/ martes 2 de noviembre de 2021

Hechos y criterios | Vida eterna

Al inicio de este mes celebramos el Día de los Fieles Difuntos o, casi fiesta nacional, el Día de los Muertos, donde oramos y hacemos recuerdo de aquellos que nos antecedieron en esta vida terrena, y hacemos votos por que ellos se encuentren mejor en otra vida.

Sin embargo, desde hace tiempo cuando alguien fallece no falta quien expresa sus condolencias diciendo: “Esa persona ya está en un mejor lugar” (sin especificar cuál), o “desde dondequiera que esté siempre estará a nuestro lado”. Locutores, presentadores, periodistas y muchos más expresan lo mismo con esas u otras frases semejantes cuando muere alguien famoso.

Lo anterior indica, para no pocos, que la existencia de una vida después de la muerte está dudosa y también lo está el lugar a donde van quienes mueren, como expone la canción de Mario Molina Montes “El sube y baja” popularizada por el Piporro, entre otros: “¿A dónde irán los muertos?, ¡quién sabe a dónde irán!”.

No son pocos, también, los que piensan que tras la muerte no hay nada más allá, que todo acaba ahí, lo cual ha derivado en (o por) filosofías donde la vida humana pierde o carece de sentido. Algunos más, sobre todo sectarios, pregonan la destrucción por Dios, en distintas maneras o tiempos, de quienes fallecen.

En el Símbolo de los Apóstoles, que recoge lo esencial de la fe cristiana, se profesa: “Creo –creemos- en la resurrección de la carne y la vida eterna”. Y en el Credo de Nicea-Constantinopla, más explícito y detallado, se afirma: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.

En el Prefacio de difuntos se lee: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.

Sucede, sin embargo, que muchos creyentes, aunque manifiestan con sus labios estas verdades, no las han meditado en su corazón, no las han hecho suyas, y muchos siguen, aun sin caer en cuenta de ello, lo que el sentir mundano señala como dudoso, improbable, falso o incluso engaño.

El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia él y la entrada en la vida eterna.

Hace falta reflexionar en las verdades de nuestra fe, hacerlas vida. San Agustín expresaba respecto de la fe recibida en el bautismo: “Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe”. ¿Lo ven?


Al inicio de este mes celebramos el Día de los Fieles Difuntos o, casi fiesta nacional, el Día de los Muertos, donde oramos y hacemos recuerdo de aquellos que nos antecedieron en esta vida terrena, y hacemos votos por que ellos se encuentren mejor en otra vida.

Sin embargo, desde hace tiempo cuando alguien fallece no falta quien expresa sus condolencias diciendo: “Esa persona ya está en un mejor lugar” (sin especificar cuál), o “desde dondequiera que esté siempre estará a nuestro lado”. Locutores, presentadores, periodistas y muchos más expresan lo mismo con esas u otras frases semejantes cuando muere alguien famoso.

Lo anterior indica, para no pocos, que la existencia de una vida después de la muerte está dudosa y también lo está el lugar a donde van quienes mueren, como expone la canción de Mario Molina Montes “El sube y baja” popularizada por el Piporro, entre otros: “¿A dónde irán los muertos?, ¡quién sabe a dónde irán!”.

No son pocos, también, los que piensan que tras la muerte no hay nada más allá, que todo acaba ahí, lo cual ha derivado en (o por) filosofías donde la vida humana pierde o carece de sentido. Algunos más, sobre todo sectarios, pregonan la destrucción por Dios, en distintas maneras o tiempos, de quienes fallecen.

En el Símbolo de los Apóstoles, que recoge lo esencial de la fe cristiana, se profesa: “Creo –creemos- en la resurrección de la carne y la vida eterna”. Y en el Credo de Nicea-Constantinopla, más explícito y detallado, se afirma: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.

En el Prefacio de difuntos se lee: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.

Sucede, sin embargo, que muchos creyentes, aunque manifiestan con sus labios estas verdades, no las han meditado en su corazón, no las han hecho suyas, y muchos siguen, aun sin caer en cuenta de ello, lo que el sentir mundano señala como dudoso, improbable, falso o incluso engaño.

El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia él y la entrada en la vida eterna.

Hace falta reflexionar en las verdades de nuestra fe, hacerlas vida. San Agustín expresaba respecto de la fe recibida en el bautismo: “Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe”. ¿Lo ven?