/ viernes 26 de junio de 2020

Héroes anónimos de hoy

Me parece que ya hemos conocido nombres de los que murieron en la pandemia del coronavirus, pero hay miles de héroes anónimos cuyos nombres no conoceremos. Les doy las gracias.

Sus nombres jamás los podremos pronunciar, porque han trabajado calladamente, silenciosamente, sin publicación. Van ayudando a superar las contingencias de la enfermedad. Conocí a esta familia, de mujeres. Renuncian a su personal alimentación, con tal de ayudar a los enfermos internados en hospitales. Literalmente, se quitan el pan de la boca por ayudar a los infectados. Han ido vendiendo lo que heredaron, para ayudar. Han desmontado las fotografías, para vender los cuadros y ayudar. Buscan hallar más medios para brindar ayudas. No piensan en el cielo que se están ganado. Piensan en que todavía hay mucho que hacer. Gracias a Dios, de estos héroes anónimos está lleno el mundo.

Hay un cúmulo de médicos que día a día exponen diariamente su personal salud, con tal de remediar. Tomaron la decisión de cuidar la salud de los humanos en tiempos ordinarios. No sabían que se iban a enfrentar a una pandemia mundial. No los conocemos a todos, pero todos luchan hoy por la salud. Faltan insumos, carecen de instrumental, pero cuentan con su sabiduría médica. Nunca sabremos sus nombres. ¿Y qué decir de la multitud de enfermeras y enfermeros? Llevan el alivio al dolor, olvidando sus propias necesidades. Las enfermeras son madres, son hijas, tienen parientes expuestos al contagio, pero hay fuera de su ámbito muchos que diariamente sucumben a la enfermedad. Hay miles de empleados de los hospitales que cuidan la higiene del lugar. Están expuestos, pero su trabajo en necesario; tienen su nombre y su apellido, pero forman parte de los que luchan contra la morbilidad.

Los sacerdotes deben llevar la tranquilidad y la resignación a las camas de los contagiados. No pueden negarse a confesar a un infectado. Con sus manos han de llevar el sacramento de la unción a las manos y a los pies de los enfermos. Se les ha de venir a la mente el caso de Luis Gonzaga, que murió infectado por la peste negra, por ayudar a los contagiados. Muchos sacerdotes han caído ya. Nunca conoceremos todos los nombres de los sacerdotes que dieron su vida anónimamente. Son héroes desconocidos los que llevan la comunión a los contagiados. Son también héroes anónimos los que dan servicio en las funerarias, los que aplican la cremación, los sepultureros que cavan las fosas donde hay que dejar al fallecido. Son héroes, los que llevan burritos a los enfermos y a sus familiares. Son héroes, los taxistas, las afanadoras de los hogares, los periodistas, los comentaristas de radio y de la televisión. Estamos llenos de héroes. Me olvido de ti, no te conozco, pero luchas buscando la salud contra el coronavirus. Nunca serás conocido. No lo haces porque te den las gracias. Seguirás siendo un héroe. Los hombres no lo saben, pero Dios sí lo sabe.


Me parece que ya hemos conocido nombres de los que murieron en la pandemia del coronavirus, pero hay miles de héroes anónimos cuyos nombres no conoceremos. Les doy las gracias.

Sus nombres jamás los podremos pronunciar, porque han trabajado calladamente, silenciosamente, sin publicación. Van ayudando a superar las contingencias de la enfermedad. Conocí a esta familia, de mujeres. Renuncian a su personal alimentación, con tal de ayudar a los enfermos internados en hospitales. Literalmente, se quitan el pan de la boca por ayudar a los infectados. Han ido vendiendo lo que heredaron, para ayudar. Han desmontado las fotografías, para vender los cuadros y ayudar. Buscan hallar más medios para brindar ayudas. No piensan en el cielo que se están ganado. Piensan en que todavía hay mucho que hacer. Gracias a Dios, de estos héroes anónimos está lleno el mundo.

Hay un cúmulo de médicos que día a día exponen diariamente su personal salud, con tal de remediar. Tomaron la decisión de cuidar la salud de los humanos en tiempos ordinarios. No sabían que se iban a enfrentar a una pandemia mundial. No los conocemos a todos, pero todos luchan hoy por la salud. Faltan insumos, carecen de instrumental, pero cuentan con su sabiduría médica. Nunca sabremos sus nombres. ¿Y qué decir de la multitud de enfermeras y enfermeros? Llevan el alivio al dolor, olvidando sus propias necesidades. Las enfermeras son madres, son hijas, tienen parientes expuestos al contagio, pero hay fuera de su ámbito muchos que diariamente sucumben a la enfermedad. Hay miles de empleados de los hospitales que cuidan la higiene del lugar. Están expuestos, pero su trabajo en necesario; tienen su nombre y su apellido, pero forman parte de los que luchan contra la morbilidad.

Los sacerdotes deben llevar la tranquilidad y la resignación a las camas de los contagiados. No pueden negarse a confesar a un infectado. Con sus manos han de llevar el sacramento de la unción a las manos y a los pies de los enfermos. Se les ha de venir a la mente el caso de Luis Gonzaga, que murió infectado por la peste negra, por ayudar a los contagiados. Muchos sacerdotes han caído ya. Nunca conoceremos todos los nombres de los sacerdotes que dieron su vida anónimamente. Son héroes desconocidos los que llevan la comunión a los contagiados. Son también héroes anónimos los que dan servicio en las funerarias, los que aplican la cremación, los sepultureros que cavan las fosas donde hay que dejar al fallecido. Son héroes, los que llevan burritos a los enfermos y a sus familiares. Son héroes, los taxistas, las afanadoras de los hogares, los periodistas, los comentaristas de radio y de la televisión. Estamos llenos de héroes. Me olvido de ti, no te conozco, pero luchas buscando la salud contra el coronavirus. Nunca serás conocido. No lo haces porque te den las gracias. Seguirás siendo un héroe. Los hombres no lo saben, pero Dios sí lo sabe.