/ sábado 21 de julio de 2018

¿Honestos u honrados?

La verdadera riqueza y la credencial de éxito de los hombres que valen es su carácter, que es lo que nos distingue por nuestro modo de ser u obrar. A la persona de carácter, el dinero no ha embotado sus sentidos ni la ha vuelto cínica.

Sí, debemos amar la paz, pero no una paz de flojera, ni estacionaria. La calma que sigue a una tormenta puede ser la mejor de las calmas siempre y cuando esté basada en la rectitud, la cual no es celebrada por medio de los gritos ni la violencia, ni las amenazas, ni de las promesas incumplibles de los recién elegidos para llevar las riendas de la nación. No es lo mismo declararse “muy honestos”, a ser realmente honrados. Este es el caso del fideicomiso de millones de pesos “para los damnificados” que quedaron en manos de algunos funcionarios partidistas. La honradez es la rectitud de ánimo y la integridad en el obrar. Quien es honrado se muestra como una persona recta y justa, que se guía por aquello considerado como correcto y adecuado a nivel social. La honestidad es la virtud que consiste en decir la verdad… en ser coherente.

La rectitud es un triunfo completo y perpetuo que nos lleva a la serenidad y a la paz.

La grandeza de un país no vendrá jamás de “repartir la riqueza”, como nos aseguran. Cuba, Nicaragua y Venezuela la han repartido y el único logro es haber repartido la pobreza. Y claro, siempre tendrán a quien echarle la culpa de sus fracasos. La grandeza del país sólo vendrá, no con las falsas promesas de un fulano mesiánico, sino en la fuerza de carácter de cada ciudadano.

Ninguna estrella que hayamos visto brillar en el cielo se perderá nunca en nuestra vida; si dejamos de verla es porque algo la oculta temporalmente, y debemos estar conscientes que ninguna esperanza muere para los que pensamos que tenemos que generar más riqueza, no distribuir la pobreza. Aunque el futuro se vea sepultado por la duda y el temor, y nuestra esperanza esté dormida, si la despertamos, cumplirá sus promesas.

Si estamos en lo justo, una derrota a la libertad como la que acabamos de sufrir, no es de tanta importancia aunque el enemigo sea “poderoso” (que no lo es tanto), estando tan seguros como que la mañana siempre seguirá a la noche. Al fin triunfará quien tenga la razón, no quien diga tenerla.

Estemos conscientes y seguros que somos libres, aunque intenten quitarnos la libertad. Tenemos cada uno de nosotros un lugar en el mundo, y somos dueños de nuestros pensamientos. Nada debemos temer.

Debemos estar conscientes que ser culto y honrado no significa haber estado en las mejores escuelas, sino en tener consciencia, saber pensar y sentir; y no ser unos parásitos.


La verdadera riqueza y la credencial de éxito de los hombres que valen es su carácter, que es lo que nos distingue por nuestro modo de ser u obrar. A la persona de carácter, el dinero no ha embotado sus sentidos ni la ha vuelto cínica.

Sí, debemos amar la paz, pero no una paz de flojera, ni estacionaria. La calma que sigue a una tormenta puede ser la mejor de las calmas siempre y cuando esté basada en la rectitud, la cual no es celebrada por medio de los gritos ni la violencia, ni las amenazas, ni de las promesas incumplibles de los recién elegidos para llevar las riendas de la nación. No es lo mismo declararse “muy honestos”, a ser realmente honrados. Este es el caso del fideicomiso de millones de pesos “para los damnificados” que quedaron en manos de algunos funcionarios partidistas. La honradez es la rectitud de ánimo y la integridad en el obrar. Quien es honrado se muestra como una persona recta y justa, que se guía por aquello considerado como correcto y adecuado a nivel social. La honestidad es la virtud que consiste en decir la verdad… en ser coherente.

La rectitud es un triunfo completo y perpetuo que nos lleva a la serenidad y a la paz.

La grandeza de un país no vendrá jamás de “repartir la riqueza”, como nos aseguran. Cuba, Nicaragua y Venezuela la han repartido y el único logro es haber repartido la pobreza. Y claro, siempre tendrán a quien echarle la culpa de sus fracasos. La grandeza del país sólo vendrá, no con las falsas promesas de un fulano mesiánico, sino en la fuerza de carácter de cada ciudadano.

Ninguna estrella que hayamos visto brillar en el cielo se perderá nunca en nuestra vida; si dejamos de verla es porque algo la oculta temporalmente, y debemos estar conscientes que ninguna esperanza muere para los que pensamos que tenemos que generar más riqueza, no distribuir la pobreza. Aunque el futuro se vea sepultado por la duda y el temor, y nuestra esperanza esté dormida, si la despertamos, cumplirá sus promesas.

Si estamos en lo justo, una derrota a la libertad como la que acabamos de sufrir, no es de tanta importancia aunque el enemigo sea “poderoso” (que no lo es tanto), estando tan seguros como que la mañana siempre seguirá a la noche. Al fin triunfará quien tenga la razón, no quien diga tenerla.

Estemos conscientes y seguros que somos libres, aunque intenten quitarnos la libertad. Tenemos cada uno de nosotros un lugar en el mundo, y somos dueños de nuestros pensamientos. Nada debemos temer.

Debemos estar conscientes que ser culto y honrado no significa haber estado en las mejores escuelas, sino en tener consciencia, saber pensar y sentir; y no ser unos parásitos.