/ martes 3 de diciembre de 2019

Humanización

El adjetivo humano, en definición del diccionario, es lo perteneciente al hombre o propio de él. Figurativamente se aplica a la persona que se compadece de las desgracias de sus semejantes.

En muchos lugares del mundo, México incluido, el sentido de lo humano se ha desfigurado, nos estamos deshumanizando. Cada día en los medios de comunicación aparecen noticias de violencia, de crímenes de todas clases, de atentados a la dignidad humana, de protestas o marchas que en principio buscan la justicia pero que se desbordan en desmanes y estallidos violentos. Y nos acostumbramos a verlas, leerlas o escucharlas; nos vuelven indiferentes, ya no hacen mella en nuestras mentes y corazones. La deshumanización avanza implacable.

El tiempo de Adviento que recién iniciamos es precisamente un tiempo para retomar nuestra humanidad, para caer en la cuenta de esa deshumanización que nos ahoga. Es tiempo de abrir el corazón y la mente hacia aquellos que sufren en cualquier forma, para solidarizarnos con las causas que buscan el bien de la comunidad, para recuperar aquellos valores que consideramos perdidos: el respeto a los demás y a nosotros mismos, la hospitalidad, la honradez, la compasión, la solidaridad, el amor incondicional, la comprensión…

El Adviento es un llamado a volver los ojos a lo verdaderamente humano, a la proclamación de que todos los hombres somos iguales en dignidad, que valemos por el hecho de ser hombres y mujeres hechos a imagen y semejanza de Dios.

El Adviento nos insta a salir de las tinieblas de la indiferencia hacia los acontecimientos cotidianos, a involucrarnos en realizar en nuestro entorno un ambiente verdaderamente humano, a “comportarnos –en palabras de san Pablo- honestamente como se hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias”.

El Adviento es espera de Aquel que, haciéndose hombre igual que nosotros, eleva con su humanidad la nuestra, que nos mueve a desechar todo aquello que nos deshumaniza, que nos hace menos hombres, que rebaja nuestra dignidad.

Un mundo que se vuelve cada vez menos humano requiere la luz de aquellos que han creído en el valor de cada hombre y mujer que habita en esta tierra. ¿Lo ven?

El adjetivo humano, en definición del diccionario, es lo perteneciente al hombre o propio de él. Figurativamente se aplica a la persona que se compadece de las desgracias de sus semejantes.

En muchos lugares del mundo, México incluido, el sentido de lo humano se ha desfigurado, nos estamos deshumanizando. Cada día en los medios de comunicación aparecen noticias de violencia, de crímenes de todas clases, de atentados a la dignidad humana, de protestas o marchas que en principio buscan la justicia pero que se desbordan en desmanes y estallidos violentos. Y nos acostumbramos a verlas, leerlas o escucharlas; nos vuelven indiferentes, ya no hacen mella en nuestras mentes y corazones. La deshumanización avanza implacable.

El tiempo de Adviento que recién iniciamos es precisamente un tiempo para retomar nuestra humanidad, para caer en la cuenta de esa deshumanización que nos ahoga. Es tiempo de abrir el corazón y la mente hacia aquellos que sufren en cualquier forma, para solidarizarnos con las causas que buscan el bien de la comunidad, para recuperar aquellos valores que consideramos perdidos: el respeto a los demás y a nosotros mismos, la hospitalidad, la honradez, la compasión, la solidaridad, el amor incondicional, la comprensión…

El Adviento es un llamado a volver los ojos a lo verdaderamente humano, a la proclamación de que todos los hombres somos iguales en dignidad, que valemos por el hecho de ser hombres y mujeres hechos a imagen y semejanza de Dios.

El Adviento nos insta a salir de las tinieblas de la indiferencia hacia los acontecimientos cotidianos, a involucrarnos en realizar en nuestro entorno un ambiente verdaderamente humano, a “comportarnos –en palabras de san Pablo- honestamente como se hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias”.

El Adviento es espera de Aquel que, haciéndose hombre igual que nosotros, eleva con su humanidad la nuestra, que nos mueve a desechar todo aquello que nos deshumaniza, que nos hace menos hombres, que rebaja nuestra dignidad.

Un mundo que se vuelve cada vez menos humano requiere la luz de aquellos que han creído en el valor de cada hombre y mujer que habita en esta tierra. ¿Lo ven?