/ martes 30 de noviembre de 2021

Hechos y criterios | Una llegada

Estamos en un nuevo comienzo. Un año más fluye y está por terminar en el ámbito civil, y en el campo litúrgico lo iniciamos. El término liturgia, del griego clásico leitourgía, obra del pueblo, con el tiempo y a través del latín vino a significar un servicio público.

Cuando este servicio afectaba al ámbito religioso, liturgia se dirigía al culto oficial de los dioses. Sin entrar en mayores detalles la liturgia es el culto “oficial” de la Iglesia Católica, y alude al ejercicio del sacerdocio de Jesucristo.

El inicio del año litúrgico se abre con el Adviento, del latín adventus, llegada, compuesto por ad (a, hacia) y el verbo venire (venir), y es el tiempo de preparación para la Navidad, la llegada de Cristo al hoy de nuestro mundo. Jesús vino al mundo hace más de 2000 años, murió y resucitó y su presencia permanece viva entre nosotros, pero a veces, muchas veces, lo olvidamos. Problemas, preocupaciones, ocupaciones, tentaciones, situaciones inesperadas, tendencia a realizar malas acciones, atracción de los placeres mundanos, del poseer lo material, de ejercer el poder, del ser más que los demás, y un largo etcétera, nos llevan a ese olvido, olvido de que Cristo vino, viene y vendrá a salvarnos.

La Navidad es eso, la llegada del Señor Jesús que quiere penetrar en cada uno de nuestros corazones para salvarnos, salvarnos de nuestro egoísmo, de nuestra falta de fraternidad y solidaridad para con los demás, de nuestro orgullo de superioridad, de nuestra discriminación a otros por distintos motivos, de nuestra indiferencia por las situaciones ajenas, de nuestra falta de amor, del vacío existencial que a veces sentimos, del sentido de la vida que no encontramos, de los rencores y odios que nos agobian, del perdón que no sabemos otorgar o pedir, de las rupturas que provocamos hacia familiares, amigos o compañeros, de nuestras mentiras y engaños, de las asechanzas de quienes consideramos enemigos o adversarios o del Maligno, de no cuidar el entorno de la naturaleza, de nuestro alejamiento de Dios y de los demás. De eso y mucho más Cristo quiere darnos su salvación.

Jesús viene a ofrecernos la paz que sólo él da, el camino que podemos seguir para ser felices, la vida que necesitamos para superar nuestras fallas y errores, la verdad que se opone a tantas desviaciones que el mundo nos presenta.

La vida en esta tierra pasa velozmente. La llegada de Cristo nos espera en Navidad para vivirla en plenitud. Y esto no sólo para los católicos o para unos cuantos de aquí o allá, sino para todos los hombres y mujeres sin distinción. ¿Lo ven?


Estamos en un nuevo comienzo. Un año más fluye y está por terminar en el ámbito civil, y en el campo litúrgico lo iniciamos. El término liturgia, del griego clásico leitourgía, obra del pueblo, con el tiempo y a través del latín vino a significar un servicio público.

Cuando este servicio afectaba al ámbito religioso, liturgia se dirigía al culto oficial de los dioses. Sin entrar en mayores detalles la liturgia es el culto “oficial” de la Iglesia Católica, y alude al ejercicio del sacerdocio de Jesucristo.

El inicio del año litúrgico se abre con el Adviento, del latín adventus, llegada, compuesto por ad (a, hacia) y el verbo venire (venir), y es el tiempo de preparación para la Navidad, la llegada de Cristo al hoy de nuestro mundo. Jesús vino al mundo hace más de 2000 años, murió y resucitó y su presencia permanece viva entre nosotros, pero a veces, muchas veces, lo olvidamos. Problemas, preocupaciones, ocupaciones, tentaciones, situaciones inesperadas, tendencia a realizar malas acciones, atracción de los placeres mundanos, del poseer lo material, de ejercer el poder, del ser más que los demás, y un largo etcétera, nos llevan a ese olvido, olvido de que Cristo vino, viene y vendrá a salvarnos.

La Navidad es eso, la llegada del Señor Jesús que quiere penetrar en cada uno de nuestros corazones para salvarnos, salvarnos de nuestro egoísmo, de nuestra falta de fraternidad y solidaridad para con los demás, de nuestro orgullo de superioridad, de nuestra discriminación a otros por distintos motivos, de nuestra indiferencia por las situaciones ajenas, de nuestra falta de amor, del vacío existencial que a veces sentimos, del sentido de la vida que no encontramos, de los rencores y odios que nos agobian, del perdón que no sabemos otorgar o pedir, de las rupturas que provocamos hacia familiares, amigos o compañeros, de nuestras mentiras y engaños, de las asechanzas de quienes consideramos enemigos o adversarios o del Maligno, de no cuidar el entorno de la naturaleza, de nuestro alejamiento de Dios y de los demás. De eso y mucho más Cristo quiere darnos su salvación.

Jesús viene a ofrecernos la paz que sólo él da, el camino que podemos seguir para ser felices, la vida que necesitamos para superar nuestras fallas y errores, la verdad que se opone a tantas desviaciones que el mundo nos presenta.

La vida en esta tierra pasa velozmente. La llegada de Cristo nos espera en Navidad para vivirla en plenitud. Y esto no sólo para los católicos o para unos cuantos de aquí o allá, sino para todos los hombres y mujeres sin distinción. ¿Lo ven?