/ martes 20 de abril de 2021

Hechos y criterios | Favor de Dios

Del latín proverbium, término formado por “pro”, hacia adelante, y “verbum”, palabra, un proverbio es, en un sentido amplio, cualquier dicho o refrán popular. Sinónimos del mismo son máximas, adagios, sentencias, aforismos, refranes, entre otros.

Un proverbio es como un compendio de instrucciones éticas y morales aplicadas a muchas situaciones prácticas de la vida. Un proverbio bíblico es una frase aguda, breve, nacida espontáneamente de la lógica de las cosas inherentes a la realidad. En el catolicismo un proverbio es la frase que posee el instinto de educar o aconsejar.

En el Libro de los Proverbios, atribuido al rey Salomón, se lee: “Quien halló mujer, halló cosa buena, y alcanzó favor de Yahvéh”. Podemos traducirlo del siguiente modo: “Encontrar esposa es encontrar lo mejor: es recibir una muestra del favor de Dios” (n. 18,22).

Hay una sentencia latina que en español cabría expresar: “Mujeres buenas puede que sean pocas; pero la que es buena, es una preciosa corona”.

El marqués de Santillana, militar y poeta español (1398-1458), exponía: “Gran corona del varón es la mujer cuando quiere obedecer a la razón”.

El Eclesiástico (26,2) manifiesta: “Mujer varonil da contento a su marido, que acaba en paz la suma de sus días”.

En nuestro tiempo no son pocos quienes buscan encontrar una buena mujer –y también las mujeres un buen hombre- y difícilmente aciertan a dar con ella –o él-. Un gran problema es el sentido dado al matrimonio, en que prevalece el verlo como una relación que puede durar mientras exista una satisfacción para ambas partes, en que el “para siempre” se desdibuja. Piensan algunos que esa relación fluye automáticamente con poco o nulo compromiso de su parte. El compromiso en la etapa del conocimiento del otro, en el noviazgo, tiende a diluirse o se tiene miedo de hacerlo realidad. Otras veces, la búsqueda de la mujer o del hombre mira más a la atracción física que a las virtudes o cualidades que hacen “buena” a ella, o a él, o se busca una buena posición económica, profesional o de otra índole. O bien hay otras intenciones al margen de un verdadero amor.

El término esposo, del latín sponsus (forma femenina sponsa), se relaciona con el verbo spondere, prometer, y refiere no tanto a los que estás casados –como ahora-, sino a quienes están prometidos a casarse. Se supone que cuando hombre y mujer celebran su enlace se prometen el uno al otro con verdadero compromiso. Si este no existe o está disminuido puede derivar en fracaso o frustración.

Por ello todos aquellos que han –hemos- encontrado una esposa con cualidades de de toda una mujer u hombre en su sentido verdadero pueden –y deben con todo el corazón- dar gracias a Dios por ello. Han –hemos- recibido una muestra del favor de Dios.

Del latín proverbium, término formado por “pro”, hacia adelante, y “verbum”, palabra, un proverbio es, en un sentido amplio, cualquier dicho o refrán popular. Sinónimos del mismo son máximas, adagios, sentencias, aforismos, refranes, entre otros.

Un proverbio es como un compendio de instrucciones éticas y morales aplicadas a muchas situaciones prácticas de la vida. Un proverbio bíblico es una frase aguda, breve, nacida espontáneamente de la lógica de las cosas inherentes a la realidad. En el catolicismo un proverbio es la frase que posee el instinto de educar o aconsejar.

En el Libro de los Proverbios, atribuido al rey Salomón, se lee: “Quien halló mujer, halló cosa buena, y alcanzó favor de Yahvéh”. Podemos traducirlo del siguiente modo: “Encontrar esposa es encontrar lo mejor: es recibir una muestra del favor de Dios” (n. 18,22).

Hay una sentencia latina que en español cabría expresar: “Mujeres buenas puede que sean pocas; pero la que es buena, es una preciosa corona”.

El marqués de Santillana, militar y poeta español (1398-1458), exponía: “Gran corona del varón es la mujer cuando quiere obedecer a la razón”.

El Eclesiástico (26,2) manifiesta: “Mujer varonil da contento a su marido, que acaba en paz la suma de sus días”.

En nuestro tiempo no son pocos quienes buscan encontrar una buena mujer –y también las mujeres un buen hombre- y difícilmente aciertan a dar con ella –o él-. Un gran problema es el sentido dado al matrimonio, en que prevalece el verlo como una relación que puede durar mientras exista una satisfacción para ambas partes, en que el “para siempre” se desdibuja. Piensan algunos que esa relación fluye automáticamente con poco o nulo compromiso de su parte. El compromiso en la etapa del conocimiento del otro, en el noviazgo, tiende a diluirse o se tiene miedo de hacerlo realidad. Otras veces, la búsqueda de la mujer o del hombre mira más a la atracción física que a las virtudes o cualidades que hacen “buena” a ella, o a él, o se busca una buena posición económica, profesional o de otra índole. O bien hay otras intenciones al margen de un verdadero amor.

El término esposo, del latín sponsus (forma femenina sponsa), se relaciona con el verbo spondere, prometer, y refiere no tanto a los que estás casados –como ahora-, sino a quienes están prometidos a casarse. Se supone que cuando hombre y mujer celebran su enlace se prometen el uno al otro con verdadero compromiso. Si este no existe o está disminuido puede derivar en fracaso o frustración.

Por ello todos aquellos que han –hemos- encontrado una esposa con cualidades de de toda una mujer u hombre en su sentido verdadero pueden –y deben con todo el corazón- dar gracias a Dios por ello. Han –hemos- recibido una muestra del favor de Dios.