/ martes 26 de diciembre de 2017

Hacia una cultura de paz

Pareciera que fue tan sólo ayer cuando iniciábamos el 2017, y en un abrir y cerrar de ojos llegamos a la cúspide del año. Ahora más frecuentemente escucho a personas comentar que entre más mayores nos hacemos, la vida se va más rápido. De pequeños, las vacaciones, escuela y fechas especiales  eran eternas y ahora, todo pasa en un suspiro. Intrigada por ello, leí un artículo del psicólogo William James, quien indica que ello sucede debido a que como adultos nos volvemos rutinarios, vivimos menos experiencias nuevas y además menos memorables. 

Para algunos la Navidad es una época nostálgica, de recuerdos, reuniones familiares, recuento de buenas y malas experiencias y una oportunidad para hacer introspección de lo que ha acontecido en nuestras vidas. Reflexionando sobre lo anterior, volví a las anécdotas navideñas de cuando era pequeña y satisfecha sonrío de nuevo: tendría alrededor de diez años y mientras nuestra casa se vestía de gala para recibir a nuestros familiares, mi mamá y tías corrían por la cocina para sacar el pavo del horno, mi hermana bajaba al gato del arbolito y mis primos miraban por la ventana esperando ver nevar. Entre el “caos“, acompañé a mi papá a recoger a mi tío abuelo Quique, quien vivía en una casona el centro de la ciudad, pues sólo él faltaba para iniciar la celebración. Hacía mucho frío y al llegar a su casa, me percaté de que había una tienda de campaña a unos metros de su puerta. Intrigada le pregunté quién estaba ahí y por qué. Me dijo que era un muchacho scout que había llegado de Baja California a un congreso que se celebraría en unos días, pero que lo habían asaltado y no tenía dinero suficiente para pagar un hotel.

Les pregunté si podíamos invitarlo con nosotros, pues cómo podría estar solo en una banqueta fría cuando en casa estaba cálido, aunado a la cena que esperaba. Dijeron -¡ay Flor…!- y asintieron con la cabeza. Fue una linda Navidad y se recuerda como el día en que llegué a casa con un extraño y lo senté en la cabecera de la mesa a partir el pavo. Cada año recibimos tarjetas navideñas desde Baja California, recordando aquella noche que fue memorable para todos.

Mi papá era gran estudioso de las guerras mundiales y conflictos internacionales. Una noche, mientras colocábamos el tradicional nacimiento, relató que el 24 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, soldados alemanes decoraron sus trincheras, cantaron “Noche de paz” en sus idiomas y los británicos respondieron con una versión de la misma canción en inglés. Bajaron las armas, se abrazaron, tomaron whiskey y celebraron Navidad juntos. Es un recuerdo que llevo presente de cómo la paz se puede logar con voluntad.

Mi Navidad en Japón la recuerdo como una de las más hermosas que he pasado. En ese país no se celebra la Nochebuena, pues por su religión budista y shintoísta, tales fechas pasan desapercibidas.

Los señores Yoshida, con quienes me hospedaba, sabían lo importante de la fecha para mí, especialmente al estar lejos de casa. Al llegar a casa me condujeron al comedor, donde tenían la mesa arreglada con un bello mantel rojo, un árbol de Navidad de escasos treinta centímetros de altura, regalos, un pequeño pollo en lugar de pavo, y por supuesto sushi. Fue una noche maravillosa e inesperada, donde la buena voluntad impulsó a la familia Yoshida a realizar un gesto hermoso hacia una extranjera con el único fin de compartir con sencillez el lenguaje del corazón. Independientemente de la religión, esa noche se respiró amor, fraternidad, unión, solidaridad, esperanza y renovación espiritual. Se compartieron abrazos sinceros y frases de esperanza y se expresaron los mejores deseos sin connotación religiosa alguna.

La Navidad me recuerda el verdadero significado de compartir incondicionalmente y de propagar amor, donde no es necesario un costoso árbol navideño, cena lujosa, luces extravagantes, rituales, ropa elegante o regalos onerosos para compartir lo elemental para el ser humano: paz, felicidad y buena voluntad.  Es un día de renovación interior, renacimiento y buenos deseos que genera unidad y compasión. Les deseo que esta Navidad creemos experiencias memorables para el resto de nuestras vidas, pues es lo que permanecerá en nuestro corazón.

