/ martes 9 de agosto de 2022

Hechos y criterios | De pesas y medidas

Por: Raúl Sánchez Küchle

Una situación que se presenta con cierta frecuencia cuando de ajustar precios de distintos productos se trata, sobre todo de la canasta básica, de refrescos, combustibles o terrenos, entre otros, es la de aumentos inmoderados, el aprovechar para expedir kilos o litros de menos, el esconder productos para especular, etcétera.

El asunto no es nuevo, ni el señalamiento sobre su sentido injusto, más cuando afecta a las clases sociales más desprotegidas, léase pobres.

Entre las prescripciones morales y culturales dadas a los israelitas, que aparecen en el libro del Levítico como leyes secundarias, y que aplican al Decálogo (los diez mandamientos dados por Dios por medio de Moisés), y que remiten al derecho civil y penal, al culto y a la moral social, se lee: “No cometáis injusticia en los juicios, ni en las medidas de longitud, de peso o de capacidad: tened balanza justa, peso justo, medida justa y sextario justo. Yo soy Yahvéh vuestro Dios, que os saqué del país de Egipto” (Lv 19, 35-36).

Siglos después el profeta Amós exclamaría: “Escuchad esto los que pisotean al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: ‘¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, achicando la medida y aumentando el peso, falsificando balanzas de fraude, comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender las ahechaduras del grano?’ Lo ha jurado Yahvéh por el orgullo de Jacob: ¡Jamás he de olvidar todas sus obras!” (Amós 8, 4-7).

El detalle es que las cosas no cambian con el tiempo y no son pocos –ricos y pobres- quienes buscan la oportunidad de medrar, de ganar dinero injustamente, de alterar precios y medidas, de cobrar de más por un trabajo, de recibir pensiones no merecidas, de realizar fraudes o extorsiones, de chantajear, de aprovechar un descuido de alguien para sacar ventaja, de prestar con usura, de retener dinero ilícitamente, de meter las manos al cajón, de enriquecerse “inexplicablemente”, de proteger a sus allegados en determinado puesto aunque no tengan el adecuado perfil, de lavar dinero, de vender productos que a sabiendas no tienen la calidad requerida, de recibir un porcentaje por aprobar alguna obra, de no devolver lo que se ha cobrado de más, y un largo etcétera. Pesas y medidas alteradas.

En su primera epístola a Timoteo, san Pablo escribe: “A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas, sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera” (Tm 6, 17-19).

Esperamos que esta Palabra penetre en nuestros corazones. ¿Lo ven?


Por: Raúl Sánchez Küchle

Una situación que se presenta con cierta frecuencia cuando de ajustar precios de distintos productos se trata, sobre todo de la canasta básica, de refrescos, combustibles o terrenos, entre otros, es la de aumentos inmoderados, el aprovechar para expedir kilos o litros de menos, el esconder productos para especular, etcétera.

El asunto no es nuevo, ni el señalamiento sobre su sentido injusto, más cuando afecta a las clases sociales más desprotegidas, léase pobres.

Entre las prescripciones morales y culturales dadas a los israelitas, que aparecen en el libro del Levítico como leyes secundarias, y que aplican al Decálogo (los diez mandamientos dados por Dios por medio de Moisés), y que remiten al derecho civil y penal, al culto y a la moral social, se lee: “No cometáis injusticia en los juicios, ni en las medidas de longitud, de peso o de capacidad: tened balanza justa, peso justo, medida justa y sextario justo. Yo soy Yahvéh vuestro Dios, que os saqué del país de Egipto” (Lv 19, 35-36).

Siglos después el profeta Amós exclamaría: “Escuchad esto los que pisotean al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: ‘¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, achicando la medida y aumentando el peso, falsificando balanzas de fraude, comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender las ahechaduras del grano?’ Lo ha jurado Yahvéh por el orgullo de Jacob: ¡Jamás he de olvidar todas sus obras!” (Amós 8, 4-7).

El detalle es que las cosas no cambian con el tiempo y no son pocos –ricos y pobres- quienes buscan la oportunidad de medrar, de ganar dinero injustamente, de alterar precios y medidas, de cobrar de más por un trabajo, de recibir pensiones no merecidas, de realizar fraudes o extorsiones, de chantajear, de aprovechar un descuido de alguien para sacar ventaja, de prestar con usura, de retener dinero ilícitamente, de meter las manos al cajón, de enriquecerse “inexplicablemente”, de proteger a sus allegados en determinado puesto aunque no tengan el adecuado perfil, de lavar dinero, de vender productos que a sabiendas no tienen la calidad requerida, de recibir un porcentaje por aprobar alguna obra, de no devolver lo que se ha cobrado de más, y un largo etcétera. Pesas y medidas alteradas.

En su primera epístola a Timoteo, san Pablo escribe: “A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas, sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera” (Tm 6, 17-19).

Esperamos que esta Palabra penetre en nuestros corazones. ¿Lo ven?