/ martes 24 de mayo de 2022

Hacia una cultura de paz | Panorama del trabajo informal

Dos semanas antes de la cuarentena por Covid-19, realizaba una investigación de campo en El Salvador, donde aprendí que ocho de cada diez personas trabajaban en la informalidad; probablemente nueve, de acuerdo con algunos académicos (las cifras del gobierno siempre tienen “otros datos” distintos a la realidad), por eso a veces es más confiable escuchar a los de “a pie”. En toda América Latina prevalece esta práctica y México no es la excepción, donde actualmente seis de cada diez mexicanos laboran informalmente, de acuerdo a datos oficiales; habrá que darse una vuelta por la calle y observar qué sucede.


Los últimos dos años de pandemia representaron un reto para el mercado laboral a nivel mundial, sobre todo, para los países en vías de desarrollo, donde los derechos humanos, son una tragicomedia. Bastantes que tenían la dicha de tener un empleo formal, lo perdieron por la crisis, orillándoles a buscar alternativas para sobrevivir. No sólo fue el efecto pandemia lo que lo causó, sino el déficit de oportunidades de trabajo decente que se venía arrastrando.


Hace unos días caminaba por una zona residencial y en las banquetas, observé algo parecido a un corredor comercial (no existía hace dos años). Vendían desde comida, muebles, ropa y hasta lustraban zapatos. En los chats de WhatsApp de los fraccionamientos privados, rebosan imágenes de un sinfín de servicios y productos a la venta; es lo “inn” para el comercio. Muchos empleos por tradición son informales, como el trabajo del hogar: 95% de acuerdo con El Economista. A pesar de las múltiples reformas a la ley, ¿cuántas personas dan prestaciones a sus empleadas? Esta condición coloca a las personas en estado de vulnerabilidad, porque no tienen derechos, ni servicio médico, menos incapacidad o jubilación. También hay quienes han construido imperios en la informalidad y lo prefieren, a pagar impuestos estratosféricos. Independientemente del caso, disminuye el trabajo formal constantemente.


Lo que es preocupante, es que se comienza a subestimar a las universidades. Una escuela con alto número de egresados, pareciera ser una institución eficiente, sólo hasta que el o la alumna se topa con la realidad de que no hay trabajo. Las carreras técnicas y oficios ganan terreno, mismos que en su mayoría, también se encuentran en la informalidad. No hay que subestimar a estas profesiones, pues son el futuro. Quizá a parte de una profesión, sea conveniente también contar con un oficio; uno nunca sabe.


Por lo pronto, el país sobrevive de las remesas de paisanos que cruzaron “el charco”; ya somos segundo lugar en el mundo que más las recibe, de acuerdo con el Banco de México. Vamos bien, dicen por ahí arriba, pero acá abajo, hay otros datos. La realidad es que la marea nos sube hasta el cuello y nos orilla a lo que sea, con tal de sobrevivir. ¡Que ya salga el sol y baje las aguas!.




Dos semanas antes de la cuarentena por Covid-19, realizaba una investigación de campo en El Salvador, donde aprendí que ocho de cada diez personas trabajaban en la informalidad; probablemente nueve, de acuerdo con algunos académicos (las cifras del gobierno siempre tienen “otros datos” distintos a la realidad), por eso a veces es más confiable escuchar a los de “a pie”. En toda América Latina prevalece esta práctica y México no es la excepción, donde actualmente seis de cada diez mexicanos laboran informalmente, de acuerdo a datos oficiales; habrá que darse una vuelta por la calle y observar qué sucede.


Los últimos dos años de pandemia representaron un reto para el mercado laboral a nivel mundial, sobre todo, para los países en vías de desarrollo, donde los derechos humanos, son una tragicomedia. Bastantes que tenían la dicha de tener un empleo formal, lo perdieron por la crisis, orillándoles a buscar alternativas para sobrevivir. No sólo fue el efecto pandemia lo que lo causó, sino el déficit de oportunidades de trabajo decente que se venía arrastrando.


Hace unos días caminaba por una zona residencial y en las banquetas, observé algo parecido a un corredor comercial (no existía hace dos años). Vendían desde comida, muebles, ropa y hasta lustraban zapatos. En los chats de WhatsApp de los fraccionamientos privados, rebosan imágenes de un sinfín de servicios y productos a la venta; es lo “inn” para el comercio. Muchos empleos por tradición son informales, como el trabajo del hogar: 95% de acuerdo con El Economista. A pesar de las múltiples reformas a la ley, ¿cuántas personas dan prestaciones a sus empleadas? Esta condición coloca a las personas en estado de vulnerabilidad, porque no tienen derechos, ni servicio médico, menos incapacidad o jubilación. También hay quienes han construido imperios en la informalidad y lo prefieren, a pagar impuestos estratosféricos. Independientemente del caso, disminuye el trabajo formal constantemente.


Lo que es preocupante, es que se comienza a subestimar a las universidades. Una escuela con alto número de egresados, pareciera ser una institución eficiente, sólo hasta que el o la alumna se topa con la realidad de que no hay trabajo. Las carreras técnicas y oficios ganan terreno, mismos que en su mayoría, también se encuentran en la informalidad. No hay que subestimar a estas profesiones, pues son el futuro. Quizá a parte de una profesión, sea conveniente también contar con un oficio; uno nunca sabe.


Por lo pronto, el país sobrevive de las remesas de paisanos que cruzaron “el charco”; ya somos segundo lugar en el mundo que más las recibe, de acuerdo con el Banco de México. Vamos bien, dicen por ahí arriba, pero acá abajo, hay otros datos. La realidad es que la marea nos sube hasta el cuello y nos orilla a lo que sea, con tal de sobrevivir. ¡Que ya salga el sol y baje las aguas!.