Twitter: @Flor_YanezA                                                                                               www.floryanez.com

 

 

Pareciera que fue tan sólo ayer cuando iniciábamos el 2017, y en un abrir y cerrar de ojos llegamos a la cúspide del año. Ahora más frecuentemente escucho a personas comentar que entre más mayores nos hacemos, la vida se va más rápido. De pequeños, las vacaciones, escuela y fechas especiales  eran eternas y ahora, todo pasa en un suspiro. Intrigada por ello, leí un artículo del psicólogo William James, quien indica que ello sucede debido a que como adultos nos volvemos rutinarios, vivimos menos experiencias nuevas y además menos memorables. 

Para algunos la Navidad es una época nostálgica, de recuerdos, reuniones familiares, recuento de buenas y malas experiencias y una oportunidad para hacer introspección de lo que ha acontecido en nuestras vidas. Reflexionando sobre lo anterior, volví a las anécdotas navideñas de cuando era pequeña y satisfecha sonrío de nuevo: tendría alrededor de diez años y mientras nuestra casa se vestía de gala para recibir a nuestros familiares, mi mamá y tías corrían por la cocina para sacar el pavo del horno, mi hermana bajaba al gato del arbolito y mis primos miraban por la ventana esperando ver nevar. Entre el “caos“, acompañé a mi papá a recoger a mi tío abuelo Quique, quien vivía en una casona el centro de la ciudad, pues sólo él faltaba para iniciar la celebración. Hacía mucho frío y al llegar a su casa, me percaté de que había una tienda de campaña a unos metros de su puerta. Intrigada le pregunté quién estaba ahí y por qué. Me dijo que era un muchacho scout que había llegado de Baja California a un congreso que se celebraría en unos días, pero que lo habían asaltado y no tenía dinero suficiente para pagar un hotel.

Les pregunté si podíamos invitarlo con nosotros, pues cómo podría estar solo en una banqueta fría cuando en casa estaba cálido, aunado a la cena que esperaba. Dijeron -¡ay Flor…!- y asintieron con la cabeza. Fue una linda Navidad y se recuerda como el día en que llegué a casa con un extraño y lo senté en la cabecera de la mesa a partir el pavo. Cada año recibimos tarjetas navideñas desde Baja California, recordando aquella noche que fue memorable para todos.

Mi papá era gran estudioso de las guerras mundiales y conflictos internacionales. Una noche, mientras colocábamos el tradicional nacimiento, relató que el 24 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, soldados alemanes decoraron sus trincheras, cantaron “Noche de paz” en sus idiomas y los británicos respondieron con una versión de la misma canción en inglés. Bajaron las armas, se abrazaron, tomaron whiskey y celebraron Navidad juntos. Es un recuerdo que llevo presente de cómo la paz se puede logar con voluntad.

Mi Navidad en Japón la recuerdo como una de las más hermosas que he pasado. En ese país no se celebra la Nochebuena, pues por su religión budista y shintoísta, tales fechas pasan desapercibidas.

Los señores Yoshida, con quienes me hospedaba, sabían lo importante de la fecha para mí, especialmente al estar lejos de casa. Al llegar a casa me condujeron al comedor, donde tenían la mesa arreglada con un bello mantel rojo, un árbol de Navidad de escasos treinta centímetros de altura, regalos, un pequeño pollo en lugar de pavo, y por supuesto sushi. Fue una noche maravillosa e inesperada, donde la buena voluntad impulsó a la familia Yoshida a realizar un gesto hermoso hacia una extranjera con el único fin de compartir con sencillez el lenguaje del corazón. Independientemente de la religión, esa noche se respiró amor, fraternidad, unión, solidaridad, esperanza y renovación espiritual. Se compartieron abrazos sinceros y frases de esperanza y se expresaron los mejores deseos sin connotación religiosa alguna.

La Navidad me recuerda el verdadero significado de compartir incondicionalmente y de propagar amor, donde no es necesario un costoso árbol navideño, cena lujosa, luces extravagantes, rituales, ropa elegante o regalos onerosos para compartir lo elemental para el ser humano: paz, felicidad y buena voluntad.  Es un día de renovación interior, renacimiento y buenos deseos que genera unidad y compasión. Les deseo que esta Navidad creemos experiencias memorables para el resto de nuestras vidas, pues es lo que permanecerá en nuestro corazón.

Twitter: @Flor_YanezA                                                                                               www.floryanez.com