/ miércoles 6 de octubre de 2021

Hechos y criterios | Promesas

Uno de los innumerables dichos populares, que asume distintas formas, es el que expresa: El prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila. Prometes y prometes…, y nada, dirá una canción.

Las promesas se efectúan en los distintos ámbitos de la vida, en el laboral, el político, el familiar, el educativo, el comercial, el de las instituciones, el de relaciones entre las personas. Muchas veces las promesas se quedan en eso; algunas veces sin mayores consecuencias, pero otras causantes de decepción o de problemas posteriores.

Hay promesas que son irrealizables o que de antemano se sabe o se presume que difícilmente se pueden cumplir. Algunos que viven o transitan por la política lo saben, y sin embargo las hacen. Hay otras que pueden lograrse pero se dejan al garete y fallan. Otras más requieren dedicación y esfuerzo para llevarlas a cabo.

En el ambiente familiar se da el caso de que a los niños se les prometa determinada cosa si se portan bien, o simplemente se les manifieste que en tal fecha o circunstancia los llevarán a tal parte o les darán algo. Cuando los infantes ven o sienten que aquello no se cumple, su confianza se lesiona lo mismo que sus sentimientos.

En el campo laboral a veces se promete a un empleado subirle el salario o darle alguna compensación o incentivo si realiza determinado trabajo en forma o en tiempo, y lo prometido no llega a sus manos.

En el campo amoroso o de atracción entre hombre y mujer, las promesas –y los juramentos- están a la orden del día, y no pocas veces culminan en el engaño, el abandono e incluso en el delito. Muchas canciones –y personas decepcionadas, especialmente mujeres- dan cuenta de ello.

Existen, aunque no lo parezca, personas que son fieles a sus promesas y saben, por decirlo de alguna forma, medirle el agua a los camotes. No prometen lo que no pueden cumplir, y cuando prometen algo hacen hasta lo imposible por quedar bien.

Hasta hace unas décadas se expresaba: con tu palabra me basta. Hoy por anticipado se pide la firma.

Hay quien se engola diciendo: yo siempre cumplo lo que prometo, pero no siempre es cierto, y más le valdría pensarlo. Hay otros, generalmente funcionarios gubernamentales, que, mirando al futuro, exponen que gracias a determinadas personas, las cosas irán mejor, sin esperar que los hechos hablen por sí.

En el matrimonio cristiano las promesas son esenciales. Al casarse hombre y mujer, al darse el sí quiero, quedan no sólo prometidos (del latín sponsus y sponsa, esposo y esposa, de ahí esponsales) sino comprometidos, a partir de su boda para toda la vida (del latín vota, juramento solemne, con la t suavizada a d como boda). Para cumplir sus promesas cuentan con el apoyo de Dios mismo. ¿Lo ven?


Uno de los innumerables dichos populares, que asume distintas formas, es el que expresa: El prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila. Prometes y prometes…, y nada, dirá una canción.

Las promesas se efectúan en los distintos ámbitos de la vida, en el laboral, el político, el familiar, el educativo, el comercial, el de las instituciones, el de relaciones entre las personas. Muchas veces las promesas se quedan en eso; algunas veces sin mayores consecuencias, pero otras causantes de decepción o de problemas posteriores.

Hay promesas que son irrealizables o que de antemano se sabe o se presume que difícilmente se pueden cumplir. Algunos que viven o transitan por la política lo saben, y sin embargo las hacen. Hay otras que pueden lograrse pero se dejan al garete y fallan. Otras más requieren dedicación y esfuerzo para llevarlas a cabo.

En el ambiente familiar se da el caso de que a los niños se les prometa determinada cosa si se portan bien, o simplemente se les manifieste que en tal fecha o circunstancia los llevarán a tal parte o les darán algo. Cuando los infantes ven o sienten que aquello no se cumple, su confianza se lesiona lo mismo que sus sentimientos.

En el campo laboral a veces se promete a un empleado subirle el salario o darle alguna compensación o incentivo si realiza determinado trabajo en forma o en tiempo, y lo prometido no llega a sus manos.

En el campo amoroso o de atracción entre hombre y mujer, las promesas –y los juramentos- están a la orden del día, y no pocas veces culminan en el engaño, el abandono e incluso en el delito. Muchas canciones –y personas decepcionadas, especialmente mujeres- dan cuenta de ello.

Existen, aunque no lo parezca, personas que son fieles a sus promesas y saben, por decirlo de alguna forma, medirle el agua a los camotes. No prometen lo que no pueden cumplir, y cuando prometen algo hacen hasta lo imposible por quedar bien.

Hasta hace unas décadas se expresaba: con tu palabra me basta. Hoy por anticipado se pide la firma.

Hay quien se engola diciendo: yo siempre cumplo lo que prometo, pero no siempre es cierto, y más le valdría pensarlo. Hay otros, generalmente funcionarios gubernamentales, que, mirando al futuro, exponen que gracias a determinadas personas, las cosas irán mejor, sin esperar que los hechos hablen por sí.

En el matrimonio cristiano las promesas son esenciales. Al casarse hombre y mujer, al darse el sí quiero, quedan no sólo prometidos (del latín sponsus y sponsa, esposo y esposa, de ahí esponsales) sino comprometidos, a partir de su boda para toda la vida (del latín vota, juramento solemne, con la t suavizada a d como boda). Para cumplir sus promesas cuentan con el apoyo de Dios mismo. ¿Lo ven?