/ domingo 6 de diciembre de 2020

Humanismo contra exclusión; reflexiones por las personas con discapacidad


El 3 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad; se estima que un 13 por ciento de la población total mundial sufre de alguna discapacidad física o mental, se trata de los grupos de vulnerabilidad, el más importante en su número.

La Organización Mundial de la Salud sostiene que todos los seres humanos estamos en riesgo de padecer alguna discapacidad a lo largo de nuestra vida, ya sea por nacimiento, por alteraciones de salud, por accidentes o bien por vejez, ya que en ella las capacidades se ven disminuidas; por lo que estas fechas nos llaman a reflexionar en la importancia de dar auxilio, solidaridad y acompañamiento.

Por desgracia, en general, las sociedades no atendemos de manera adecuada a las personas con tal condición, las excluimos e incluso las maltratamos; poco hemos avanzado en brindarles amor, atenciones, salud, capacitar suficientes profesionales para su atención, facilidades para convivir con dignidad en su entorno, educación adecuada, accesibilidad a edificios, vía pública y transporte, mejoría en la legislación y políticas públicas; tanto por hacer desde lo público y lo privado.

Hace algunos años conocí a Mary, tenía quince años, sufría discapacidad física, notas esquizofrénicas y discapacidad cognitiva; sus grandes ojos brillaban al asomarse desde un cuarto de pequeñas dimensiones, semejante a una celda sucia y fría; cuando pregunté a la madre de la niña por qué la tenían en esas condiciones, me contestó que convivía poco con la familia, que no la sacaban de ahí, les daba vergüenza que la gente la viera; era un hogar humilde, compuesto por personas con bajo nivel de estudios; desde luego intenté hacerle ver lo injusto que la vida era ya con su niña, que su familia no debía darle ese mal trato.

En otra oportunidad conocí a un joven con Síndrome de Down, miembro de una familia pudiente, pero que no deseaban que fuera conocido o incluido en el círculo social en que se desenvolvían, preferían tenerlo encerrado en su habitación, brindándole sólo los alimentos por medio de las trabajadoras que servían en la casa.

Otro caso es Anabel, una joven que vive una discapacidad física derivada de una enfermedad que le impide caminar; dotada de inteligencia e ingenio envidiables, ella y su madre, Gela, trabajan por las causas de las personas que padecen alguna condición similar: desde su casa realizan colectas, son emprendedoras, generan conciencia y acción, incluso Anabel fue responsable de encabezar las políticas públicas a favor de personas con discapacidad en su comunidad, con una gran fuerza y enfoque, mejorando para bien a sus beneficiarios.

En casa de quien esto escribe vive Rebeca, mi hermana, es una persona con discapacidad física e intelectual, provocada por un accidente sufrido a sus tres años, hoy es una niña de 53 años que llena de luz y amor nuestras vidas; convivir con ella nos ha sensibilizado y entendemos lo mucho que se requiere: amor, preparación, recursos y muchísima atención.

Apreciados lectores, construyamos espacios de amor y equilibrio para estas personas y sus familias; respetemos su condición con humanismo y empatía; ayudemos a generar conciencia, hasta lograr igualdad de oportunidades y su real integración social, impulsemos sus potencialidades, luchemos porque se les dé la posibilidad de vivir mejor, es por ellas y puede ser por nosotros.


El 3 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad; se estima que un 13 por ciento de la población total mundial sufre de alguna discapacidad física o mental, se trata de los grupos de vulnerabilidad, el más importante en su número.

La Organización Mundial de la Salud sostiene que todos los seres humanos estamos en riesgo de padecer alguna discapacidad a lo largo de nuestra vida, ya sea por nacimiento, por alteraciones de salud, por accidentes o bien por vejez, ya que en ella las capacidades se ven disminuidas; por lo que estas fechas nos llaman a reflexionar en la importancia de dar auxilio, solidaridad y acompañamiento.

Por desgracia, en general, las sociedades no atendemos de manera adecuada a las personas con tal condición, las excluimos e incluso las maltratamos; poco hemos avanzado en brindarles amor, atenciones, salud, capacitar suficientes profesionales para su atención, facilidades para convivir con dignidad en su entorno, educación adecuada, accesibilidad a edificios, vía pública y transporte, mejoría en la legislación y políticas públicas; tanto por hacer desde lo público y lo privado.

Hace algunos años conocí a Mary, tenía quince años, sufría discapacidad física, notas esquizofrénicas y discapacidad cognitiva; sus grandes ojos brillaban al asomarse desde un cuarto de pequeñas dimensiones, semejante a una celda sucia y fría; cuando pregunté a la madre de la niña por qué la tenían en esas condiciones, me contestó que convivía poco con la familia, que no la sacaban de ahí, les daba vergüenza que la gente la viera; era un hogar humilde, compuesto por personas con bajo nivel de estudios; desde luego intenté hacerle ver lo injusto que la vida era ya con su niña, que su familia no debía darle ese mal trato.

En otra oportunidad conocí a un joven con Síndrome de Down, miembro de una familia pudiente, pero que no deseaban que fuera conocido o incluido en el círculo social en que se desenvolvían, preferían tenerlo encerrado en su habitación, brindándole sólo los alimentos por medio de las trabajadoras que servían en la casa.

Otro caso es Anabel, una joven que vive una discapacidad física derivada de una enfermedad que le impide caminar; dotada de inteligencia e ingenio envidiables, ella y su madre, Gela, trabajan por las causas de las personas que padecen alguna condición similar: desde su casa realizan colectas, son emprendedoras, generan conciencia y acción, incluso Anabel fue responsable de encabezar las políticas públicas a favor de personas con discapacidad en su comunidad, con una gran fuerza y enfoque, mejorando para bien a sus beneficiarios.

En casa de quien esto escribe vive Rebeca, mi hermana, es una persona con discapacidad física e intelectual, provocada por un accidente sufrido a sus tres años, hoy es una niña de 53 años que llena de luz y amor nuestras vidas; convivir con ella nos ha sensibilizado y entendemos lo mucho que se requiere: amor, preparación, recursos y muchísima atención.

Apreciados lectores, construyamos espacios de amor y equilibrio para estas personas y sus familias; respetemos su condición con humanismo y empatía; ayudemos a generar conciencia, hasta lograr igualdad de oportunidades y su real integración social, impulsemos sus potencialidades, luchemos porque se les dé la posibilidad de vivir mejor, es por ellas y puede ser por nosotros.