/ martes 17 de agosto de 2021

Hacia una cultura de paz | ¿Alcanzar el progreso sin hablar de pobreza?

Inicia la carrera para el cierre de la administración estatal. Unos días más y llegará la siguiente. Tiempo de duelo para los que se van y de esperanza (como al inicio de cada sexenio) de que esta administración será mejor, aunque la experiencia nos demuestre que rara vez lo será. No lo sabemos, es una esperanza sin optimismo, como un Superman sin capa o un Thor sin mazo. Estamos cansados, hastiados y escépticos. El estado quedó nuevamente en números rojos, la violencia se incrementó, las promesas de campaña quedaron olvidadas y de infraestructura y obras públicas, mejor ni hablar. Estamos en el limbo, ese estado temporal del mundo entre los vivos y los muertos. La pandemia nos dio un revés al progreso destapando la ineptitud e ineficacia de las instituciones, también dio cuenta del problema estructural que permitió que no tuviéramos un buen acceso a la salud, sobretodo, que incrementó la pobreza y la desigualdad. Sentada en un café se acerca un niño de algunos siete años a vender artesanías. Se reusaba a apartarse de la mesa insistiendo en que le comprara una pulsera de cincuenta pesos. Volteé alrededor y observé a más niños hacer lo mismo. Fue indefectible pensar que su futuro estaba predestinado a una vida de pobreza, hambre, ignorancia y violencia. Imitan el comportamiento de sus padres que ya viven en contexto de pobreza y que tuvieron a sus hijos en la misma situación. El conocimiento y “educación” que les brindan consiste en cómo sobrevivir a las calles a cualquier precio y superar sus peligros para ganar algunas monedas para comer. Los insertan en la escuela de la violencia en sus múltiples formas y aprenden que así es la vida. ¿Cómo re-educar a una persona que creció con esa estructura? Sobre todo, ¿cómo sacarla de la pobreza cuando ya la ha normalizado y se ha adaptado a ella de adulto? Cómo se puede hablar de progreso (en el sexenio que viene), avance económico, seguridad (sobre todo para las mujeres) y de desarrollo cuando se permite que el problema evolucione diariamente, sin atreverse a modificar la estructura que los forma. Es muy difícil, a menos de que aparezca la lámpara de Aladino y con frotarla, estemos en el desarrollo mágico evadiendo la causa. ¿Ahora qué? Falta poco para la nueva gerencia. Este periodo es el de la fe, anhelo e ilusión. Quizá será bueno disfrutarlo, porque existe el peligro de una nueva desilusión. ¿Tendrá remedio la enfermedad que impide el progreso? Denise Desser dijo que vivimos en un país donde el avance coexiste con la regresión y la esperanza con la desilusión. ¿Tendremos remedio? Pienso que sí, pero requiere de “echarle coco” y atreverse a agarrar el problema de raíz. Esperemos que las promesas den resultado.


Inicia la carrera para el cierre de la administración estatal. Unos días más y llegará la siguiente. Tiempo de duelo para los que se van y de esperanza (como al inicio de cada sexenio) de que esta administración será mejor, aunque la experiencia nos demuestre que rara vez lo será. No lo sabemos, es una esperanza sin optimismo, como un Superman sin capa o un Thor sin mazo. Estamos cansados, hastiados y escépticos. El estado quedó nuevamente en números rojos, la violencia se incrementó, las promesas de campaña quedaron olvidadas y de infraestructura y obras públicas, mejor ni hablar. Estamos en el limbo, ese estado temporal del mundo entre los vivos y los muertos. La pandemia nos dio un revés al progreso destapando la ineptitud e ineficacia de las instituciones, también dio cuenta del problema estructural que permitió que no tuviéramos un buen acceso a la salud, sobretodo, que incrementó la pobreza y la desigualdad. Sentada en un café se acerca un niño de algunos siete años a vender artesanías. Se reusaba a apartarse de la mesa insistiendo en que le comprara una pulsera de cincuenta pesos. Volteé alrededor y observé a más niños hacer lo mismo. Fue indefectible pensar que su futuro estaba predestinado a una vida de pobreza, hambre, ignorancia y violencia. Imitan el comportamiento de sus padres que ya viven en contexto de pobreza y que tuvieron a sus hijos en la misma situación. El conocimiento y “educación” que les brindan consiste en cómo sobrevivir a las calles a cualquier precio y superar sus peligros para ganar algunas monedas para comer. Los insertan en la escuela de la violencia en sus múltiples formas y aprenden que así es la vida. ¿Cómo re-educar a una persona que creció con esa estructura? Sobre todo, ¿cómo sacarla de la pobreza cuando ya la ha normalizado y se ha adaptado a ella de adulto? Cómo se puede hablar de progreso (en el sexenio que viene), avance económico, seguridad (sobre todo para las mujeres) y de desarrollo cuando se permite que el problema evolucione diariamente, sin atreverse a modificar la estructura que los forma. Es muy difícil, a menos de que aparezca la lámpara de Aladino y con frotarla, estemos en el desarrollo mágico evadiendo la causa. ¿Ahora qué? Falta poco para la nueva gerencia. Este periodo es el de la fe, anhelo e ilusión. Quizá será bueno disfrutarlo, porque existe el peligro de una nueva desilusión. ¿Tendrá remedio la enfermedad que impide el progreso? Denise Desser dijo que vivimos en un país donde el avance coexiste con la regresión y la esperanza con la desilusión. ¿Tendremos remedio? Pienso que sí, pero requiere de “echarle coco” y atreverse a agarrar el problema de raíz. Esperemos que las promesas den resultado.