/ sábado 16 de noviembre de 2019

¿Hay “buena” demagogia?

Como pasa con todo instrumento, la demagogia no es mala en sí; no es más que un medio. La nobleza o perversión está en la voluntad y el fin de quien usa el medio. Fines y medios, típico tema de ética.

La demagogia nació junto con la democracia. Los griegos de la antigüedad practicaban la demagogia para encauzar a la comunidad hacia el bien común. Pero dicha práctica se desvirtuó al volverse instrumento de engaño para el logro de fines ajenos al bienestar público.

Etimológicamente, la demagogia es la dirección (o conducción) del pueblo. Entonces el demagogo, en su sentido original, sería aquel político comprometido con el liderazgo de la comunidad, alguien que encamina al pueblo en su anhelo de desarrollo y bienestar.

El discurso retórico demagógico debió usarse para encaminar a la sociedad, convenciéndola para determinar el voto democrático para bien de todos. Así, el demagogo tenía por objetivo orientar a la muchedumbre sobre lo que consideraba la mejor elección para la comunidad.

Esta imagen del demagogo –la de un líder (de opinión) dedicado a convencer sobre la mejor elección popular- ya no está a la vista en nuestra sociedad. Ahora el demagogo es un engatusador que busca el apoyo del pueblo para fines ajenos al bien común.

De hecho, la definición que hallamos sobre la demagogia en la actualidad indica que es una estrategia que envía halagos y falsas promesas al pueblo para una ambición política personal o sectaria. Es decir, el demagogo es considerado como un mentiroso dedicado a engañar al pueblo.

El mensaje demagógico ya se ha tomado como un halago al pueblo para sacar provecho de él. Sin embargo, el discurso del demagogo original es aquel que busca orientar al pueblo para que se logre un bien común. El fin es lo que da valor; el medio es “bueno” cuando sirve al buen fin.

Las intenciones de la mayoría de los políticos parecen distanciarse del bien común, entonces el recurso demagógico se desvirtúa. Quienes ambicionan y se vuelven adictos al poder son demagógicos en sentido negativo: aprovechan los anhelos sociales para prometer y engañar, ello a cambio del favor popular para sus fines personales o de grupo.

Como pasa con todo instrumento, la demagogia no es mala en sí; no es más que un medio. La nobleza o perversión está en la voluntad y el fin de quien usa el medio. Fines y medios, típico tema de ética.

La demagogia nació junto con la democracia. Los griegos de la antigüedad practicaban la demagogia para encauzar a la comunidad hacia el bien común. Pero dicha práctica se desvirtuó al volverse instrumento de engaño para el logro de fines ajenos al bienestar público.

Etimológicamente, la demagogia es la dirección (o conducción) del pueblo. Entonces el demagogo, en su sentido original, sería aquel político comprometido con el liderazgo de la comunidad, alguien que encamina al pueblo en su anhelo de desarrollo y bienestar.

El discurso retórico demagógico debió usarse para encaminar a la sociedad, convenciéndola para determinar el voto democrático para bien de todos. Así, el demagogo tenía por objetivo orientar a la muchedumbre sobre lo que consideraba la mejor elección para la comunidad.

Esta imagen del demagogo –la de un líder (de opinión) dedicado a convencer sobre la mejor elección popular- ya no está a la vista en nuestra sociedad. Ahora el demagogo es un engatusador que busca el apoyo del pueblo para fines ajenos al bien común.

De hecho, la definición que hallamos sobre la demagogia en la actualidad indica que es una estrategia que envía halagos y falsas promesas al pueblo para una ambición política personal o sectaria. Es decir, el demagogo es considerado como un mentiroso dedicado a engañar al pueblo.

El mensaje demagógico ya se ha tomado como un halago al pueblo para sacar provecho de él. Sin embargo, el discurso del demagogo original es aquel que busca orientar al pueblo para que se logre un bien común. El fin es lo que da valor; el medio es “bueno” cuando sirve al buen fin.

Las intenciones de la mayoría de los políticos parecen distanciarse del bien común, entonces el recurso demagógico se desvirtúa. Quienes ambicionan y se vuelven adictos al poder son demagógicos en sentido negativo: aprovechan los anhelos sociales para prometer y engañar, ello a cambio del favor popular para sus fines personales o de grupo.