/ martes 30 de enero de 2018

Hechos y criterios

Interesante resulta ver cómo de películas antiguas, nacionales o extranjeras, se pueden sacar algunas enseñanzas así haya pasado por ellas el tiempo, y también en algunas más o menos nuevas puede darse el caso.

De un viejo filme se puede concluir que la manera de ser y de relacionarse con otros, cuando se basa en el constante enfrentamiento, en la agresión, en el pensar mal de quienes conviven con nosotros o quienes nos rodean, en el responder a cualquier insinuación o comentario con violencia, puede ser motivo de que algún problema en vez de arribar a alguna solución satisfactoria pueda derivar hacia un agravamiento del mismo y llegar a un final no deseado.

En la cinta, una persona le hace ver a quien se comportaba como lo expuesto arriba que se consigue más con un trato afable y dulce con los demás, que con el uso de palabras ofensivas o con actitudes violentas. Y ciertamente no resulta fácil efectuar ese cambio de actitud o de carácter, más cuando las personas a quienes nos dirigimos o tratamos nos caen “gordas” o sentimos no tienen buenas intenciones. Sin embargo, a pesar de que por dentro podamos sentir que nos hierve el hígado, si nuestro trato se vuelve cordial, si tratamos de entender a los demás, si dejamos atrás las explosiones violentas, las cosas mejoran y los problemas, por muy difíciles que sean o nos parezcan, pueden resolverse.

Busquemos no sólo llevar la fiesta en paz con otras personas: familiares, vecinos, amigos, conocidos o desconocidos, sino de exponerles a través de nuestro trato, con comedimiento y buenas palabras, que pueden confiar en nosotros y que la vida, a veces gris, puede verse color de rosa.

De otra película mucho más reciente se concluye que una vida en que las cosas no han sido sencillas y que se ha marcado con acciones no muy sanas, puede, si se quiere, modificarse, dejar atrás todo eso que nos ha llevado a complicaciones o a actuar fuera de principios morales, aunque tengamos que enfrentarnos con otros que puedan parecer nuestros amigos o personas que buscan nuestro bien y sepan que nuestros actos no han sido lo derecho que debieran ser. Y no es necesario, como pasa en el filme, perder la memoria o sufrir algún accidente para darnos cuenta que el camino que hemos recorrido en nuestro vivir no es el adecuado para alcanzar una situación que nos haga felices. Simplemente podemos analizar nuestro camino, nuestra conducta hasta el presente y determinarnos, sin miedo y sin falsos pudores, a realizar aquello que verdaderamente sepamos nos conduzca a una vida mejor. ¿Lo ven?

P.D. Por un lamentable error la semana pasada apareció publicada una colaboración bajo el nombre del suscrito, la cual no me correspondía. Lo habrán notado quienes me leen. Disculpas mil.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Interesante resulta ver cómo de películas antiguas, nacionales o extranjeras, se pueden sacar algunas enseñanzas así haya pasado por ellas el tiempo, y también en algunas más o menos nuevas puede darse el caso.

De un viejo filme se puede concluir que la manera de ser y de relacionarse con otros, cuando se basa en el constante enfrentamiento, en la agresión, en el pensar mal de quienes conviven con nosotros o quienes nos rodean, en el responder a cualquier insinuación o comentario con violencia, puede ser motivo de que algún problema en vez de arribar a alguna solución satisfactoria pueda derivar hacia un agravamiento del mismo y llegar a un final no deseado.

En la cinta, una persona le hace ver a quien se comportaba como lo expuesto arriba que se consigue más con un trato afable y dulce con los demás, que con el uso de palabras ofensivas o con actitudes violentas. Y ciertamente no resulta fácil efectuar ese cambio de actitud o de carácter, más cuando las personas a quienes nos dirigimos o tratamos nos caen “gordas” o sentimos no tienen buenas intenciones. Sin embargo, a pesar de que por dentro podamos sentir que nos hierve el hígado, si nuestro trato se vuelve cordial, si tratamos de entender a los demás, si dejamos atrás las explosiones violentas, las cosas mejoran y los problemas, por muy difíciles que sean o nos parezcan, pueden resolverse.

Busquemos no sólo llevar la fiesta en paz con otras personas: familiares, vecinos, amigos, conocidos o desconocidos, sino de exponerles a través de nuestro trato, con comedimiento y buenas palabras, que pueden confiar en nosotros y que la vida, a veces gris, puede verse color de rosa.

De otra película mucho más reciente se concluye que una vida en que las cosas no han sido sencillas y que se ha marcado con acciones no muy sanas, puede, si se quiere, modificarse, dejar atrás todo eso que nos ha llevado a complicaciones o a actuar fuera de principios morales, aunque tengamos que enfrentarnos con otros que puedan parecer nuestros amigos o personas que buscan nuestro bien y sepan que nuestros actos no han sido lo derecho que debieran ser. Y no es necesario, como pasa en el filme, perder la memoria o sufrir algún accidente para darnos cuenta que el camino que hemos recorrido en nuestro vivir no es el adecuado para alcanzar una situación que nos haga felices. Simplemente podemos analizar nuestro camino, nuestra conducta hasta el presente y determinarnos, sin miedo y sin falsos pudores, a realizar aquello que verdaderamente sepamos nos conduzca a una vida mejor. ¿Lo ven?

P.D. Por un lamentable error la semana pasada apareció publicada una colaboración bajo el nombre del suscrito, la cual no me correspondía. Lo habrán notado quienes me leen. Disculpas mil.