanto peligro como hoy.

Las historias familiares se repiten, quién sabe qué tanto le toque a este Gustavo Madero luchar por la democracia al igual que sus parientes de hace cien años, y es que si no se aprende la lección el tiempo solo da vueltas en redondo y vuelve a repetirla.

Que todo sea para bien.

www.sIlviagonzalez.com.mx




Estimado lector, lectora, en estos días de cuarentena hay infinidad de historias para aprender sobre la vida, porque como dijo Úrsula Iguarán en Cien Años de Soledad: “el tiempo no pasa, solo da vueltas en redondo” refiriéndose a como sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos nacían y morían cometiendo los mismos errores o aciertos, y por eso creo que leyendo aprendemos a vivir mejor que nuestros ancestros, pues leer es vivir otras vidas y equivocarnos menos en las nuestras.

En días pasados vino a aquí, a Chihuahua, mi querido escritor, Ignacio Solares, a presentar su última novela El Juramento, pero no es de esta novela de la que quiero platicarle, sino de otros dos libros de él, el primero de nombre: Madero, el Otro, donde nos perfila una faceta poco conocida de nuestro mártir nacional: que era místico, yogui, vegetariano y espiritista, y quién sabe si célibe pues nunca tuvo hijos, y cuando Solares escribe esto sobre Francisco, un personaje más, también de apellido Madero, lo empieza a seguir, le exige y no le deja dormir con la sutil magia de ese mundo energético que todavía no entendemos, y le dice al oído: “anda, cuéntala, cuenta mi historia, que aprendan los hombres, tal vez y con ello mi dolor no se repita. Ese personaje es Gustavo Madero, el hermano, el financiero de La Revolución, él que algunos historiadores juzgan de interesado, él que nadie conoce, él que solo se mereció el nombre de una Delegación en la Ciudad de México, al que le debemos su muerte por el ideal de su hermano, la orfandad de sus hijos, la viudez de su mujer, la oscuridad de sus ojos a los frescos 38 años.

Por ser fan de Ignacio Solares ya conocía el texto, lo había comprado en la Cafebrería, en el Museo de Sebastián, donde venden los libros económicos que inventó el Fondo de Cultura Económica, a simples 11 pesos, y me caló la historia hasta los huesos, el dolor de la traición de los ambiciosos hombres de este país. Ah, cuántos Huertas hay todavía, entregando a este Gustavo Madero a la chusma, picoteando treinta y tres veces el cuerpo de los ideales de libertad democrática, sacándole los ojos a los que sí trabajan por México.

Querido lector, lectora, ¿conocía usted la historia de Gustavo Madero?, no él de hoy, el diputado y senador, pero que sí lleva su nombre, y quién sabe si se lance a la Gubernatura, a la presidencia, en estos tiempos aciagos para la democracia, pues sepa usted que la democracia hacía 20 años que no corría tanto peligro como hoy.

Las historias familiares se repiten, quién sabe qué tanto le toque a este Gustavo Madero luchar por la democracia al igual que sus parientes de hace cien años, y es que si no se aprende la lección el tiempo solo da vueltas en redondo y vuelve a repetirla.

Que todo sea para bien.

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