/ lunes 25 de octubre de 2021

Hechos y criterios; Divorcios

Por: Raúl Sánchez Küchle

Una problemática creciente en torno a los lazos del matrimonio y la familia actualmente, más que en épocas pasadas, la constituye el divorcio o la separación de los cónyuges con graves consecuencias principalmente para los hijos, y otros familiares de ambos esposos.

La palabra divorcio procede del latín divortium, formada por el prefijo di/dis (separación o divergencia en diferentes sentidos) y la raíz del verbo verto (volver, dar la vuelta, girar o hacer girar).

Primitivamente el término no se aplicaba al matrimonio sino a una separación cualquiera, como por ejemplo las tierras separadas por un brazo de mar, en que cada orilla se dirigía a un lado absolutamente opuesto. Con el tiempo designó una institución jurídica creada en Roma, por la cual tanto el marido como la mujer podían solicitar la disolución legal del matrimonio por distintas causas. Significaba –y sigue significando- la acción de dos que vuelven la espalda el uno al otro, y cada quien toma su camino.

En nuestro tiempo, en muchos casos, el divorcio se torna virulento, y generalmente es la mujer la que sale perdiendo, y los hijos quedan a la deriva. Hay ocasiones en que uno de los esposos no busca la separación, pero las circunstancias hacen insostenible la unión, a pesar de los esfuerzos por salvarla.

El asunto es que antes de arribar a una situación caótica, por lo general se dan señales que pueden detectarse, y superar situaciones difíciles si ambos miembros de la pareja se abren a un diálogo sincero y se esfuerzan por superar sus diferencias.

El hecho, también, es que no pocos se casan con una mentalidad divorcista, con un “a ver cómo nos va”, “vamos a probar si compaginamos”, “nos juntamos y si van bien las cosas nos casamos”. Se piensa no en un para siempre o hasta que la muerte nos separe, sino hasta que aguantemos y si no, para eso existe el divorcio. Y el número de rupturas matrimoniales aumenta cada día.

Para los católicos el matrimonio es un sacramento, y el vínculo matrimonial no se disuelve. Puede suceder –y de hecho sucede- que existan circunstancias que desde el principio hagan inválida la unión. Por eso la importancia de las tres preguntas iniciales del rito matrimonial: la libertad, el amor y respeto para toda la vida, y la recepción del don de los hijos.

Con la insistencia de la autonomía de las personas, de que cada quien pueda hacer con su vida lo que quiera, de que las relaciones sexuales y sentimentales pueden darse libremente, de que las promesas y compromisos pueden romperse, que el matrimonio es un simple contrato y puede deshacerse cuando se quiera y no una alianza que trasciende a los dos esposos para hacerse uno, con esa insistencia, expresamos, son muchos los que se dejan envolver e incluso los católicos separan aquello que Dios unió. La dureza del corazón se vuelve, como el pasado, presente. ¿Lo ven?

Por: Raúl Sánchez Küchle

Una problemática creciente en torno a los lazos del matrimonio y la familia actualmente, más que en épocas pasadas, la constituye el divorcio o la separación de los cónyuges con graves consecuencias principalmente para los hijos, y otros familiares de ambos esposos.

La palabra divorcio procede del latín divortium, formada por el prefijo di/dis (separación o divergencia en diferentes sentidos) y la raíz del verbo verto (volver, dar la vuelta, girar o hacer girar).

Primitivamente el término no se aplicaba al matrimonio sino a una separación cualquiera, como por ejemplo las tierras separadas por un brazo de mar, en que cada orilla se dirigía a un lado absolutamente opuesto. Con el tiempo designó una institución jurídica creada en Roma, por la cual tanto el marido como la mujer podían solicitar la disolución legal del matrimonio por distintas causas. Significaba –y sigue significando- la acción de dos que vuelven la espalda el uno al otro, y cada quien toma su camino.

En nuestro tiempo, en muchos casos, el divorcio se torna virulento, y generalmente es la mujer la que sale perdiendo, y los hijos quedan a la deriva. Hay ocasiones en que uno de los esposos no busca la separación, pero las circunstancias hacen insostenible la unión, a pesar de los esfuerzos por salvarla.

El asunto es que antes de arribar a una situación caótica, por lo general se dan señales que pueden detectarse, y superar situaciones difíciles si ambos miembros de la pareja se abren a un diálogo sincero y se esfuerzan por superar sus diferencias.

El hecho, también, es que no pocos se casan con una mentalidad divorcista, con un “a ver cómo nos va”, “vamos a probar si compaginamos”, “nos juntamos y si van bien las cosas nos casamos”. Se piensa no en un para siempre o hasta que la muerte nos separe, sino hasta que aguantemos y si no, para eso existe el divorcio. Y el número de rupturas matrimoniales aumenta cada día.

Para los católicos el matrimonio es un sacramento, y el vínculo matrimonial no se disuelve. Puede suceder –y de hecho sucede- que existan circunstancias que desde el principio hagan inválida la unión. Por eso la importancia de las tres preguntas iniciales del rito matrimonial: la libertad, el amor y respeto para toda la vida, y la recepción del don de los hijos.

Con la insistencia de la autonomía de las personas, de que cada quien pueda hacer con su vida lo que quiera, de que las relaciones sexuales y sentimentales pueden darse libremente, de que las promesas y compromisos pueden romperse, que el matrimonio es un simple contrato y puede deshacerse cuando se quiera y no una alianza que trasciende a los dos esposos para hacerse uno, con esa insistencia, expresamos, son muchos los que se dejan envolver e incluso los católicos separan aquello que Dios unió. La dureza del corazón se vuelve, como el pasado, presente. ¿Lo ven?