/ jueves 4 de junio de 2020

Huichilobos

Huichilobos: término con el que los conquistadores designaban al dios azteca Huitzilopochtli, a quien se ofrecían sacrificios humanos. Hoy, las víctimas de la violencia son el sacrificio que se ofrece a los dioses de la política oficial. Y sería raro que no existiera este rito sangriento, si el Estado promueve abierta y arbitrariamente un holocausto tan destructivo en el aborto, como primera causa de feminicidio; abre el uso de drogas, que destruyen; reparte la riqueza, institucionalizando el robo; estigmatiza a los “enemigos del pueblo”, pero libera, favorece o protege a delincuentes.

Es curioso ver que la vuelta al indigenismo del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sea como llevar a la sociedad, también, a las atrocidades en torno a las que giraba la cultura mesoamericana prehispánica, “un traslado del infierno”, como diría Motolinía: cuerpos decapitados, cabezas ensartadas en varas, carne humana como alimento, niños y mujeres sacrificados entre llantos y gritos, hechiceros con los cabellos apelmazados de sangre y vestidos con las pieles desolladas de las víctimas, y los edificios del Gran Teocali, hediondos en carne putrefacta.

Este es el resultado de una ideología que requiere una fuerza totalitaria extrema para lograr la igualdad que AMLO desea, como Matías Romo y Leonardo Cunha afirman. Tal metodología sólo sirve para aplazar los males, no para remediarlos, como bien intuye Alfonso Trueba, al más puro estilo de la izquierda que parte de principios absolutos y no de realidades concretas, con leyes a las que el pueblo debe adaptarse, en vez de aquellas que se adapten al espíritu del pueblo. La sociedad no cambiará si el Estado no cambia de dioses, un eco firme de lo que pensaba Antonio Machado.

Actualmente, el fenómeno del Covid-19 sólo ha acelerado la natural espiral decadente de la izquierda, ha resaltado su incapacidad individualista de tener una relación recíproca con el mundo. Es casi como si AMLO hubiera decretado la incapacidad de los pobres por progresar y la imposibilidad del rico de empobrecerse, y que ni unos ni otros grupos nunca tengan relación entre sí. Nada evitará las consecuencias de no conciliarse con lo bueno que el mundo ofrece. La violencia social, junto con la pobreza, seguirá siendo uno de los síntomas inevitables de esta premisa.

Si, Huichilobos aún no ha sido completamente vencido por la sociedad moderna. Aún se erigen altares y se le sacrifican víctimas. Porque en México no pasa un día sin que haya homicidios, pero sin las ceremonias rituales de antaño. La tolerancia no es maligna por su intención, sino cuando una pequeña ideología radical desea ser absoluta y antepone su fantasía política a la humanidad. Lo que fue esperanza amparada en la ignorancia, se convierte en veneno cuando se impone contra toda evidencia demostrable. Ojalá termine pronto el señorío de Huichilobos en nuestra nación. agusperezr@hotmail.com



Huichilobos: término con el que los conquistadores designaban al dios azteca Huitzilopochtli, a quien se ofrecían sacrificios humanos. Hoy, las víctimas de la violencia son el sacrificio que se ofrece a los dioses de la política oficial. Y sería raro que no existiera este rito sangriento, si el Estado promueve abierta y arbitrariamente un holocausto tan destructivo en el aborto, como primera causa de feminicidio; abre el uso de drogas, que destruyen; reparte la riqueza, institucionalizando el robo; estigmatiza a los “enemigos del pueblo”, pero libera, favorece o protege a delincuentes.

Es curioso ver que la vuelta al indigenismo del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sea como llevar a la sociedad, también, a las atrocidades en torno a las que giraba la cultura mesoamericana prehispánica, “un traslado del infierno”, como diría Motolinía: cuerpos decapitados, cabezas ensartadas en varas, carne humana como alimento, niños y mujeres sacrificados entre llantos y gritos, hechiceros con los cabellos apelmazados de sangre y vestidos con las pieles desolladas de las víctimas, y los edificios del Gran Teocali, hediondos en carne putrefacta.

Este es el resultado de una ideología que requiere una fuerza totalitaria extrema para lograr la igualdad que AMLO desea, como Matías Romo y Leonardo Cunha afirman. Tal metodología sólo sirve para aplazar los males, no para remediarlos, como bien intuye Alfonso Trueba, al más puro estilo de la izquierda que parte de principios absolutos y no de realidades concretas, con leyes a las que el pueblo debe adaptarse, en vez de aquellas que se adapten al espíritu del pueblo. La sociedad no cambiará si el Estado no cambia de dioses, un eco firme de lo que pensaba Antonio Machado.

Actualmente, el fenómeno del Covid-19 sólo ha acelerado la natural espiral decadente de la izquierda, ha resaltado su incapacidad individualista de tener una relación recíproca con el mundo. Es casi como si AMLO hubiera decretado la incapacidad de los pobres por progresar y la imposibilidad del rico de empobrecerse, y que ni unos ni otros grupos nunca tengan relación entre sí. Nada evitará las consecuencias de no conciliarse con lo bueno que el mundo ofrece. La violencia social, junto con la pobreza, seguirá siendo uno de los síntomas inevitables de esta premisa.

Si, Huichilobos aún no ha sido completamente vencido por la sociedad moderna. Aún se erigen altares y se le sacrifican víctimas. Porque en México no pasa un día sin que haya homicidios, pero sin las ceremonias rituales de antaño. La tolerancia no es maligna por su intención, sino cuando una pequeña ideología radical desea ser absoluta y antepone su fantasía política a la humanidad. Lo que fue esperanza amparada en la ignorancia, se convierte en veneno cuando se impone contra toda evidencia demostrable. Ojalá termine pronto el señorío de Huichilobos en nuestra nación. agusperezr@hotmail.com