/ martes 21 de junio de 2022

Hora de romper el silencio

El abuso sexual infantil es un tema del que poco se habla, es así porque constituye lo peor de la frivolidad humana y de la ineficacia del sistema.

Cuando hablamos de que se abusa sexualmente de un niño o una niña, hablamos de que algo está tan mal que existe la clara permisividad de que se agreda a los más indefensos, a los que deberíamos proteger en todo momento.

Digo permisividad porque lamentablemente la mayoría de los abusos se cometen en entornos cercanos a los menores, en los que deberían estar seguros, pero socialmente la protección se inclina por cuidar la imagen externa de esos entornos y silenciar a la víctima.

La continuidad de esta actitud histórica se da porque quienes deben hacerlo no han logrado que la sociedad se percate de la gravedad de que se abuse de una niña o de un niño.

Es momento de activar las alarmas y visibilizar una realidad que sigue lastimando menores, ocultando verdugos y llenando de comodidad a un sistema perezoso con carente sentido humano.

Es necesario hablar el tema, llevarlo a la conversación pública y exponerlo en las más altas tribunas; es necesario porque si no lo hablamos, seguiremos dejándolo en el armario del “no pasa nada”, y mientras permanezca ahí, seguiremos teniendo personas con sus vidas destruidas por malhechores que se fortalecen por la silenciosa complicidad de la sociedad y el sistema.

Más allá del terrible hecho que significa el abuso, el escenario para las víctimas se vuelve más dramático cuando enfrentan un sistema social y de procuración de justicia, que lejos de acompañarles, les juzga y les revictimiza de por vida.

Esta semana inició “Supervivientes”, una plataforma en la que estaré reuniéndome con buscadores y buscadoras de justicia, expertos en derechos humanos y víctimas y sus familiares. Todos los involucrados en este movimiento coincidimos en un fin: alcanzar la justicia restaurativa para las víctimas.

Recopilaremos evaluaciones, experiencias, visiones, datos e información que nos permita crear una agenda integral para que las víctimas sean atendidas con todo el poder del sistema, en un ámbito mucho más allá de las penas punitivas: la reparación de su integridad.

Analizaremos por qué no está sucediendo, qué falta, qué debemos ajustar y qué fortalezas podemos maximizar. Anhelamos, obviamente, que nadie tenga que ser víctima de los actos de nadie, pero al mismo tiempo, apostamos para que quienes lamentablemente lo sean, obtengan todo lo necesario para restaurarse y vivir en libertad y plenitud.

Entiendo que no será un camino fácil, advierto incomodidades de quienes les toca operar el sistema, pero lanzo una invitación seria y sin ánimos confrontativos, a que hagamos sinergia y nos coloquemos juntos en el objetivo de dejar huella en las vidas de quienes están sufriendo en silencio.

La huella del abuso nos marcó hace muchas generaciones, aun hoy resuena, es momento de alzar la voz y hacer lo que tenemos que hacer.


El abuso sexual infantil es un tema del que poco se habla, es así porque constituye lo peor de la frivolidad humana y de la ineficacia del sistema.

Cuando hablamos de que se abusa sexualmente de un niño o una niña, hablamos de que algo está tan mal que existe la clara permisividad de que se agreda a los más indefensos, a los que deberíamos proteger en todo momento.

Digo permisividad porque lamentablemente la mayoría de los abusos se cometen en entornos cercanos a los menores, en los que deberían estar seguros, pero socialmente la protección se inclina por cuidar la imagen externa de esos entornos y silenciar a la víctima.

La continuidad de esta actitud histórica se da porque quienes deben hacerlo no han logrado que la sociedad se percate de la gravedad de que se abuse de una niña o de un niño.

Es momento de activar las alarmas y visibilizar una realidad que sigue lastimando menores, ocultando verdugos y llenando de comodidad a un sistema perezoso con carente sentido humano.

Es necesario hablar el tema, llevarlo a la conversación pública y exponerlo en las más altas tribunas; es necesario porque si no lo hablamos, seguiremos dejándolo en el armario del “no pasa nada”, y mientras permanezca ahí, seguiremos teniendo personas con sus vidas destruidas por malhechores que se fortalecen por la silenciosa complicidad de la sociedad y el sistema.

Más allá del terrible hecho que significa el abuso, el escenario para las víctimas se vuelve más dramático cuando enfrentan un sistema social y de procuración de justicia, que lejos de acompañarles, les juzga y les revictimiza de por vida.

Esta semana inició “Supervivientes”, una plataforma en la que estaré reuniéndome con buscadores y buscadoras de justicia, expertos en derechos humanos y víctimas y sus familiares. Todos los involucrados en este movimiento coincidimos en un fin: alcanzar la justicia restaurativa para las víctimas.

Recopilaremos evaluaciones, experiencias, visiones, datos e información que nos permita crear una agenda integral para que las víctimas sean atendidas con todo el poder del sistema, en un ámbito mucho más allá de las penas punitivas: la reparación de su integridad.

Analizaremos por qué no está sucediendo, qué falta, qué debemos ajustar y qué fortalezas podemos maximizar. Anhelamos, obviamente, que nadie tenga que ser víctima de los actos de nadie, pero al mismo tiempo, apostamos para que quienes lamentablemente lo sean, obtengan todo lo necesario para restaurarse y vivir en libertad y plenitud.

Entiendo que no será un camino fácil, advierto incomodidades de quienes les toca operar el sistema, pero lanzo una invitación seria y sin ánimos confrontativos, a que hagamos sinergia y nos coloquemos juntos en el objetivo de dejar huella en las vidas de quienes están sufriendo en silencio.

La huella del abuso nos marcó hace muchas generaciones, aun hoy resuena, es momento de alzar la voz y hacer lo que tenemos que hacer.