/ viernes 1 de febrero de 2019

Historias de corrupción e impunidad

Aunque la corrupción es un acto que seguramente existe desde la aparición del Homo sapiens, es difícil saber a ciencia cierta cuándo fue qué se volvió algo tan común.

Cuenta la historia que, en el caso de México, la corrupción ya era un tema relevante desde los tiempos del imperio azteca, porque, tratándose de una estructura social tan grande, no faltaba quien quisiera abusar del poder o incumplir sus responsabilidades para cometer actos de corrupción.

Si bien en aquellos tiempos la corrupción era imperdonable y severamente castigada, al analizar la historia es posible identificar que la impunidad se originó en el momento en el que Hernán Cortés llegó y abusó del poder que le otorgó el rey Carlos I de España (Carlos V del Imperio Romano Germánico) y no fue castigado por ello. Desde entonces, la corrupción y la impunidad se fueron convirtiendo en hábitos públicos tan cotidianos que han carcomido a la sociedad y al país, llevándolo casi al punto del colapso.

Tratándose pues de problemas históricos y tan arraigados a la vida de México, no son sencillos de erradicar como, en su momento, el ahora presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, así quiso hacerlo creer (y muchos se lo creyeron).

Que quede claro que es plausible que el presidente López Obrador quiera acabar con la corrupción; sin embargo, como dice la vieja y conocida frase: “A grandes problemas, grandes soluciones”. Es decir, se requieren verdaderas soluciones que vayan más allá de lo simplista y totalitarista, como hasta ahora han sido.

Y es que, en definitiva, otorgar el perdón (argumentando que lo mejor es el “borrón y cuenta nueva”) a los políticos corruptos del pasado o, peor aún, apoyar o rodearse de ellos no es -en lo absoluto- una solución (a eso se le llama impunidad). Tampoco lo es cerrar los ductos de Pemex ni lo es cancelar o determinar la viabilidad de obras y proyectos a punta de consultas “patito”.


Por esas y muchas historias más, es imprescindible que el presidente López Obrador reconsidere la forma en la que actúa. De lo contrario, en un futuro no muy lejano sus “soluciones” resultarán contraproducentes; tal y como ya se advirtió en el reciente Foro Económico Mundial de Davos (al que, por cierto, no asistió el presidente): México está en riesgo de caer en una trampa en su lucha por acabar con la corrupción.

Finalizo en esta ocasión citando lo dicho alguna vez por el historiador, político y actual presidente de Angola, João Lourenço: “La corrupción ocurre porque hay impunidad. Esa es la razón por la cual la corrupción está generalizada en todos los niveles”.

laecita.wordpress.com

laecita@gmail.com

Aunque la corrupción es un acto que seguramente existe desde la aparición del Homo sapiens, es difícil saber a ciencia cierta cuándo fue qué se volvió algo tan común.

Cuenta la historia que, en el caso de México, la corrupción ya era un tema relevante desde los tiempos del imperio azteca, porque, tratándose de una estructura social tan grande, no faltaba quien quisiera abusar del poder o incumplir sus responsabilidades para cometer actos de corrupción.

Si bien en aquellos tiempos la corrupción era imperdonable y severamente castigada, al analizar la historia es posible identificar que la impunidad se originó en el momento en el que Hernán Cortés llegó y abusó del poder que le otorgó el rey Carlos I de España (Carlos V del Imperio Romano Germánico) y no fue castigado por ello. Desde entonces, la corrupción y la impunidad se fueron convirtiendo en hábitos públicos tan cotidianos que han carcomido a la sociedad y al país, llevándolo casi al punto del colapso.

Tratándose pues de problemas históricos y tan arraigados a la vida de México, no son sencillos de erradicar como, en su momento, el ahora presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, así quiso hacerlo creer (y muchos se lo creyeron).

Que quede claro que es plausible que el presidente López Obrador quiera acabar con la corrupción; sin embargo, como dice la vieja y conocida frase: “A grandes problemas, grandes soluciones”. Es decir, se requieren verdaderas soluciones que vayan más allá de lo simplista y totalitarista, como hasta ahora han sido.

Y es que, en definitiva, otorgar el perdón (argumentando que lo mejor es el “borrón y cuenta nueva”) a los políticos corruptos del pasado o, peor aún, apoyar o rodearse de ellos no es -en lo absoluto- una solución (a eso se le llama impunidad). Tampoco lo es cerrar los ductos de Pemex ni lo es cancelar o determinar la viabilidad de obras y proyectos a punta de consultas “patito”.


Por esas y muchas historias más, es imprescindible que el presidente López Obrador reconsidere la forma en la que actúa. De lo contrario, en un futuro no muy lejano sus “soluciones” resultarán contraproducentes; tal y como ya se advirtió en el reciente Foro Económico Mundial de Davos (al que, por cierto, no asistió el presidente): México está en riesgo de caer en una trampa en su lucha por acabar con la corrupción.

Finalizo en esta ocasión citando lo dicho alguna vez por el historiador, político y actual presidente de Angola, João Lourenço: “La corrupción ocurre porque hay impunidad. Esa es la razón por la cual la corrupción está generalizada en todos los niveles”.

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