/ domingo 14 de febrero de 2021

Hagamos posible lo imposible 

La democracia participativa es aquella en la que se tiene en cuenta la voz y el voto, por lo que los ciudadanos tienen un nivel de participación en la toma de decisiones políticas que tradicionalmente partidos y candidatos ofrecen durante los procesos electorales.

Es un modelo político que facilita a la ciudadanía su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas, por diversos medios y procedimientos, como consejos vecinales, comunales e incluso consultas populares.

El proyecto fundamental de la democracia participativa es la creación de un mecanismo de deliberaciones mediante el cual el pueblo, con su propia participación, esté habilitado para manifestarse por igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios.

Si bien es cierto que, en los procesos electorales en un sistema democrático real, la mayoría es la que se impone, no menos lo es, que las minorías tienen todo derecho a expresar sus opiniones y manifestarse a través de uno de los mecanismos de la democracia participativa, referidos líneas arriba.

La democracia representativa del poder político procede también del pueblo, pero no es ejercido por él, sino por los representantes de los diversos partidos y candidatos elegidos por medio del voto, mecanismo añejo, pero determinante, y, también manipulable y fraudulento.

Mi exhorto a hacer “posible lo imposible” se refiere precisamente a que es necesario fortalecer la democracia participativa, esto es, la participación ciudadana no sólo en las urnas, sino también para manifestarse a favor o en contra de las decisiones públicas que les ofrecen partidos y candidatos, que aspiran arribar al poder político, no mediante programas y proyectos de beneficio para la sociedad, sino de ellos mismos.

Es de dominio público que la promoción del voto de la mayoría de los partidos se sustenta, no en proyectos políticos, sino en la dádiva, la mentira y el engaño. Esto es, en base a la demagogia, no a la democracia. No les interesa lograr un mundo mejor, sino ganar a toda costa, por las buenas o las malas, un puesto público rentable. Hay que ponerles freno. Es deber de todos los ciudadanos rescatar nuestra dignidad y condición humana, descrita por el fantasioso, pero sabio escritor, Miguel de Cervantes Saavedra, en la voz de Don Quijote de la Mancha:

“Los obstáculos más grandes nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos; y, sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén”.

Es factible dar el salto de lo imposible a lo posible. “El optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo”: Gilbert Keith C., escritor británico.




La democracia participativa es aquella en la que se tiene en cuenta la voz y el voto, por lo que los ciudadanos tienen un nivel de participación en la toma de decisiones políticas que tradicionalmente partidos y candidatos ofrecen durante los procesos electorales.

Es un modelo político que facilita a la ciudadanía su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas, por diversos medios y procedimientos, como consejos vecinales, comunales e incluso consultas populares.

El proyecto fundamental de la democracia participativa es la creación de un mecanismo de deliberaciones mediante el cual el pueblo, con su propia participación, esté habilitado para manifestarse por igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios.

Si bien es cierto que, en los procesos electorales en un sistema democrático real, la mayoría es la que se impone, no menos lo es, que las minorías tienen todo derecho a expresar sus opiniones y manifestarse a través de uno de los mecanismos de la democracia participativa, referidos líneas arriba.

La democracia representativa del poder político procede también del pueblo, pero no es ejercido por él, sino por los representantes de los diversos partidos y candidatos elegidos por medio del voto, mecanismo añejo, pero determinante, y, también manipulable y fraudulento.

Mi exhorto a hacer “posible lo imposible” se refiere precisamente a que es necesario fortalecer la democracia participativa, esto es, la participación ciudadana no sólo en las urnas, sino también para manifestarse a favor o en contra de las decisiones públicas que les ofrecen partidos y candidatos, que aspiran arribar al poder político, no mediante programas y proyectos de beneficio para la sociedad, sino de ellos mismos.

Es de dominio público que la promoción del voto de la mayoría de los partidos se sustenta, no en proyectos políticos, sino en la dádiva, la mentira y el engaño. Esto es, en base a la demagogia, no a la democracia. No les interesa lograr un mundo mejor, sino ganar a toda costa, por las buenas o las malas, un puesto público rentable. Hay que ponerles freno. Es deber de todos los ciudadanos rescatar nuestra dignidad y condición humana, descrita por el fantasioso, pero sabio escritor, Miguel de Cervantes Saavedra, en la voz de Don Quijote de la Mancha:

“Los obstáculos más grandes nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos; y, sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén”.

Es factible dar el salto de lo imposible a lo posible. “El optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo”: Gilbert Keith C., escritor británico.