/ martes 27 de abril de 2021

Hacia una cultura de paz | Música en las elecciones

Estamos en época electoral, la más grande registrada de la historia en México. Inédita, no sólo por el número de puestos que se renovarán, sino por el contexto de pandemia en el que nos encontramos. Dadas las restricciones en el contacto físico y las aglomeraciones para evitar contagios, los y las candidatas han tenido que recurrir a nuevas a estrategias para hacer propaganda; aun así, hay tácticas que no cambian para hacer proselitismo, como la música.

Hace unos días mientras manejaba, de pronto el semáforo cambió a rojo y tuve que frenar. Inmediatamente decenas de personas comenzaron a “visitar” los vehículos detenidos, bailando y moviendo banderitas del partido político. Al fondo había bocinas y el candidato bailando al son de una cumbia. Cerré mi ventana, pues la música me desagradó. Seguí manejando y en otro crucero nuevamente el mismo escenario. Mi recorrido por la ciudad fue de encontrar en qué crucero se bailaba mejor.

En época electoral los candidatos toman canciones para impulsar sus campañas y persuadir a los electores a obtener su voto. En las elecciones presidenciales de EU Trump vs. Hilary, el primero utilizó principalmente a Adele; Hilary recurrió a cantantes como Katy Perry con “Roar”, “Fight Song” de Rachel Platten, y Juanes para empatizar con el voto latino y afrodescendientes. Obama lo hizo de manera creativa e inteligente. Convenció y activó a los votantes con el apoyo de minorías y de grandes artistas para llegar a la Casa Blanca.

En México la tradición es “cumbias y rancheras”. En Nuevo León Juan Antonio, candidato del PAN a la Presidencia Municipal, canta “Mi troquita”, del grupo Obzesión, pero modificada: “El Arriero y más y más y más más progreso pa´ Ramón, con Juan Antonio seremos triunfadores”. En las elecciones presidenciales del 2000 en México, Francisco La Bastida recurrió a Juan Gabriel para que lo apoyara, ofreciéndole perdonarle la deuda con Hacienda. Adaptaron la canción de “Hasta que te conocí” y la letra sonaba: “Ni Temoc, ni Chente, Francisco va a ser el presidente; ni el PRD ni el PAN, el PRI es el que va a ganar”, cantado por el mismo autor.

Históricamente se ha utilizado el poder de las expresiones artísticas para captar la atención de los electores y regularmente utilizan melodías populares o más identificables con el gusto de sectores sociales desfavorecidos; de otro modo no habría tanta conexión con la gente. La música se ha convertido en un factor real de poder, en un medio altamente persuasivo que seduce, entretiene, cautiva y moviliza a los votantes. Me pregunto si “bailan” desde un pedestal desdeñando al “pueblo”, aun cuando es probable que tenga desprecio por ese género musical.

¿Lo hacen honestamente o de plano sólo son métodos desdeñosamente populares? No estoy segura de que un candidato o candidata de un partido “conservador” ponga una cumbia todos los días en el radio mientras maneja a su trabajo; quizá sí, pero sabemos que es una estrategia momentánea y que el “son” perdura en la cabeza de miles de personas, aún después de años. A ver si estas elecciones innovan en las canciones, porque a veces no son tan buenas.

Estamos en época electoral, la más grande registrada de la historia en México. Inédita, no sólo por el número de puestos que se renovarán, sino por el contexto de pandemia en el que nos encontramos. Dadas las restricciones en el contacto físico y las aglomeraciones para evitar contagios, los y las candidatas han tenido que recurrir a nuevas a estrategias para hacer propaganda; aun así, hay tácticas que no cambian para hacer proselitismo, como la música.

Hace unos días mientras manejaba, de pronto el semáforo cambió a rojo y tuve que frenar. Inmediatamente decenas de personas comenzaron a “visitar” los vehículos detenidos, bailando y moviendo banderitas del partido político. Al fondo había bocinas y el candidato bailando al son de una cumbia. Cerré mi ventana, pues la música me desagradó. Seguí manejando y en otro crucero nuevamente el mismo escenario. Mi recorrido por la ciudad fue de encontrar en qué crucero se bailaba mejor.

En época electoral los candidatos toman canciones para impulsar sus campañas y persuadir a los electores a obtener su voto. En las elecciones presidenciales de EU Trump vs. Hilary, el primero utilizó principalmente a Adele; Hilary recurrió a cantantes como Katy Perry con “Roar”, “Fight Song” de Rachel Platten, y Juanes para empatizar con el voto latino y afrodescendientes. Obama lo hizo de manera creativa e inteligente. Convenció y activó a los votantes con el apoyo de minorías y de grandes artistas para llegar a la Casa Blanca.

En México la tradición es “cumbias y rancheras”. En Nuevo León Juan Antonio, candidato del PAN a la Presidencia Municipal, canta “Mi troquita”, del grupo Obzesión, pero modificada: “El Arriero y más y más y más más progreso pa´ Ramón, con Juan Antonio seremos triunfadores”. En las elecciones presidenciales del 2000 en México, Francisco La Bastida recurrió a Juan Gabriel para que lo apoyara, ofreciéndole perdonarle la deuda con Hacienda. Adaptaron la canción de “Hasta que te conocí” y la letra sonaba: “Ni Temoc, ni Chente, Francisco va a ser el presidente; ni el PRD ni el PAN, el PRI es el que va a ganar”, cantado por el mismo autor.

Históricamente se ha utilizado el poder de las expresiones artísticas para captar la atención de los electores y regularmente utilizan melodías populares o más identificables con el gusto de sectores sociales desfavorecidos; de otro modo no habría tanta conexión con la gente. La música se ha convertido en un factor real de poder, en un medio altamente persuasivo que seduce, entretiene, cautiva y moviliza a los votantes. Me pregunto si “bailan” desde un pedestal desdeñando al “pueblo”, aun cuando es probable que tenga desprecio por ese género musical.

¿Lo hacen honestamente o de plano sólo son métodos desdeñosamente populares? No estoy segura de que un candidato o candidata de un partido “conservador” ponga una cumbia todos los días en el radio mientras maneja a su trabajo; quizá sí, pero sabemos que es una estrategia momentánea y que el “son” perdura en la cabeza de miles de personas, aún después de años. A ver si estas elecciones innovan en las canciones, porque a veces no son tan buenas.